A partir del 10 de abril, China impondrá un arancel adicional del 34% a todas las mercancías procedentes de Estados Unidos, en represalia por los “aranceles recíprocos” estadounidenses anunciados el 2 de abril. Las mercancías enviadas antes de la fecha límite y que lleguen antes del 13 de mayo están exentas. El Ministerio chino de Comercio presentó estas medidas como un medio de “proteger mejor los intereses nacionales”.

Por Clea Broadhurst, corresponsal de RFI en Pekín

34% de aranceles adicionales sobre todas las importaciones estadounidenses es una medida sin precedentes. Pekín apunta a la economía estadounidense en su conjunto e intensifica sus medidas sometiendo a varias empresas a controles de exportación o incluyéndolas en listas negras.

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Otra medida importante son las restricciones a las exportaciones de tierras raras cruciales para la electrónica militar, como el terbio y el disprosio, que se utilizan en las baterías de los coches eléctricos y en los sistemas de guiado. Esto supone una amenaza directa para los sectores tecnológico, de defensa y energético estadounidenses.

Escalada sin precedentes

Este es un punto de inflexión histórico en la guerra comercial, sin precedentes desde principios del siglo XX. Cientos de miles de millones de dólares de comercio están en juego.

Las consecuencias no se han hecho esperar. En Wall Street, las acciones chinas se desplomaron un 8,9%, la primera vez que esto ocurre desde octubre de 2022. Un desplome desencadenado en un día festivo en China y que golpea con fuerza esta mañana las plazas financieras locales.

Y sobre el terreno, las empresas se están adaptando, y algunas ya están acelerando el traslado de su producción a Vietnam, México o India. Este movimiento refleja la aceleración de la desvinculación de los dos gigantes y una reconfiguración duradera de las cadenas mundiales de suministro.

Las tensiones ya están teniendo un impacto tangible

En primer lugar, para los consumidores estadounidenses: los aranceles significan impuestos a la importación. Como consecuencia, los precios suben. Un iPhone puede costar más de 2.000 dólares, un coche eléctrico más de 50.000… Además, hay una presión directa sobre sectores clave como el textil y los productos electrónicos de uso cotidiano.

También para China el golpe es real. Sus exportadores, ya debilitados por la ralentización económica, están viendo cómo disminuye su competitividad. Y la incertidumbre pesa sobre los mercados emergentes: los inversores revisan sus posiciones, sobre todo en tecnología, y huyen de los activos considerados demasiado expuestos a esta guerra comercial.

Países como Vietnam, que se habían beneficiado de la retirada de las empresas chinas, también se ven ahora afectados por las sobretasas estadounidenses. Esto los está acercando a Pekín, incluso a nivel estratégico. Xi Jinping está aprovechando la situación: este mes se embarca en una gira diplomática por Vietnam, Malasia y Camboya…

Con el aumento de las barreras comerciales entre las dos mayores potencias del mundo, el riesgo de desaceleración económica mundial, o incluso de recesión técnica, es muy real.

Esta guerra comercial ya no es sólo una cuestión de impuestos. Forma parte de una rivalidad estratégica a largo plazo que está redefiniendo el equilibrio del comercio mundial… y quizás, en el futuro, las alianzas políticas del mundo.

RFI

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