Los llamados “destructores de gomas” o sistemas rompe-llantas se han convertido en una plaga silenciosa que invade vías de acceso en hoteles, resorts, aeropuertos, plazas comerciales y espacios turísticos en todo el país. Lo que nació como un mecanismo de control vehicular hoy está generando más daños que soluciones. Para muchos visitantes, encontrarse con estos artefactos representa el inicio de una pesadilla que termina arruinando su estadía, su seguridad o incluso su salud emocional.
En destinos turísticos, donde la experiencia lo es todo, estos sistemas actúan como el primer golpe invisible contra la confianza del visitante. Llegar a un hotel o aeropuerto, pasar sobre un rompe-llantas sin advertencia clara, y escuchar el estallido de una o las cuatro gomas es suficiente para convertir unas vacaciones soñadas en gastos inesperados y estrés. En vez de garantizar orden, generan caos, frustración y pérdidas económicas inmediatas para el turista y para los mismos centros turísticos.
Lo más preocupante es que en muchos lugares estos dispositivos están instalados sin criterios técnicos, sin señalización visible y sin análisis de riesgo. No existe un estándar nacional que defina su uso, inclinación o ubicación correcta. En otros países ya han sido prohibidos o altamente regulados por afectar ambulancias, bomberos y otros vehículos de emergencia. Aquí, en cambio, seguimos colocándolos como si fueran inocuos, cuando representan un obstáculo real y peligroso.
El turismo dominicano compite con destinos donde la comodidad, seguridad y movilidad del visitante son prioridad. Sin embargo, estos rompen-llantas funcionan como trampas involuntarias que contradicen la lógica del servicio.
Un huésped que llega a relajarse no debería encontrarse con mecanismos que parecen diseñados para castigarlo por error, desorientación o simple falta de información. El turismo necesita fluidez, no barreras hostiles que generan desconfianza.
El daño no solo es económico. A un visitante que se le explota una goma al llegar a un resort le cambia la sensación de bienestar. Lo que debía ser descanso se convierte en estrés, reclamos y una percepción negativa del lugar. La experiencia turística es emocional y subjetiva, y estos sistemas afectan directamente la calidad del servicio, la reputación del destino y la tranquilidad que cada visitante busca al salir de su hogar.
El problema se agrava aún más porque la mayoría de estos incidentes ocurren los fines de semana, justo cuando los departamentos de servicios, mantenimiento o atención al cliente están cerrados o trabajan con personal mínimo. El turista queda prácticamente desamparado, sin asistencia técnica, sin un responsable que atienda el reclamo y con su vehículo inutilizado. Esto multiplica el malestar, prolonga el problema y convierte una situación manejable en una experiencia traumática.
La situación es todavía más delicada cuando se trata de emergencias. Bomberos, ambulancias y patrullas necesitan el camino más corto y directo. Estos sistemas no distinguen urgencias ni situaciones de vida o muerte. En otros países se han documentado casos donde vehículos de emergencia quedaron con gomas destruidas mientras respondían a un incendio o a un infarto. En la República Dominicana existen reportes informales similares en hoteles y urbanizaciones privadas.
Un incendio, un accidente o un evento de seguridad no espera que alguien busque la entrada “correcta”. La prioridad son minutos y, a veces, segundos. Si un equipo de respuesta queda limitado por estos artefactos, el resultado puede ser fatal. Esto trasciende la comodidad del visitante; es un asunto de seguridad pública. Instalar rompe-llantas sin considerar estos factores es exponer vidas humanas por un mecanismo de control mal concebido.
En una industria que mueve miles de millones, no tiene sentido colocar barreras que afectan la movilidad y la experiencia del cliente. El control vehicular debe ser moderno, inteligente y seguro. Existen tecnologías que logran el mismo objetivo sin destruir gomas ni perjudicar a personas, cámaras automáticas, brazos hidráulicos, sensores de matrícula y accesos controlados son alternativas eficientes, sostenibles y alineadas con las mejores prácticas internacionales.
Los administradores de propiedades y gerentes de seguridad deben entender que el control vehicular no puede estar por encima de la seguridad humana ni de la calidad del servicio. Los rompe-llantas envían un mensaje equivocado: aquí se controla castigando. Este tipo de mecanismos no armoniza con un país que dice apostar por la hospitalidad, el turismo sostenible y la experiencia placentera del visitante nacional e internacional.
Como nación turística, debemos revisar urgentemente la pertinencia de estos dispositivos, especialmente en lugares de alto tránsito. Su uso indiscriminado genera más peligros que beneficios. No son prácticos, no son seguros y no son compatibles con la imagen que queremos proyectar como destino de clase mundial. El visitante viene buscando tranquilidad, no obstáculos que destruyen su experiencia desde la entrada.
Es momento de que el Ministerio de Turismo, los ayuntamientos y los operadores privados revisen normativas, establezcan controles y, donde sea necesario, eliminen estos artefactos. El turismo dominicano no puede darse el lujo de perder visitantes, reputación y seguridad por mecanismos obsoletos que ya en muchos países han sido prohibidos o sustituidos. El visitante merece respeto, movilidad, atención oportuna y una experiencia libre de contratiempos.
Finanzas para no financieros.
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