Conmocionado y triste, atrapado entre la pesadumbre y la impotencia, el pueblo dominicano vuelve a ser sacudido por una gigantesca tragedia previsible y esperada.
Compungida, rota de alma, una procesión de luto se empapa en lluvia de llantos en millares de familiares y amigos atrapados aún entre el asombro y la catástrofe.
Un dolor sin orilla, un estupor, un hachazo brutal, capaz de disipar el protector aliento del consuelo, abate la serenidad, el equilibrio y el sosiego de la familia dominicana. El duelo es plural, gigante, inusitado.
El momento es de luto, de desconcierto, de intensa solemnidad y pesadumbre. Familias completas se han convertido, de pronto, en un espeso nudo de aflicción, en un ritual callado frente al íntimo altar de la dolida remembranza.
Entre los muertos de mi mayor sufrimiento está Rubby Pérez. Porque era un amigo que conocí hace 50 años. A veces distante, pero un amigo sin igual. Y tal como lo conocí aquella vez, siguió siendo toda la vida: sencillo, generoso, solidario, desprendido, tierno, siempre sensible y de acerada integridad.
Así que, no hemos perdido la voz más alta del merengue, sino, además, un espejo social, un paradigma, un ejemplo tangible de tallada nobleza.
Se dirá que el azar ha confluido en un acto social, jubilosso y festivo para sentar certeza de su presencia
como fúnebre oráculo jamás consultado. Se dirá que el desastre estaba dictado y concebido por la dudosa prefiguración del destino.
La dimensión de esta tragedia supera lo común y está muy lejos de la casualidad o del designio porque, a todas luces, era un tragedia previsible, evitable, con suficientes indicios de posibilidad. Pero mañana, cuando la riada del dolor amaine, deberemos pasar a la causalidad.
Sobraba la predicción del augur, el consejo de la pitonisa. Todo era sabido y humano.
El fuego que consumió el local hace dos años, las advertencias de los profesionales de la ingeniería, el poder de las vibraciones del sonido, el sentido común.
Por la "estirpe" de los muertos, esta vez será difícil escapar del cerco tendido por los muros verosímiles de la realidad. Y se hará justicia. Al menos, eso esperamos.
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