
Padre del realismo mágico, precursor del boom latinoamericano, coloso de las letras y renovador del lenguaje, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias visibilizó el mundo indígena y la cultura maya, y fue pionero en llevar a la literatura del continente el retrato de un dictador.
Asturias es uno de los únicos seis premios Nobel de Literatura que ha dado América Latina.
Pero, a diferencia del mexicano Octavio Paz, el peruano Mario Vargas Llosa, el colombiano Gabriel García Márquez o los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, el guatemalteco es casi un desconocido para muchos lectores en el continente.
Trabajos monumentales como "Hombres de maíz", "Leyendas de Guatemala" o "El señor presidente" lo condujeron en 1967 a Estocolmo y a la cumbre de la literatura.
Pero otro libro, publicado proverbialmente ese mismo año, lo condenó al olvido.
La agria disputa que mantuvo con García Márquez por sus críticas a "Cien años de soledad", además de las rencillas y las diferencias políticas y generacionales que vivió en su madurez opacaron su obra poco después de recibir el Nobel y justo antes de su muerte en 1974 en Madrid.
Su personaje se vio también arrastrado por las dinámicas de la guerra fría: hombre de izquierda obligado al exilio por las dictaduras durante años, acabó, sin embargo, siendo rechazado por una parte de la izquierda latinoamericana.
Enterrado en París en el cementerio de Père Lachaise por deseo de su familia, que no quiso en ese momento que fuera sepultado en Guatemala o en España porque ambos países vivían bajo dictaduras, volverá finalmente a su tierra natal cuando se han cumplido 50 años de su muerte y 125 de su nacimiento, según anunció su familia.
Aunque aún no hay una fecha exacta para su regreso, el gobierno guatemalteco ha lanzado ya un concurso para que artistas del país diseñen el monumento fúnebre que guardará sus cenizas.
La "guatemalidad"
Nacido en 1899 en el seno de una familia medianamente acomodada, siendo niño su familia tuvo que emigrar de la capital a la granja de los abuelos porque el padre de Asturias, que era abogado y juez, se quedó sin trabajo tras negarse a encarcelar a unos estudiantes críticos con el régimen de Manuel Estrada Cabrera.
Allí entró en contacto con el mundo indígena por primera vez y fue a través de su niñera, una joven indígena que le contaba cuentos, leyendas y mitos mayas, que se despertó su interés por ese mundo fascinante y onírico que luego plasmaría en sus libros.
Se licenció en Derecho y fue uno de los fundadores de la Universidad Popular. Viajó en 1923 a París, donde viviría durante 10 años, estudiando etnología en la Sorbona, profundizando en el estudio de la religión maya y rodeándose de un círculo de escritores e intelectuales, entre ellos el surrealista André Breton.

Su obra, fuertemente marcada por la crítica social y política, creó universos narrativos mágicos en los que lo onírico y la mitología indígena se mezclaban con lo cotidiano en un cóctel que años después se bautizaría como "realismo mágico".
La tierra y el tiempo en el que vivió están muy presentes en sus páginas. "Hay una guatemalidad muy fuerte en la obra de Asturias, así como una forma muy asturiana de decir y de nombrar las cosas", explica a BBC Mundo la escritora y editora guatemalteca Carmen Lucía Alvarado.
Uno de los mejores ejemplos de ello es "Hombres de maíz", que narra la resistencia de los pueblos indígenas frente a la modernidad, y que tiene como protagonista a su personaje literario más célebre, Gaspar Ilom.
Años más tarde, su hijo Rodrigo, fundador de la guerrilla guatemalteca Organización del Pueblo en Armas, tomaría prestado Gaspar Ilom como nombre de guerra.
El éxito internacional de Asturias abrió el camino para otros autores que llegarían después de él. El Nobel puso el foco en los escritores de América Latina, que habían bebido de las fuentes de Asturias, y que más tarde se convertirían en lo que conocemos como la generación del boom.
"Miguel Ángel Asturias fue uno de los grandes renovadores del idioma, que asumió, sin ningún tipo de complejos, el encuentro entre dos barrocos: el barroco indígena, maya, y el encuentro con el barroco español del siglo XVI y XVII", señala el escritor guatemalteco Arnoldo Gálvez.
Esa explosión poética del lenguaje, barroco, sonoro, complejo y con un fuerte sabor maya, "se lee cuesta arriba", reconoce, sin embargo, Gálvez a BBC Mundo.
Y este es otro de los motivos de ese "olvido" del Nobel guatemalteco.
En una época en la que se da preferencia a la narración y a la comunicación de un argumento y una historia, como es la nuestra, el estilo de Asturias, en el que se prioriza "estirar los límites del lenguaje", según Gálvez, ha quedado al margen de los intereses editoriales contemporáneos.
La disputa con García Márquez
Pero, volvamos al principio y al libro que selló su destino.
Asturias recibió el Nobel en 1967, el mismo año en que se publicó "Cien años de soledad".
La novela fue un éxito desde su publicación, e impulsó a García Márquez a la fama internacional.
Sin embargo, en una entrevista con la revista española Triunfo en 1971, Asturias aseguró que la novela del colombiano era una "grosera copia" de "La búsqueda de lo absoluto", de Honoré de Balzac.

