"La mejor parte de la belleza es aquella que ninguna imagen puede expresar." – Francis Bacon

José Félix Olalla, poeta y licenciado en farmacia, ganador del Premio de Poesía Mario Ángel Marrodán en 1994, del Premio Villa de Martorell en 1997 y del XXVIII Premio de Poesía del Ayuntamiento de Cúllar Vega en 2007, nos invita a un viaje único con su libro ‘’Acuarela’’. Al explorar sus páginas, despierta una gran admiración ante su creación literaria: una invitación a la esperanza, una reflexión sobre la vida y el amor, su permanencia y su significado. El arte del flash y la invención se fusionan, creando una estética fascinante y reconfortante. De sus palabras emana una esencia que nos conmueve. Existe una simbiosis magistral entre poesía y fotografía, alma en el lente y en el poema, alas siamesas que sobrevuelan el mar que abraza la tierra.

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Es un deleite especial leer este texto. Abrazo el canto de los siglos, cuando las aguas se separaron y brotó la vida en la naturaleza. José Félix Olalla, a través de sus palabras, nos conduce a redescubrir el amor por la vida y el cosmos, un amor que a veces se refleja en una gota iridiscente y otras veces se pierde en la prisa de lo superficial. En ‘’Acuarela’’ se refleja el amor por las belugas que emergen libres en otros mares: "Belugas tendidas en suelo de algodón y seda". Ese amor por las razas ancestrales, que le provoca saudade en Teotihuacán, donde el plumaje del quetzal se inmortaliza en su recuerdo: "El plumaje del quetzal, la simiente que perdura en Mesoamérica". En el alba de su corazón, piensa con una sonrisa en los cauces del Volga y el Kamo. La música del tambor guaraní conecta con su cosmovisión espiritual, pero en su mirada, la traición y otras ambiciones se retratan en un duelo que quisiera escribir con otros versos.

En los matices de su escritura, hay un puente colgante de belleza incomparable sobre el Orinoco, que fue riqueza y flora multiplicada en una Guayana que hoy clama libertad. Su pulso refleja la preocupación de una abeja cuando medita, haciendo catarsis en sus versos. El vínculo de un puente a otro es más que su longitud, más que una travesía turística. ¿Acaso en el puente de Brooklyn, en lo alto de sus estribos y en lo profundo de su corriente, la desazón tendrá sal en los ojos o miel en la sonrisa? El autor observa los muelles que traen aves, excusas, fardos pesados y ligeros, rostros que se quedarán, que se marcharán, que se ahogarán en el calor del sol, que danzarán con Ignacio, o quizás los ángeles se apiaden de su sed.

Sus metáforas son un refugio de amor por todo lo viviente: minúsculas rosas, pétalos libres al son de la ventisca, alegoría de la vida. En su lírica, canta un búho de nieve, un pez en las aguas de un atleta, un pez que salta y corona su hazaña. Su atención se escapa del piélago y filtra los sonidos que braman de su azul insondable. Este letrado sabe que no puede sostener el mundo en sus palmas, porque sus filamentos no se mueven a su antojo. Pero es consciente de que su sed será saciada, porque bebe de la fuente inagotable que proviene del Altísimo, diseñador magnánimo de toda la creación perenne.

Camina plácido por el itinerario que surcan las aguas de ese pequeño Edén que aún nos queda. En su creación literaria, la expresión emana y lo real se transforma en una vivencia sensitiva y atractiva que permanece en el momento. "Aquí crece mi otoño con una rara tendencia hacia mañana". "Seré un hombre sin contemplaciones y olvidaré al niño que era, para siempre". La poesía de José Félix es un transporte para que el pensamiento fluya, para el análisis, para ver el mundo en la pureza de su belleza, con ojos de piedad. En su abordaje poético, comunica de manera extraordinaria el conocimiento de lo bello y lo impresionante de lo existente. En sus expresiones, lo relevante que da sentido a la vida nos toca el alma. La palabra nada con el rostro en el firmamento. La mirada oculta es feliz con el aire que se esparce en la faz. Al nadar en el agua con el rostro hacia el azul infinito y al abrir los ojos, ¡Oh, hermosura eterna, cuánto extasía! En esa fantasía exagerada, en ese suave canturreo de la lluvia del cielo, cuando caen los mares y ríos del razonamiento, su inmejorable exégesis como rapsoda se decanta (es elogiable). Baja el verso a las aguas, con las alas activas, y vuelve a la arcilla.

