
El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya nació en Honduras en 1957, pero llegó a El Salvador, el país de su padre, siendo muy pequeño y allí se crio y echó raíces.
Pero hace más de dos décadas que el que fuera uno de los fundadores del ya desaparecido periódico salvadoreño Primera Plana, solo regresa de visita.
A los 22 años, cuando comenzaba la guerra civil, se fue por primera vez. Como él mismo relata, prefirió salir en lugar de tomar un fusil.
Con el paso del tiempo, el exilio se convirtió en su forma natural de vida. Vivió en México, Costa Rica, Guatemala, Canadá, España e incluso en Japón y Alemania. Actualmente reside en Estados Unidos, donde es profesor en la Universidad de Iowa.
Antes, cuando volvía a El Salvador, lo hacía con la idea o sueño de establecerse en el futuro como relata en la novela "El sueño del retorno" (2013). Pero todo se quedó en eso, en un sueño.
Sin embargo, su país impregna sus libros desde el principio de su trayectoria literaria, que incluye 13 novelas, 5 colecciones de relatos y 3 ensayos. Sus textos han sido traducidos a 15 idiomas.
BBC Mundo conversó con Castellanos Moya en el marco del festival Centroamérica Cuenta, que se realiza en Guatemala entre el 19 y el 24 de mayo.

A través de Erasmo Aragón, uno de los personajes de la saga familiar que has escrito a lo largo de los años, has reflejado los efectos de la violencia y la política en El Salvador y en Centroamérica. ¿Qué supone para ti enfrentarte a esos temas?
Durante mi niñez, en El Salvador no había tanta violencia, era mucho más solapada, uno podía jugar fútbol en la calle sin temor de que lo fueran a matar.
Pero a partir de cuando yo tenía 14 o 15 años, comenzó a polarizarse la situación política y la violencia empezó a convertirse en un hábitat natural y a infectar la vida cotidiana.
La verdad es que la violencia no es algo en lo que yo haya pensado o me haya propuesto incluir en mis libros, sino que es parte de esa vida cotidiana, como alguien que ahora crece en Ucrania tendrá que incluir la violencia en sus novelas.
No es necesariamente porque esté interesado en ella, sino que forma parte del aire que se respira.
En el pasado has dicho que lo que te interesaba era contar cómo se pelea con una dictadura y todas las emociones y contradicciones que esa lucha genera en la familia, algo que recoges, por ejemplo, en tu novela "Tirana memoria". ¿Cómo viviste esa historia?
En El Salvador solo hubo una dictadura militar, la que está precisamente en "Tirana Memoria", que fue la del dictador Maximiliano Hernández Martínez, de 1931 a 1944, así que yo no la viví.
Después, lo que hubo fue un régimen militar fascista y genocida, que no permitía el pluralismo político, pero era un régimen donde había cambio de coronel cada cinco años. Es decir, la imagen del dictador no es común en el imaginario del salvadoreño como en el del nicaragüense que sí lo es.
Yo viví la violencia militar como sistema, como un régimen en el que el ejército era el partido que dominaba todos los ámbitos de la vida política.

¿Y cómo fueron esos años de violencia militar que viviste?
Al principio la violencia está como rodeándolo a uno, pero uno no se involucra; es decir, uno siente que algo está sucediendo, sobre todo en mi caso, porque yo era un adolescente cuando comenzó todo.
Pero a medida que fui creciendo y fue creciendo el enfrentamiento político lo que se dio fue una radicalización. La izquierda se radicalizó, se armó y montó un ejército para pelear contra el ejército del gobierno y la derecha.
Esa radicalización lo que produjo es que se involucraran generaciones enteras. Muchos de mis amigos estuvieron peleando en el monte 10 años con fusil en mano, hasta que se firmó la paz en el 92.
Yo no viví la guerra civil, me fui a México, donde estuve exiliado 10 años hasta el 91, porque seguramente no tenía ni la textura ni el talante para andar matando en una montaña. Ni el valor.
Pero la literatura está hecha no de lo que uno ha vivido, sino de lo que uno no ha vivido, de las cosas que a uno le quedaron pendientes en la vida, porque si no, no sería ficción, sino que sería autobiografía.
Esos combates diarios en todo el país durante 10 años, con tanta represión del ejército y tantos civiles asesinados, marcaron una guerra civil típica por razones ideológicas, en la que como ni la izquierda ni la derecha pudieron vencer se hizo una negociación de paz y se construyó la democracia que duró 30 años y ya no existe más.
¿Ya no existe más la democracia en El Salvador?
Digamos que ese sistema democrático no existe más. Acabó con las elecciones de 2019 cuando ganó el que ahora es presidente (Nayib Bukele), porque borró a los dos partidos que dominaban la escena. Los derrotó tan apabullantemente en las urnas que prácticamente se convirtieron en fantasmas.
Pero esos dos partidos eran la expresión política de las fuerzas militares que se habían enfrentado en la década de los 80; es decir, era un régimen político que arrancó con la firma de la paz en el 92 y que llegó hasta las elecciones del 2019, en que se dio la alternancia en el poder, el respeto de las instituciones políticas, la división de poderes, y todos los elementos típicos de la democracia.
Sin embargo, se desgastaron ejerciendo el poder por tres décadas, y colapsaron por sus rencillas internas, su corrupción, su falta de visión y su propia estupidez.
Entonces aparece este nuevo caudillo y los borra electoralmente, dentro del mismo sistema democrático que ellos habían creado con las negociaciones de paz. Lo que hace es vaciar esas instituciones que no tienen ya ningún sentido, porque es un solo partido personalista el que lo controla todo.

