Siempre que se escucha una noticia de accidente de tránsito, por lo regular, un motorista está involucrado en el hecho.  Cuando ocurre una colisión en la que más de un vehículo de motor chocan, nos encontramos con un motorista que iba en una sola goma. Sí, son motoristas los que siempre terminan perdiendo el equilibrio y estrellándose sobre algún transeúnte que camina tranquilamente.

Los motoristas se han convertido en los “acróbatas de la muerte” por andar en una sola goma.  Se dedican a esa práctica cada día, en todas partes del país están llevando luto a las familias. Sus carreras urbanas en las principales carreteras arrebatan miles de vidas cada año; son ellos los que, calibrando las motocicletas, terminan embistiendo a ciudadanos que circulan en barrios y ciudades.

En esas escenas se reportan heridos, y los involucrados pierden también uno que otros miembros de sus cuerpos.  En la mayoría de los casos, los motoristas mueren y finalizan la escena de velocidad arrollando a personas que nada tienen que ver con su decisión de ir en exceso de velocidad. Pienso que es mejor vivir en una montaña y no en la ciudad.

Son incontables los eventos de muertes relacionados con ese tipo de vehículos. Hechos en los que estos elementos igual pierden la vida y se llevan a otras personas por andar carrereando y calibrando en una goma. Los motoristas han implantado las reglas de juego en el tránsito de esta ciudad. Se desplazan sin protección personal, es decir, sin cascos. Calibran el motor en una goma en cada esquina y semáforo. Cruzan las señales de tránsito en cualquier color rompiendo retrovisores y rayando la pintura de vehículos.

Lo insólito de esas acciones, es que no respetan a las autoridades de tránsito ni a la policía nacional. De vez en cuando se caen a golpes con los agentes del orden público y con los ciudadanos que se atreven llamarles la atención. Estamos viviendo la era de los motorizados del terror.

Lo que ocurre con este sector es una barbaridad que preocupa a la ciudadanía. Todo lo que inquiete a la población debería ser objeto de estudio para aplicar un correctivo. Un plan que contrarreste esa dolorosa realidad. Pudiera ser un programa de educación y formación vial. Un reglamento con medidas drásticas que contemplen sanciones ejemplares. Un plan de contingencia frente ese tipo de emergencia. ¡Sí! Un plan de contingencia.

Es que estamos viviendo una emergencia, y, seguramente, quien lea este artículo se sientan igual que yo, impotente ante ese grave problema que viola todas las normas de convivencia pacífica, de armonía y leyes de tránsito. Y todo por la sinrazón de un puñado de motociclistas que mantienen en pánico a la mayoría. Y es que no existen zonas que se salvan de los “acróbatas de la muerte”.

Solo resta decir que nos cuidemos en las calles frente a ese fenómeno antropogénico. Confieso sentirme desesperanzado, estoy en una rotunda e inexplicable oscuridad. No identifico el camino para poner fin a esa situación.

Bernardo Rodríguez Vidal

Psicólogo clínico

Subdirector Ejecutivo de la Defensa Civil Psicólogo Clínico, Maestría en Alta Gerencia y Especialista en Gestión de Riesgo de Desastres.

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