En el ámbito de la literatura convergen distintas concepciones filosóficas, que orientan, condicionan y definen, si se quiere, sus diversos quehaceres.
Todas, sin excepción alguna, inciden, de manera determinante, en el contenido de los géneros literarios.
Consciente de ello, Vargas Llosa abrazaría, en el decurso de su intensa y creativa práctica escritural, el existencialismo y realismo filosófico, cuyo marco referencia procura la interpretación comprensiva de los múltiples destinos que entraña la realidad concrecional.
En sus novelas, cuentos, artículos y obras de teatros, predomina el realismo entre mezclado con el existencialismo sartreano, que luego aplicaría y reflexionaría de manera descarnada. No lo hizo dogmáticamente, sino con profundo espíritu crítico.
Vargas Llosa, cabría decir, no estuvo de acuerdo con todos los postulados existencialista, marxista psicoanalista de Sartre, el cual escribiría, entre otras tantas, la no menos interesante obra:” ¿Qué es la literatura? En ella, conceptualiza el acto de escribir del siguiente modo:
“Escribir es, pues, a la vez, revelar el mundo y proponerlo como una tarea a la generosidad del lector. Es recurrir a la conciencia del prójimo para hacerse reconocer como esencial a la totalidad del ser; es querer vivir esta esencialidad por personas interpuesta. Pero, como, por otro lado, el mundo real sólo se revela en la acción, como no cabe sentir en él sino pasándolo para cambiarlo, el universo del novelista carecería de espeso, si no se lo descubriera en un movimiento para trascenderlo (…)”.
De acuerdo, en gran medida, con lo explicado por Sartre, Vargas Llosa, en su condición de auténtico filósofo de la literatura, escribiría para vivir y trascender las meras apariencia de la realidad ; su Noúmeno o “cosa en sí”, siempre oculta en las profundidades del ser y abismo de la nada.
No obstante, se movió entre dos mundos: el real sensible, de este aquí y ahora, y el suprasensible, que comprende los ensueños, las ideaciones, los conceptos subjetivos, lo imaginario, así como las ficciones.
De ahí su predilección por la verdad de las mentiras.
Quizás influidos por las insatisfacciones de la vida, pudo decepcionar la decepción y soportar, con espíritu estoico, los estragos de los tormentosos dolores del pensamiento.
A la luz de su concepción filosóficas realista, Vargas Llosa escribió, sintió y pensó la finitud e infinitud de la evolución histórica de la literatura.
De ahí que se pueda decir, con toda propiedad, que es, sin duda alguna, el filósofo de la literatura, que conoció la cultura de los órficos, el ser de Parménides, los sofistas, el “Uno” de Platino, así como el concepto de lenguaje en Crátilo de Platón; su demiurgo creador y la Idea de bien presente en el espacio celestial del Topos Uranos.
Probablemente, por eso, justamente, no quedaría atrapado en el abstraccionismo des fundamentado de especulaciones baladíes.
Con reposada calma, Vargas Llosa estudió no solo las ideas liberales, sino también filosófica de José Ortega y Gasset, Karl Popper, Friedrich Hayek, Isaíah Berlin, Raymond Aron, Adams Smith, Jean- François Revel y Benjamín Benta, entre otros pensadores no menos importantes.
Todos, sin excepción alguna, reflexionaron la vida desde una perspectiva puramente filosófica. Vargas Llosa también lo hizo siempre guiado a partir de la realidad fáctica.
Aunque en sus obras predomina la corriente de pensamiento realista, se observan, de manera dispersas y entre mezcladas, algunas manifestaciones conceptuales criticista, positivista, categorialista, vitalista, agnoticista, existencialista, fenomenológica, raciovitalista y de filosofía del lenguaje, la cual, como se ha de suponer, le sirvió de inspiración para escribir obras con sintaxis expresiva y metáforas deslumbrantes.
Por ello, justamente, entretejió una visión cognoscitivas sobre la cultura y el cine de este tiempo.
Según su parecer, en la cultura de hoy es notable la ausencia de la crítica y el predominio, en cambio, de lo trivial, la frivolidad, la banal y el entretenimiento.
Se diría, con sobrada razón, que la cultura de hoy está permeada, hasta ciento punto, por algunos antivalores que entumecen la conciencia y, a la vez, desgarran la memoria.
Ello, mucho más que poco, constituye un absurdo que nubla la razón y siembra el desasosiego en el espíritu.
No conforme con eso, Vargas Llosa asume un postura crítica y, a la vez, desafía peligros y riesgos implicados en la defensa de la democracia y libertad radical.
Hoy, para nadie es un secreto, que asistimos a una cultura Light, donde la literatura, el conocimiento y el cine son hechados de menos.
Además de criticar la crítica y la cultural del presente, Vargas Llosa avisto, sin extrañeza ni asombro, la humareda estrafalaria de la tradiciones desmesurada y decadentes de la cultura universal.
Tal vez esa y no otra, sería la razón por la cual habría dicho en una ocasión sobre el cine lo siguiente:
“ El cine, que, por supuesto, fue siempre un arte de entretenimiento, orientado al gran público, tuvo al mismo tiempo, en su seno, a veces como una corriente marginal y algunas veces central, grandes talentos que, pese a la difíciles condiciones en que debieron siempre trabajar los cineastas por razones de presupuesto y dependencia de las productoras, fueron capaces de realizar obras de una gran riqueza, profundidad y originalidad, y de inequívoco sello personal”.
Además de tan acertada valoración, Vargas Llosa continúa diciendo:
“(…) nuestra época, conforme a la inflexible presión de la cultura dominante, que privilegia el ingenio sobre la inteligencia, las imágenes sobre las ideas, el humor sobre la gravedad, la banalidad sobre lo profundo y lo frívolo sobre lo serio, ya no produce creadores como Ingmar Berman, Luciano Visconti o Luis Buñuel. (…)”.
Profundamente influido por dicha percepciones, afirmaría de manera categórica:
“Tampoco sorprende que, en la era del espectáculo, en el cine los efectos especiales hayan pasado a tener un protagonismo que relega a temas, directores, guión, y hasta actores a un segundo plano.(…)”.
Semejante consideración no deja de ser correcta, por la sencilla razón de que Vargas Llosa interpretó la interpretación a la luz de su concepción filosófica sobre la literatura, la vida, la realidad y el universo.
De ahí que todas sus obras estén marcada no solo por realismo literario, sino también filosófica. Por tal motivo, más que cualquier otro, habría que decir, sin más, que Vargas Llosa es verdadero filósofo de literatura, que avizoró, con claridad meridiana, el discurrir dialéctico del ayer, el presente y el devenir.
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