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Este poeta tiene en sus ojos albricias para el mundo. Su palabra es cálida como la roja estrella del día y seduce como azogue en el éter. Tiene la sapiencia de una espesura primitiva y el frescor de una acequia que despunta en los recónditos zarzales. Su fraseología absorbe del poema y es recíproca. Y es que su creatividad no se agota. En su escritura, busca armonizar su testimonio lírico con la existencia y decirnos mucho de la manera más verdadera y factible para captar el interés de los lectores. Así, logra que sus composiciones y concepciones sean entendibles y accesibles. Este autor escribe desde su sabiduría, desde su profunda sensibilidad y desde el misticismo que se desborda en su moralidad. "No me ocultes el rostro. Que tu enigma sea el estímulo, el bordón para subir a los montes, una cantimplora en la cintura, una palabra que yo recuerde".

Para José Félix Olalla, un ápice de agua, una gota, concibe una luz sobre las brácteas de los pinos tras el rocío. Una gota nunca es demasiado, y su duración es transitoria. A través de su poesía, crea senderos que tienen paraísos de encanto. Para él, la poesía es una forma de vivir en la misma proporción emocional y física. En este poemario se oculta un carácter piadoso y una intención de anidar en un universo confortable, que nos recuerda el paraíso primigenio, cuando las transgresiones y los deslices no tatuaban la piel, en el tiempo en que Dios no tenía que escribir la sentencia en una tabla que nos prueba cada hora, cada segundo.

En su poética, hay un convite estético, una aventura placentera donde nos comunica su esencia, esa que aún tiene sed de palabras distintas, vastas, quebradas, vocablos repletos de inocencia. Un lenguaje vibrante, delicado, arraigado, anexado a la piel. Palabras grabadas en la psique, en el borde, en el escriño perenne de la memoria. ¡Cuántos sentimientos de amor hay impresos en sus versos, y una cavilación que se alza más allá de sus hombros sobre el amor! Muchas veces no nos damos cuenta de las transformaciones que acontecen cuando nos miramos en el espejo. Este no nos devuelve con exactitud el reflejo de nuestros cambios. Nuestra lógica tiene diferentes simetrías. Nuestras experiencias deciden el ser nuevo que convive en el tejido. Es consciente de la variación cuando concurre a una misma circunstancia y la respuesta no es la misma que antes. Lo que sucede hoy nunca será igual a lo que fue ayer. Así es la vida en su discurrir, no es estática.

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José Félix Olalla lleva su propio afluente en su interior, su río propio, limpio, sin raudales turbios. Nos da a beber su pureza que desciende por esta escritura diáfana que página a página se lee con denuedo y maravilla. Su creación poética emerge abrazada de su voz que, prolífica, es como un pájaro con muchas alas que asciende y nos cautiva con su canto. ¡Qué modo de exaltar la tierra, de alabarla! Concilia con la naturaleza. Manifiesta su amor a todo el sistema ecológico. En este libro se aprecia un sentimiento y un renovado recato de la valía hacia la tierra y la humanidad. Hay una intención muy marcada de celebrar la vida, de hacerle un festín al amor. Una luz refulgente se desprende de su sentir, enajena la comunión que tiene con la naturaleza, nos transmite como contempla su belleza. Este autor habla con ella. Tiene un vínculo especial, un respeto perceptible, un esmero. Un sentido de escucha a todo lo que la naturaleza prodiga. Eleva una canción que gime y, al mismo tiempo, es un vals de sonrisas. En cada alborada que se acaba, vuelve otra a despuntar, aunque la noche se prolongue, la vida llega renacida.

Las metáforas en estos poemas de José Félix construyen mundos en los que el verbo adquiere una significación compleja y particular. "Todo lo que heredamos de los mares vive ahora en mis ojos cerrados y los calma". La poesía se metamorfosea en un estilo que posee ritmicidad. Deriva de su inconsciente y lo transforma en palabras cargadas de ilusión. Leemos la magia en las sílabas, en los versos. Aquí, en las páginas de ‘’Acuarela’’, el poeta realiza una travesía interna que lo lleva a reconsiderar su existencia en la tierra y a encontrar un sentido recóndito en su vida. Cabe destacar su conexión con lo divino. Da vida a la reflexión para hallar la exención, para discernir si la humanidad tendrá la capacidad de meditar en ello. ¿Acaso el ser humano podrá albergar esta intención y llevarla a cabo? Es urgente luchar contra la oscuridad, para dar paso al fulgor interior que ilumine el exterior. Él bosqueja un panorama diferente en su creación lírica. Hay un paraíso en su pincel de luz. Nos atrapa en ese regalo que nos brinda en cada poema. El azar urde y, en este poemario, licua el presente, rompe la rutina. Amasa preguntas, explora el despliegue del logos, la espiritualidad a través de los elementos principales de su poesía. Vemos una ciudad nueva, barcos con el viento a su favor, un nuevo cielo con todas las posibilidades.

