La infancia como biblioteca
Los silencios que se convirtieron en palabras
Hay visitas que no se anuncian con ruido, sino con luz.
La escritora Irene Vallejo llega a la República Dominicana como quien entra en una casa abierta al asombro. No trae consigo solo la presencia de una autora admirada, sino la de una voz que ha devuelto a los libros su respiración antigua.
La Universidad APEC le otorgará el Doctorado Honoris Causa, un reconocimiento que trasciende lo académico: es un homenaje a la palabra como refugio y a la belleza como resistencia.
Vallejo es autora de la obra extraordinaria El infinito en un junco, libro que ha recorrido el mundo en más de cien ediciones, traducido a cuarenta idiomas, transformado incluso en cómic y convertido en símbolo universal del amor por la lectura. Su obra no es solo la historia de los libros, sino también la historia de cómo los seres humanos se han salvado, una y otra vez, gracias a las palabras.
Este diálogo nació de una llamada telefónica de la amiga María Amalia León, quien me invitó a integrarme al equipo de coordinación para recibir a Irene Vallejo. Luego se consolidó a través del intercambio de cartas digitales: un cuestionario que envié gracias a la colaboración del amigo Alejandro Moscoso, quien hizo posible la conexión con la escritora y facilitó que este diálogo llegara a buen término.
Más que una entrevista, se abrió un espacio de resonancia: un diálogo donde las preguntas son puentes y las respuestas, ríos. Hablar con Irene Vallejo es escuchar cómo respira el tiempo, cómo el pasado vuelve a latir entre los dedos del presente.
Preámbulo
A partir de aquí dejo hablar al silencio compartido: ella responde desde el rumor de las bibliotecas antiguas; yo pregunto desde una tierra donde el mar guarda todavía la voz de los poetas y el eco de los cuentos.
Este diálogo no tiene prisa. Es una carta abierta entre dos islas: una, la de Irene, tejida de piedra, tinta y memoria; otra, la mía, nacida del mar Caribe, de arena y palabra viva.
Entre ambas fluye un mismo junco —flexible y eterno— que sostiene la palabra escrita contra el olvido.
La infancia como biblioteca
El viaje de una escritora comienza antes de la primera palabra escrita: en la mirada curiosa de una niña que descubre que los libros son mundos posibles.
En este primer bloque de nuestra conversación con Irene Vallejo exploramos esa infancia que se convierte en biblioteca: los silencios que se transforman en relatos y los recuerdos que enseñan a resistir y a amar la palabra.
¿Cuál fue el primer libro que te dolió perder, no el que amaste leer?
Al revisar las fotografías de infancia compruebo que ya de niña me gustaba llevar conmigo los libros a pasear. Es más habitual que los chiquillos salgan a sus correrías con muñecos o juguetes, pero sospecho que desde siempre el juguete más apasionante para mí fue la palabra. Por esa costumbre de airear mis lecturas, que mantengo de adulta, he perdido muchos libros en la calle o en el tranvía. El primero que olvidé y añoré se titulaba Zoo loco. Para cuando sucedió la pérdida tristísima, el libro estaba descatalogado y mis padres ya no pudieron comprarlo de nuevo. En aquel entonces yo no reparaba en los nombres de los autores, pero más tarde averigüé que se trataba de un libro la argentina María Elena Walsh. Me quedó grabada para siempre en la memoria, con la nitidez de las primeras impresiones infantiles, una rima de aquel Zoo loco: “En Tucumán vivía una Tortuga/ viejísima, pero sin una arruga,/ porque en toda ocasión/ tuvo la precaución/ de comer bien planchada la lechuga”.
¿Qué silencio de tu infancia se convirtió luego en párrafo?
A mis ocho años empecé a sufrir algo para lo que no existía un nombre, más allá de “cosas de niños”. Después lo llamarían acoso escolar. En el patio de mi colegio imperaba la ley del silencio: lo peor que alguien podía hacer era delatar a un compañero ante los adultos. Asumí esa norma y nunca pedí ayuda, convencida de que, si revelaba nuestros secretos a los mayores, todos me despreciarían. Creí que la mejor opción era resistir estoicamente, con los dientes apretados. Mirando atrás, creo que escribir fue una tardía rebelión contra aquella omertà. Como escritora y colaboradora de prensa, ¿acaso no soy una delatora profesional? Me interesa escribir precisamente sobre aquello de lo que nos dicen que no deberíamos hablar.
Si pudieras entrar hoy a la habitación donde aprendiste a leer, ¿qué palabra le susurrarías a la niña que fuiste?
Fui reacia a aprender a leer, lo retrasé todo lo posible. Temía que, cuando supiera hacerlo yo sola, mi madre dejaría de sentarse a la orilla de mi cama para leerme cuentos antes de dormir. Ese teatro íntimo, esa liturgia fabulosa era uno de mis momentos favoritos del día, como evoco en El infinito en un junco. Leer en voz alta para otra persona es un acto de amor, una tregua entre las zozobras de la vida. Si pudiera entrar ahora de puntillas al aula soleada donde aprendí las letras, le diría a la niña que fui que el tiempo de los cuentos no acaba nunca y que todavía le quedan historias maravillosas por escuchar en el sigilo de la noche.
¿Qué te enseñó la fragilidad del papel sobre la resistencia humana?
Aquello que los seres humanos pensamos, sentimos, recordamos y creamos es frágil. De hecho, el tiempo y el olvido lo destruirían todo –como la marea que lame y borra las huellas sobre la arena– si no hubiéramos inventado la escritura y los libros. Todos los materiales a los que la humanidad ha confiado sus palabras escritas son perecederos: madera, cañas, seda, pieles, papel, pantallas… Sin embargo, somos seres tercos, empeñados en conservar nuestros mejores relatos, ideas y descubrimientos. Misteriosamente hemos logrado salvar de siglo en siglo un gran bagaje de palabras, inventando siempre nuevas maneras de preservarlas y de ampliar su esperanza de vida. Esa es, en un resumen abreviadísimo, la asombrosa historia de la supervivencia de los libros.
El viaje de Irene Vallejo apenas comienza. Desde los silencios que se convirtieron en palabras hasta la fragilidad que enseñó la resistencia, descubrimos que la infancia es la biblioteca donde se guardan los secretos más íntimos del alma.
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En la próxima entrega: “La mujer que escribe desde los orígenes.” Nos adentraremos junto a Irene Vallejo en el pulso secreto de los mitos, allí donde la palabra nace y el silencio se vuelve memoria. Ella rescata las voces que el tiempo quiso borrar y las devuelve a la vida con la delicadeza de quien escribe desde el alma de la historia.
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