¿Cómo valoras ahora la situación en comparación?
Ahora lo que hay es un sistema político sui generis, donde las instituciones existen pero vaciadas de su contenido.
¿En qué sentido? En el que al no haber alternancia en el poder, al no haber separación de poderes, porque la misma persona controla todo, lo que tenemos es una autocracia.
Ahora bien, con una singularidad: el apoyo popular. No es por la fuerza. No es un dictador militar que se impone matando a la gente como Daniel Ortega en Nicaragua, sino que es un hombre que gana en las urnas, que se reafirma en las urnas en una segunda y tercera ocasión y que cuenta aún con el suficiente respaldo popular para vaciar a las instituciones de su contenido democrático y convertirlas en instituciones a su servicio.
No podemos hablar de una dictadura en el sentido estricto, porque una dictadura se entiende como un sistema impuesto a la fuerza sobre la gente. Pero aquí es la gente la que ha escogido a este señor.
Ya si después se arrepienten, será también un problema de la misma gente que lo votó.
Las guerras suelen dejar una herida muy profunda. ¿Cómo cerrarla?
La verdad es que no ha habido tiempo de nada. Primero fue la violencia de la guerra civil, después vino la violencia de las pandillas.
Toda la violencia de la guerra civil se recicló en las pandillas.
La gente nunca ha tenido tiempo de curarse de nada, porque pasa de una violencia a otra. Así que lo que se hace es sobrevivir y quien puede se va. La liberación es la salida.

¿Cómo se llegó a ese punto?
Para mí fue por el ejército.
El Salvador fue desarrollando una sociedad civil democrática, y hubo un momento en el que el régimen fascista, militar como el que existía, que no aceptaba las derrotas electorales, tiene que reprimir.
Una vez que lo hace, la gente que se está manifestando se da cuenta que no tiene más opción que armarse. Si el voto ya no sirve de nada, ni se puede protestar en las calles, entonces la única solución es sacar a tiros a esa gente.
Eso fue lo que pasó en El Salvador en los 70.
En los 90, el fenómeno de las maras fue distinto, porque eso no tiene nada que ver con la política. Fue un fenómeno de delincuencia más complejo.
En todo esto siempre ha habido además un factor social.
No importa que tú construyas democracia, si no tienes los medios materiales para hacer la inversión social que te permita sostener esa democracia. Tienes que invertir en educación, en pequeña empresa, en salud.
La gente tiene que sentir que la democracia no es una idea de ir a votar, sino que es una materialidad, y eso nunca se ha producido en Centroamérica, probablemente solo en Costa Rica.
Yo diría que en muchos países latinoamericanos, la democracia nada más es una forma de hacer un juego político para las élites, que no se refleja en la cotidianidad material de la gente.
¿Fue ese uno de los motivos que hizo que las maras se hicieran tan fuertes en El Salvador?
Sí, porque al finalizar la guerra civil los dirigentes políticos se dedicaron a organizar su juego democrático, pero no tenían los medios para hacer la inversión social necesaria.
Y al mismo tiempo Estados Unidos comenzó a deportar criminales, maras, que cayeron a un caldo de cultivo perfecto, que era toda esta juventud que no tenía opciones, porque no había inversión social para ello. Se convirtieron en una lacra social.
Pero las desactivaron y ahora El Salvador se ha convertido en una sociedad carcelaria y la mayoría de la población al parecer sigue contenta. Aunque cada vez hay más afectados por la represión, en general la gente ha estado dispuesta hasta ahora a pagar un precio por no tener a esos criminales en las calles. Y ese precio es la ausencia de una democracia liberal.

