Sobre la directora

Coralie Fargeat, directora francesa formada en La Fémis1 se consolida como voz transgresora del cine feminista con The Substance (2024). Tras su impactante ópera prima Revenge (2017) —que subvirtió el género rape-revenge—, Fargeat profundiza en su crítica al patriarcado capitalista mediante un body horror hiperestilizado. Sus films, cargados de neones ácidos, violencia gráfica y simbolismo político, desmontan la opresión sistémica sobre los cuerpos femeninos. Ganadora del Premio al Mejor Guion en Cannes por The Substance, Fargeat fusiona lo visceral con lo intelectual, retando al espectador a confrontar la mercantilización de la juventud y la autoexplotación como mandato cultural.

El Poeta Nacional dominicano Pedro Mir, en su obra Apertura a la estética, reflexiona sobre cómo el arte comunica "la realidad particular y única de las cosas" 2.

Bajo esta premisa, The Substance, trasciende el género de terror para convertirse en un espejo deformado de la violencia que el capitalismo ejerce sobre los cuerpos femeninos. Con una estética deliberadamente grotesca y simbología incisiva, la película no solo retrata la obsesión por la juventud, sino que desnuda los mecanismos del sistema que convierten la vida en mercancía y la resistencia en cicatriz.

Esta película comulga sin proponerselo con estilos teatrales netamente contestatarios e ideológicos que tocan la filosofía marxista en el contexto de “método para pensar”. El más cercano creador teatral que me atañe porque conozco su concepción del mundo y su praxis teatral es el director domincano Haffe Serulle.

Viendo esta película no pude evitar evocar la maravillosa obra de Haffe llena de una estética simbólica esquisita como la obra cinematográfica de Fargeat.

Demi Moore.

El viaje al infierno de la belleza  

Esa "realidad particular y única de las cosas", como decía el poeta Mir, me lleva a escribir por admiración, de una Directora de cine que tiene su “cabeza bien amueblada” y por una obra de  arte cinematigráfico extraordinara, “The Substance”.

Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una estrella de Hollywood marginada por su edad, se somete a un tratamiento experimental llamado The Substance, que promete generar una versión joven de sí misma (Margaret Qualley). La trama, aparentemente sencilla, es el vehículo para un viaje al corazón de la opresión. Cada paso de Elisabeth hacia el laboratorio es una inmersión en la podredumbre que sustenta el mito de la perfección: para llegar al edificio ultratecnológico donde se inyectará el suero, debe cruzar un barrio marginal inundado de basura y abandono. Estas calles olvidadas no son escenografía: son la evidencia física de lo que el sistema oculta tras su fachada de brillo. La basura acumulada, los cuerpos descartados y el aire viciado simbolizan el costo real de la eterna juventud: comunidades explotadas, residuos del sueño capitalista. Fargeat, con este contraste entre el dorado opresivo del laboratorio y la miseria circundante, denuncia cómo la belleza hegemónica se construye sobre la exclusión de lo "feo", lo viejo, lo no rentable.

Rituales de humillación: La puerta que obliga a arrastrarse

La puerta es un símbolo poderoso. Recuerdo que en la obra de creación  colectiva  Miriam la Buena introdujimos ese símbolo y en los parlamentos trabajados por el director Haffe Serulle enfrentaba al público a una decisión ideológica cuando el personaje que representaba al Asistente del Presidente le decía a este que la puerta ya estaba cerrada, que nadie podía entrar, y el Presidente le decía: “¡No, no, no…salir!3. El público debía buscar la pista del rompecabeza simbólico e ideológico contenido en esos parlamentos.

En el caso de “The substance”, para llegar al laboratorio, Elisabeth enfrenta otro símbolo potente: una puerta metálica (un símbolo estético-ideológico) que, tras pasar la tarjeta de acceso sobre el lector electrónico, solo se abre un poco, obligándola a entrar casi reptando. Este no es un error de diseño, sino un ritual de sumisión. La escena evoca las "puertas de los esclavos en las plantaciones coloniales y los prisioneros en cárceles de castillos y fortalezas medievales" —umbrales bajos donde se impedía cruzar erguido.

Una de esas puertas la vi en el Fuerte de San Felipe, en Puerto Plata, República Dominicana. El amable Guía que nos orientaba sobre el monumento, nos decía en un momento de sus explicaciones, que, y señalaba la puerta, lo bajo de ella no era un error de construcción. Nos decía que esas puertas se construían por vulnerabilidad táctica, pues un prisionero  que escapara por ahí agachado, con su cabeza baja, no podia atacar fácilmente al carcelero. En ese espacio, detrás de esa puerta rara, estuvo preso Juan Pablo Duarte, Padre de la patria Dominicana.

Había más razones, de caracter militar, climático y arquitectónico como mensaje político: En un mundo donde el espacio físico reflejaba jerarquías sociales, las puertas bajas eran una metáfora de que "para entrar aquí, debes renunciar a tu dignidad". Pero hay otra razón que para el caso de este comentario es la más importante, es la que conecta con The Substance. 

La puerta como símbolo de opresión moderna 

En la película de Coralie Fargeat, la puerta baja que obliga a Elisabeth casi a arrastrarse retoma este legado medieval, pero actualizándolo al capitalismo actual.

Así como las puertas medievales no tenían un verdugo visible, el Sistema en The Substance opera mediante reglas anónimas y tecnología alienante.