Medito, como lectora, en ese raro matiz que posee la felicidad, y es como un prestidigitador que extrae de su verbo un ramillete de reflexiones. Lanza al aire aromas de manzanilla, lavanda y menta. Hay néctares en los frutos ácidos y secos, las campanas tienen un tañido que deleita a las aves, el orvallo desprende un aroma envolvente en los jardines de la memoria, el cielo se viste de otros azules degradados. El mundo bebe una palabra alucinante. En su expresión, todo trasciende, pero lo verdadero se transfigura en una vivencia donde lo emocional y estético es perenne en el tiempo del tiempo. ‘’Acuarela’’ posee, en sus vocablos, un silencio que habla. Una comunión con el alma. Hay un diálogo entre carne y espíritu, un vínculo entre la mente y el ser. Se intuye un lugar para escapar de las quimeras del espíritu. En este libro, describe una melancolía verde por lo adánico, por lo primigenio, cuando Dios, de una acuarela revuelta, pintó categóricamente nuestro planeta Tierra. Con cautela en sus líneas, propone que escuchemos el rumor de las energías que pululan en el universo, pero también que sintamos la melodía que emana de Dios y su reino.

Es maravilloso que exista un escritor como José Félix, un artesano que fluye, que nos remonta en su vuelo lleno de talento. Es capaz de compartirnos toda esa riqueza que emana de su interior. Es un maestro de la vida, pero tiene la humildad para seguir aprendiendo de ella en toda su dimensión. Ama la naturaleza y nos invita a amarla. Crea, inventa espacios de quietud, de armonía. ¡Cuánta nobleza desbordada de su pluma! Escritores así adornan el proscenio de la vida. Las palabras están ahí encerradas, como el agua de una represa que abre sus compuertas para liberar sus aguas contenidas. Así, él nos libera el poema que acariciamos con beneplácito. Creyente del diseño divino, nos proyecta un hálito de su luz. Sobre el talud, las imágenes se erigen en la brisa fresca, entrelazadas con latidos, cadencia y tiempo. El camino del agua se descubre con trazos castos, el azul celeste se flexiona en sus planos, formas, ángulos, y la resonancia del céfiro en el cenit retrata la eufonía de musa y plectro. Todo individuo es matiz y sustancia. En su configuración, hay propósito, y en cada silueta subsiste el conocimiento de una insuperable obra divina. Este mundo fue el bosquejo de la providencia, que, en su aliento y en su tiempo preciso, tuvo la inspiración para crear los cimientos de este cosmos.

En el hilo etéreo no existió la casualidad en el baile del viento, ni en el contacto fugaz de unos labios que besan, ni en el mar que se extingue imaginando la ola que, en un tiempo, fue parte de las alturas, borbollón y gemido. No es posible el declive de una sombra sin un noble soporte, no hay huellas que desdeñen el camino distante. No hay una divinidad olvidadiza que destruya a la humanidad con hexaedros que giran sin orden ni medida. En su totalidad, el mundo es un filamento transversal que el tiempo hila, una urdimbre secreta que jamás se rompe. El grito de un trueno antes de ser murmullo. En el polvo se ven las marcas impecables. En los arbustos se ven las florecillas duplicadas. En la mirada de la memoria oculta: todo estuvo manuscrito antes de los clavos. El mundo, en su perfección, ve en la rama la flor duplicada. En la mirada, las evocaciones ocultas nadan, bracean. Porque todo se escribió mucho antes de la afrenta, el vituperio y la corona de espinas.

José Félix Olalla, poeta.