¿Si desaparecieran las maras seguiría habiendo tanta violencia? ¿O es parte ya de su identidad como sociedad como apuntan algunos expertos?
Es muy difícil saber. Por lo pronto a la violencia la han metido en las cárceles. También se ve en las calles un poco, pero lo que se confirma es que la violencia es un círculo vicioso, porque ahora está volviendo con los militares y los policías, que utilizan el estado de emergencia para reprimir y encarcelar a quienes presentan oposición política.
No creo que la violencia se haya acabado en El Salvador. Creo que nada más, como siempre pasa, se recicla. Pasa de un formato a otro. Es un círculo vicioso.
De un régimen militar que reprimió políticamente a la izquierda, pasó luego a la guerra civil de los 80, enseguida a las maras, y ahora de nuevo a un régimen con un líder político civil que utiliza al ejército como instrumento de represión.
No fue la policía la que acabó con las maras, sino el ejército. Se le dio al ejército la luz verde para acabar con esa lacra social, pero no sabemos en qué terminará esta situación.
¿Crees que se va a mantener mucho tiempo este nuevo sistema en El Salvador?
Cuando desaparece la zozobra, la gente comienza a darse cuenta de otros problemas sociales y económicos. Y si cuando empieza a demandar soluciones el gobierno responde a palos, podemos tener una situación similar a la de los 70.
Así es que yo no soy muy optimista.
Se cambió la Constitución para permitir la reelección, y el presidente es un hombre joven que se puede quedar ahí muchos años, pero eso depende de muchos factores que no están en sus manos.
En el corto-mediano plazo, no parece que vaya a haber cambio de régimen o que surja una fuerza política que pueda derrotar al presidente. Todo apunta a un largo reinado.

Tú llevas más de dos décadas en el exilio, un exilio que has recogido en muchos de tus libros. Es habitual al dejar el país albergar la esperanza de volver, pero muchos migrantes sienten el sueño del retorno cada vez más lejos. ¿Crees que en algún momento se podrá regresar?
Eso depende. En El Salvador se da que mucha gente que ha logrado una legalidad migratoria en Estados Unidos o en otros países se da la oportunidad de regresar sin perder su pie en el país donde se exilió, donde se fue a vivir.
Hay muchos salvadoreños que son estadounidenses ya, porque se fueron legalmente.
Ahora, la gran mayoría está ilegal o en condiciones precarias y para ellos sería una pesadilla regresar, no un sueño. Regresar a un país sin oportunidades sería difícil.
Yo no creo que El Salvador se desarrolle de la noche a la mañana para ofrecer empleo, salud y educación, si no lo ha hecho en 200 años.
¿Y tú tienes ese sueño de retorno a El Salvador del que escribiste?
No. Yo escribí esa novela hace muchos años, y explica precisamente que eso es un sueño, que el país que uno dejó ya no existe. Quizás yo he perdido mi capacidad de imaginación, no me imagino vivir allá.

Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro nuevo canal de WhatsApp.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
- Quién es Ruth López, la abogada de derechos humanos crítica de Bukele que fue detenida en El Salvador
- Cómo es el Cecot, la megacárcel en la que Bukele encerró a los cientos de venezolanos que el gobierno de Trump deportó a El Salvador desde Estados Unidos
!function(s,e,n,c,r){if(r=s._ns_bbcws=s._ns_bbcws||r,s[r]||(s[r+"_d"]=s[r+"_d"]||[],s[r]=function(){s[r+"_d"].push(arguments)},s[r].sources=[]),c&&s[r].sources.indexOf(c)<0){var t=e.createElement(n);t.async=1,t.src=c;var a=e.getElementsByTagName(n)[0];a.parentNode.insertBefore(t,a),s[r].sources.push(c)}}(window,document,"script","https://news.files.bbci.co.uk/ws/partner-analytics/js/fullTracker.min.js","s_bbcws");s_bbcws('syndSource','ISAPI');s_bbcws('orgUnit','ws');s_bbcws('platform','partner');s_bbcws('partner','acento.com.do');s_bbcws('producer','mundo');s_bbcws('language','es');s_bbcws('setStory', {'origin': 'optimo','guid': 'cp921p97evno','assetType': 'article','pageCounter': 'mundo.articles.cp921p97evno.page','title': '"No creo que la violencia se haya acabado en El Salvador. Solo se recicla, pasa de un formato a otro. Es un círculo vicioso"','author': ' Almudena de Cabo – BBC News Mundo@Centroamérica Cuenta','published': '2025-05-20T13:14:58.53Z','updated': '2025-05-20T13:14:58.53Z'});s_bbcws('track','pageView');
Compartir esta nota