En su artículo “La mentira en política”, Daniel Innerarity afirma que la existencia de organismos como las agencias de verificación, así como la proliferación de las políticas basadas en evidencias y en mediciones de impacto, constituyen ejemplos de que en nuestra época existe una gran preocupación por el problema de la verdad. (https://elpais.com/opinion/2025-09-01/la-mentira-en-politica.html).
No obstante, cabe preguntarse si lo que estos ejemplos muestran es realmente una preocupación por la verdad o un interés por la maximizar la eficiencia y sofisticar el control de la ciudadanía en los términos biopolíticos pensados por Michel Foucault.
Pensemos, por ejemplo, en el caso de los informes mensuales que muchos servidores públicos deben llenar para rendir cuentas de sus labores. Realmente ¿el lleno continuo de formularios, listas y cuadros en Excel tienen algo que ver con la verdad? ¿No ocurre que los procesos formales y burocráticos del Estado distorsionan la verdad confundiendo muchas veces los índices cuantitativos con la calidad de los servicios?
¿No ocurre que estos procesos solo operan para los empleados de mediano y bajo rangos, mientras quedan fuera de la regulación los funcionarios de alta jerarquía, muchas veces los principales responsables de la ineficiencia y la corrupción?
Por otra parte, Innerarity afirma como otro ejemplo para cuestionar la posverdad el hecho de que los políticos de la extrema derecha mienten basándose en evidencias. Ciertamente, el que miente, tiene preocupación por la verdad, solo que no le interesa mostrarla, distorsiona los datos al servicio de un relato. Pero es que la posverdad no consiste en el acto de mentir o manipular clásico que atribuimos a los líderes manipuladores.
El problema de la posverdad se obscurece si lo vemos como un asunto de políticos mentirosos. Cuando Steve Tesich incorporó el término al debate público (1992), lo hizo con la intención de referirse al hecho de que los políticos eran capaces de revelar una verdad incómoda, pero sin consecuencias, irrelevante por la actitud indiferente de la ciudadanía. (https://archive.org/details/steve-tesich-government-of-lies-article/page/n3/mode/2up).
Este es el sentido que normativizó el Diccionario de Oxford al definir la palabra como: "relativo a o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales".
Esta definición se pierde en la versión de la Real Academia de la Lengua al referirse al concepto de posverdad como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales".
La primera definición acentúa la actitud de la ciudadanía; la segunda, la intención de los manipuladores. La posverdad se relaciona más con lo primero que con lo segundo, con la indiferencia ante las evidencias más que con el intento deliberado de mentir. Una indiferencia acentuada por la posibilidad de que tienen hoy las redes sociales de configurar un mundo a la medida, en ciertos aspectos importantes, inconmensurable con el mundo de los otros. Si solo existiera la intención manipuladora, no tendríamos el problema de la posverdad.
El núcleo del problema no es el hecho de que existan políticos que, como señala Innerarity, estén dispuestos a realizar una ostentación de su poder enarbolando de manera descarada sus mentiras, sino el hecho de que existe una disposición emocional, amplificada por la capacidad de las redes sociales para configurar cámaras de eco, que lleva a aceptarlas a pesar de que disponemos de evidencias de fácil acceso para refutar afirmaciones del tipo: “la toma de posesión norteamericana del 2017 tuvo más apoyo presencial de la ciudadanía que la del 2009”, o: “los migrantes haitianos se han comido en masa a las mascotas de Springfield”.
En conclusión, los lideres populistas y autoritarios de nuestro tiempo no tienen problemas con la existencia de una demarcación entre la verdad y la mentira, siempre y cuando, la verdad quede vaciada por la indiferencia y la emotividad que amplifica la revolución digital de nuestro tiempo. Tal vez, el vocablo posverdad no sea satisfactorio, pero el problema al que alude es auténtico.
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