La tecnología aquí no libera, sino que disciplina: para acceder al elixir de juventud, Elisabeth debe reducirse física y simbólicamente, encarnando el mandato patriarcal de ocupar menos espacio, de pedir disculpas, de humillarse por existir. La puerta baja es la metáfora perfecta de un sistema que exige a las mujeres mutilarse —física y emocionalmente— para ser visibles.

La voz fantasma y el poder sin rostro 

Dentro del laboratorio, una voz impersonal —sin cuerpo, sin identidad— guía a Elisabeth. Este cuerpo invisible tecnológico que vende la sustancia simboliza la deshumanización del capitalismo. No hay villanos concretos, solo protocolos y máquinas que naturalizan la violencia. La voz podría ser un algoritmo, un ejecutivo anónimo o el propio Sistema internalizado: un poder que no necesita mostrarse porque ha convertido su lógica en sentido común. La ausencia de un antagonista humano refuerza la tesis de Fargeat: el enemigo no es un hombre, sino una estructura que nos convierte en cómplices de nuestra propia destrucción.  

Fluidos, espejos y la guerra contra el cuerpo

La sustancia que Elisabeth se inyecta brilla como oro líquido, pero esconde la viscosidad del pus. Este fluido ambivalente —a la vez precioso y corrupto— sintetiza la mentira de la industria de la belleza: vende veneno como salvación. Los fluidos corporales, lejos de ser tabú, se convierten en armas políticas. Cuando Elisabeth sangra, no lo hace como víctima, sino como resistencia. Su sangre menstrual, sus lágrimas y el sudor que brota de grietas en la piel desafían la pureza impostada que exige el Sistema.

Los espejos, por su parte, son cómplices de la tortura. Reflejan no rostros, sino ideales inalcanzables. En el clímax, cuando las dos Elisabeths luchan frente a un espejo roto, los fragmentos reflejados ya no muestran mujeres, sino monstruos. Es la esquizofrenia identitaria que impone el capitalismo: para ser aceptada, debes desdoblar tu cuerpo en productora y producto, verduga y víctima.

Marxismo, plusvalía y el canibalismo del capitalismo gore

La película dialoga con el pensamiento marxista al exponer cómo el cuerpo femenino se convierte en mercancía alienada. Elisabeth no es dueña de sí misma: su versión joven (Qualley) genera plusvalía a través de bailes y sonrisas, mientras la anciana (Moore) se pudre en un sótano como maquinaria obsoleta. Aquí, Fargeat se acerca a la teoría del capitalismo gore(4) de la filosofa mexicana Sayak Valencia: la sustancia dorada no es medicina, sino el propio sistema convertido en líquido tóxico, que exige a las mujeres autoconsumirse para ser rentables.

La muerte de ambas Elisabeths —una calcinada, otra reducida a líquido putrefacto— no es un final, sino la evidencia de un ciclo perverso. El Sistema no permite salidas individuales: solo devora y excreta. Como escribió Marx, "todo lo sólido se desvanece en el aire"5. The Substance añade: incluso lo que se desvanece puede dejar una herida que el capitalismo no pueda cerrar.

Conclusión: El cine como acto de resistencia  

The Substance no es una película para gustar: es una película para sangrar. En una era donde el feminismo se reduce a hashtags y la rebeldía a filtros de Instagram, Fargeat recuerda que la verdadera resistencia no está en rejuvenecer, sino en negarse a participar. Sus imágenes de una estética delirante —saturada de neones ácidos y huesos astillados— no es un ejercicio de estilo: es un espejo que nos obliga a confrontar lo que hemos normalizado.

Al final, la pregunta no es si Elisabeth sobrevive, sino qué hacemos nosotros: ¿Seguiremos arrastrándonos por puertas bajas? ¿O usaremos nuestras grietas, fluidos y cicatrices para manchar el espejo que nos ordena destrozarnos? Como dice la icónica frase de la película: "Si te exigen ser carne, conviértete en cicatriz". En un mundo que nos enseña a temer el paso del tiempo, quizás la mayor rebeldía sea envejecer con orgullo y aceptar nuestro cuerpo.____________

1 LA FÉMIS: LA FÁBRICA DE CINEASTAS DE FRANCIA: La Fémis (École nationale supérieure des métiers de l’image et du son) es la escuela de cine más prestigiosa de Francia y una de  las tres más influyentes del mundo. Fundada en 1986 (sucesora de la histórica IDHEC, creada en 1943), está ubicada en los antiguos estudios Pathé en Montmartre, París, y opera bajo la supervisión del Ministerio de Cultura francés.

La Fémis prioriza la autonomía creativa sobre la técnica. Como dijo el director Olivier Assayas (egresado del IDHEC):

> "Aquí no te enseñan a hacer cine, te enseñan a pensar el cine".

En resumen: La Fémis no es una escuela, sino un laboratorio donde se forja la identidad del cine francés contemporáneo. Su lema —"La libertad se toma, no se da"*— refleja su espíritu vanguardista y contestatario.

 2 Apertura a la Estética: Pedro Mir.

 3  Miriam La buena: HaffeSerulle.

 4  Capitalismo Gore: Sayak Valencia.

El capitalismo gore —acuñado por la filósofa mexicana Sayak Valencia— describe una fase del capitalismo donde la violencia extrema se normaliza, mercantiliza y consume como espectáculo. En contextos de desigualdad y despojo, cuerpos marginados (migrantes, mujeres, pobres) se convierten en "materia prima" para industrias ilegales (narcotráfico, trata) o simbólicas (medios, entretenimiento).

EN ESTA NOTA

Carlos Sánchez

Escritro

Carlos Sánchez es escritor.

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