El misterio que nos salva

Todo viaje hacia los libros termina volviendo al origen: la palabra.
No la palabra como adorno, sino como destino, como acto de fe en lo humano.
Irene Vallejo escribe desde ese lugar donde la belleza se vuelve resistencia y la memoria se transforma en gratitud.

Tiempo, belleza y resistencia.

Cómo convive tu fascinación por los clásicos con el vértigo digital de nuestro tiempo?

No hay ni un solo pueblo que no haya creado cosmovisiones, imaginarios y sabiduría clásica. En el torbellino imperante de modas, tendencias y productos de bajo coste, los clásicos representan lo duradero, lo estable, nuestras raíces. Allí encuentro el punto de partida de lo que somos, el principio del futuro. Una poeta española con la que comparto el amor por los clásicos, Aurora Luque, escribió: “Amarás una lentitud nueva cada día”. Las antiguas tradiciones apaciguan el ruido, la furia y la urgencia del presente. Ofrecen perspectivas más amplias, miradas reposadas, alternativas a las soluciones que hoy consideramos las únicas posibles. Me interesan los clásicos no porque sean perfectos –no lo eran, en absoluto–, sino porque dieron forma a unas ideas, crearon conceptos, iniciaron caminos que todavía hoy sostienen nuestros pasos. Mi empeño es bajarlos del pedestal en el que algunos colocaron sus estatuas y entablar conversación con ellos, un diálogo que entrelace sus luces con sus oscuridades, la hebra que explica nuestras sombras y destellos. En su escritura, la belleza no es un adorno: es un modo de pensamiento y resistencia. La belleza duele porque nos recuerda que somos frágiles y pasajeros. Pero también salva, porque nos hace sentir parte de algo más grande, más antiguo, más perdurable que nosotros. Vivimos como si todo tuviera que ser útil y veloz.

Irene Vallejo, la voz que rescata el asombro (y IV). La palabra como destino

La autora y su sombra.

Si tuvieras que escribir una carta a la Madre Patria España, ¿qué le dirías hoy, desde la mirada de una mujer que defiende la palabra en medio del ruido y la pérdida de sentido del mundo?

Le pediría que siga siendo un país de lectores. Que no olvide que su mayor riqueza está en las palabras, en los libros y en su gente. Porque muchos autores han intentado describirla antes: Cervantes soñó con ella en los molinos del Quijote, Lorca la cantó entre sangre y luna en su Romancero gitano, Machado la recorrió a pie en sus Campos de Castilla, Galdós la narró en sus Episodios Nacionales, y la Generación del 1898, con Unamuno a la cabeza, la pensó entre la fe y la duda. Todos buscaron, a su modo, a esa España profunda, desgarrada y luminosa.

Colofón

Sus palabras parecen escritas con luz. Como si en ellas se repitiera la lección de los antiguos escribas: que toda belleza verdadera es una forma de resistencia.

Sus obras -tanto en El infinito en un junco como en Manifiesto por la lectura– rescatan el acto de leer como una forma de comunión humana.

Hay entrevistas que se leen como conversaciones, y otras que se sienten como confesiones. Este diálogo con Irene Vallejo pertenece a la segunda especie: una conversación donde la palabra se vuelve un respiro, y el silencio, una forma de gratitud.

Irene Vallejo. Imagen de https://www.gaceta.unam.mx

Agradecimiento final

Así se cierra este diálogo poético con Irene Vallejo:

una conversación nacida del asombro, sostenida por la palabra y bendecida por la gratitud.

En ella descubrimos que la lectura no solo preserva la memoria del mundo, sino también la nuestra; que escribir es tender un puente sobre el silencio, y que, mientras exista alguien que lea, nada estará perdido.

A través de sus respuestas hemos viajado entre las raíces del libro y la respiración de los siglos; entre la fragilidad del junco y la fuerza invisible de la memoria que nos sostiene.
En su voz, los antiguos copistas vuelven a encender sus lámparas, y cada lector, en cualquier rincón del mundo, encuentra refugio frente al ruido del tiempo.

Ella nos ha recordado que los libros son la forma más antigua y más humana de seguir respirando juntos; de reencontrarnos con lo que alguna vez creímos perdido: la ternura del conocimiento, el temblor del alma ante la palabra viva.

Y ahora, mientras la esperamos llegar a este país de mar, montañas y memoria, sentimos que su visita no será solo un acontecimiento literario, sino una forma de gratitud compartida: el regreso de una voz que nos reconcilia con lo esencial.

Porque al esperarla comprendemos que también nosotros pertenecemos a ese junco infinito que resiste el paso del tiempo; que se dobla ante el viento, pero no se quiebra:
la palabra que nos une.

Gracias, Irene, por recordarnos que en los libros sigue latiendo el corazón del mundo,
y que mientras existan lectores, la belleza seguirá encontrando dónde habitar.

Epílogo

Este diálogo no termina aquí. Cada lector, al cerrar estas páginas, continuará conversando con Irene Vallejo en el silencio de su propia alma. Porque los libros, como los buenos encuentros, no se acaban: se prolongan en la memoria y en la respiración del tiempo.

Cuando Irene se despide, queda en el aire la sensación de haber hablado con alguien que recuerda a los antiguos: los que sabían escuchar el rumor de las hojas y el latido del universo. Leer, nos ha dicho, es resistir. Y el infinito -sí- aún cabe en un junco.

Agradezco profundamente a María Amalia León y Alejandro Moscoso Segarra por haberme confiado el privilegio y el desafío de realizar esta entrevista a la escritora Irene Vallejo, con motivo de su visita a la República Dominicana, del 16 al 19 de noviembre,
invitada para recibir el Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad APEC.

Danilo Ginebra

Publicista y director de teatro

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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