El autor no ignora la creación ni lo que el hombre ha hecho de ella. No busca culpables, sino que aspira a que elevemos la mirada hacia el azul y respetemos la vida. En su corazón anida una esperanza: que el amor renazca hacia la creación, obra del arquitecto supremo. Derrama las palabras sobre una gota encantada, deslizándonos entre sus páginas un torbellino de versos. Considera fundamental el encuentro con uno mismo, el sosiego a la sombra de un árbol frondoso, la contemplación del nido de un pajarillo que adorna el mundo con su alegría. Observar una barca con un pescador lanzando su red, absorto en su propósito. Escuchar el murmullo del río en su descenso impetuoso. Reír del choque de pensamientos en los laberintos de la mente. Tostar la piel bajo el sol. Pensar en los ángeles y su misión. Agradecer porque "la naturaleza nos habla mientras el género humano no escucha", emulando el sentir de Víctor Hugo.

En este texto, su visión del amor cabalga con un vigor libre e irrefrenable, trascendiendo fronteras y rompiendo ataduras. Es evidente el espacio de refugio y permanencia. ¡Cuánto aliento profundo emana de su conciencia! Explora, cuestiona y escudriña en sus orígenes líricos, consolidándose en sus versos innovadores. Existe una equivalencia entre el organismo y la naturaleza, un eje transversal que siempre los ha unido, un engranaje especial. "El océano y la atmósfera mantienen una relación precisa en la que estamos unidos", confiesa en su inventiva todo su sentir, todo lo que vive con intensidad, en la profundidad de su estilo. Atestigua que vive en paz con su entorno, que está agradecido por la vida, que ama y disfruta de todo lo que ofrece la naturaleza. Es temprano, aún tiene tiempo dentro del tiempo para repensarse, para atesorar lo que la creación le brinda en su máximo esplendor.

¿Acaso el jardín del Edén está en este planeta, oculto para algunos? ¿O solo lo pueden ver los iluminados, los piadosos, los arrepentidos? Este escritor nos muestra el apacible lugar donde reside la paz. Nos revela generosamente el espacio blanco y diáfano de la consonancia. Nos dice que no hay apremio, que los temores se pueden vencer. Nos guía en un torbellino donde se funden la alegría y ese milagro llamado vida, que en su júbilo contiene luna, sol y ríos. Tras su lectura, los días confusos deben cesar; no habrá debacle en la palabra. El pensamiento no estará convulso, porque este autor siembra primavera entre nubarrones.

"Acuarela" narra un viaje introspectivo y transformador sobre el entorno y, especialmente, sobre su propio estado emocional y existencial. Descubrió que el gozo reside en el viento que acaricia el semblante. José Félix Olalla, como San Pío de Pietrelcina, ha encontrado un significado más profundo de la vida. "Acuarela" nos brinda la oportunidad de renovar encuentros con la materia. Llueve en mis manos, me adentro en el río. Navego en el mar. Una gardenia perfuma mi otoño. Sigo el rastro de un pelícano que compite con el viento. Un ángel me mira, toca la sal de mis ojos; no tiene sed, pero lava mi rostro. Ambos sonreímos, porque estrecho fuerte, muy fuerte, este poemario llamado "Acuarela". Aprendo con el a difuminar con otros matices el amor por esta vida antes de que se extinga. Camino sobre mis pasos y regreso al génesis. Adán y yo tenemos sed.

EN ESTA NOTA

Evelyn Ramos Miranda

Poeta y narradora

Evelyn Ramos Miranda. Nació en Santo Domingo un 9 de febrero. Obtuvo una licenciatura en Educación Inicial y una maestría en Administración y Supervisión de Programas de Educación Inicial en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Catedrática de Educación en varias universidades. Ha sido funcionaria en diversas instituciones públicas como coordinadora de Educación en (MINERD, CONANI, IDSS y subdirectora de la Estancia Infantil de la UASD). Es Gestora Cultural. Labora como Coordinadora en la Casa de la Rectoría de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Sus poemas han sido publicados en revistas culturales y periódicos e incluidos en varias antologías, destacando Al filo del Agua, del Taller Literario César Vallejo de la UASD; Sororidad, Poesía y Narrativa (2020). Y Antología: Colección Poética Lacuhe (2022), Antología (poesía y narrativa) Detrás de las máscaras (2023). Tiene dos libros publicados: Al filo del vuelo (2023) y El País de los Dulces (2023). Ha participado en diversas Ferias Internacionales del Libro en Santo Domingo, New York, Colombia y Venezuela, como conferencista y poeta. También en diferentes tertulias y recitales del país y Puerto Rico. Es miembro del grupo poético Mujeres de Roca y Tinta. Egresada del Taller Literario César Vallejo de la UASD.

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