"Sin duda era una tontería no demasiado bien pensada, y los amigos de García Márquez y esa generación que estaba ganando tanto prestigio en ese momento se vuelcan a criticar a Asturias", relata Arnoldo Gálvez.
En una década, los años 70, en la que los escritores latinoamericanos están enfrentados por diferencias de generación, visiones políticas y por el control de los mercados editoriales, que fueron fundamentales para el despegue del boom, Asturias era un blanco atractivo en estas polémicas, pues rebatiéndolo, descalificándolo, ciertos autores afirmaban la propia imagen pública", defiende el historiador guatemalteco Julio César Pinto Soria.
Para ellos fue "como tocar a Dios con las manos sucias", escribió el investigador en un artículo publicado en El Periódico en 2013.
El ensañamiento de los jóvenes del boom con el veterano fue feroz: lo tildaron de "viejo chocho", "gagá", "rencoroso" e "ignorante".
En defensa de Asturias, la crítica del guatemalteco no surgía de la nada.
Él mismo había sido durante años dardo de las punzadas de Gabo, quien en 1968 dijo del Nobel en una entrevista que "antes que Asturias, el premio se lo merecían Neruda y Borges, por este orden".
"La postura política de Borges es más honrada que la de Asturias, quien se ha vendido para conseguirlo", aseguró.
Esa nueva generación de escritores, sin embargo, había leído sus obras y se había nutrido de ellas.
"Influyó en todos esos jóvenes, hay cartas que demuestran el respeto y la intención que tenían de acercarse a Asturias, le mandaban sus libros y él hacía cosas para moverlos. Pero estaban creciendo como una ola inmensa a nivel mediático, Asturias era del 'establishment' y se lo comen, deciden 'matar al padre', matar a Asturias", cuenta Carmen Lucía Alvarado.
Nada más viejo en la historia de la literatura que las peleas públicas entre escritores. Pero la de Asturias con los jóvenes del boom llegó cuando el Nobel era ya un autor septuagenario, que fallecería pocos años después.
"No tuvo tiempo, como los otros escritores del boom latinoamericano de los años sesenta, de proteger su obra contra el olvido. Tampoco contó con un país que lo respaldara, ni entonces ni después", señala Pinto Soria.
Polémicas diplomáticas
Su relación con los distintos gobiernos y dictaduras guatemaltecas no solo marcaron su obra -producto de estas vivencias fue, por ejemplo, "El señor presidente"-, sino también su imagen.
Asturias fue un hombre de izquierdas que sufrió el exilio durante varios periodos de su vida por su enfrentamiento a las distintas dictaduras que sacudieron a su país.

Pero cuando recibió el Nobel en 1967, Asturias había sido nombrado un año antes embajador en París por el gobierno de Julio César Méndez Montenegro, que, "aunque tenía una pátina más o menos democrática, era un gobierno controlado en última instancia por militares, por lo que se empiezan a hacer una serie de cuestionamientos éticos sobre su figura", explica Arnoldo Álvarez.
Asturias ya tenía una amplia experiencia como diplomático.
Tras la revolución de 1944 en Guatemala, que derrocó al régimen de Jorge Ubico, Asturias desempeñó distintos puestos diplomáticos en México, Argentina y El Salvador. Fue nombrado por el gobierno democrático de Juan José Arévalo (padre del actual presidente Bernardo Arévalo), que floreció en lo que se conocen como "los 10 años de primavera".
Pero el golpe de Estado que dio en 1954 Carlos Castillo Armas con el apoyo de la CIA lo condenó al exilio, donde fue despojado de su nacionalidad.
Asturias fue señalado de comunista y sus libros prohibidos en Guatemala, señala Pinto Soria.
Él sufrió ese exilio como un desgarro, afirmaba que "estaba dentro de Guatemala, que nunca lo podrían sacar", y que "para poder ser, escribir, necesitaba siempre volver a escuchar esa voz", escribe el historiador.
Así que cuando Montenegro le ofreció en 1966 rehabilitar su figura y ser embajador en París, Asturias no lo dudó.
Ese año había recibido el Premio Lenin de la Paz, que otorgaba la Unión Soviética a los individuos que habían contribuido a la paz entre los pueblos, y al año siguiente recibió el Nobel.
Pero su aceptación del cargo diplomático fue acompañada de demoledoras críticas de algunos sectores de la izquierda latinoamericana, que luego fueron ampliadas por la disputa con la generación del boom.
Así que, poco después de alcanzar la fama mundial, su figura fue poco a poco siendo relegada y su obra caería en el olvido.

"Un país invisible"
Para Carmen Lucía Alvarado, hay que buscar razones políticas e históricas para explicar ese fenómeno, "pero no solo en la figura de Asturias, sino de Guatemala como país".
A Guatemala "no se le perdonó la contrarrevolución", que quedó como una tara a ojos de sus vecinos, argumenta Alvarado.
"Pienso asimismo en la condición de clase de los países, que afecta a todo o que hagamos y pensemos, y en la que Guatemala está abajo", opina la escritora y fundadora de Catafixia Editorial.
Y esto se percibe, también, en la literatura y el mundo editorial, afirma: "Hay una hegemonía de la latinoamericanidad, de lo que debe ser Latinoamérica en la literatura, que es México, Argentina, Colombia, si sos poeta sos Chile… pero Centroamérica tenemos que lidiar con el hecho de ser invisibles".

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