Hace cinco años, cuando nos afectó la Covid-19 y cuando Washington nos negó las vacunas americanas, pero sí llegaron las chinas, no se podía salir a la calle para ir al trabajo y para eso el gobierno del PLD, encabezado por Danilo Medina, estableció una gran cantidad de subsidios.
Como no se podían abandonar las casas ni generar ingresos, a los que no pagaban la luz no se la cortaban. Han pasado cinco años y ya no hay Covid-19, pero hoy día una tercera parte de los hogares no pagan la luz, pero no se la cortan. Además, el precio al que se vende esa luz no cubre los costos de generarla. Ambas cosas implican un enorme subsidio presupuestario.
La gasolina también es subsidiada y por eso no aumenta de precio a pesar de las grandes fluctuaciones en los valores internacionales. La harina y los fertilizantes también se mantienen subsidiados.
El gobierno del PLD estableció un sistema de tarjetas de débito para los pobres sin condicionarlas, por ejemplo, obligando a que los hijos vayan a la escuela. El gobierno del PRM ha incrementado y diversificado el uso de las mismas y se estima que hoy día un 35% de todos nuestros adultos disfrutan de ellas. Otro enorme subsidio.
Es cierto que todos estos subsidios es lo que permite que nuestra inflación no pase del 4%, una de las más bajas del continente. También es cierto que los mismos ayudan a hacer más bonito el coeficiente de Gini y la curva de Lorenz tan adorados por los economistas y por los que juran por una mejor justicia social.
Pero para colmo, a pesar de que los empleados públicos cuentan hoy con más computadoras que nunca con qué trabajar, su cantidad ha aumentado, en vez de disminuir gracias a la mecanización, pues las “botellas” abundan. Nuestro presidente, quien no busca la reelección, propuso una reforma tributaria, pero pronto la echó para atrás. Tanto los subsidios como las otras formas de gastos corrientes implican que mientras en tiempos de Balaguer la inversión pública representaba el 50% del gasto total, hoy día apenas pasa de un 10%. Consecuentemente, son pocas las obras que el presidente puede inaugurar.
Pero si la inversión pública es bajísima, ¿cómo es posible que nuestra economía sea de las que más está creciendo en el continente? La respuesta radica en lo alto de la inversión privada, pero allí lamentablemente también hay elementos de subsidios. La Ley de Turismo está supuesta a promover proyectos donde se hospedan turistas en zonas turísticas, pero la gran mayoría de las torres que últimamente se han estado construyendo en Piantini y la Anacaona disfrutan de los beneficios de esa ley sin que estos extranjeros temporalmente entre nosotros las utilicen. La Ley de Promoción del Cine implica un nivel muy alto en impuestos que no se pagan, para apenas generar unos pocos empleos en ese sector, el cual desde sus inicios no ha logrado ningún aporte importante en divisas a través de la exportación de películas exitosas.
Entonces debido a la baja inversión total se ha tenido que optar por un fuerte endeudamiento externo e interno, lo que ha provocado que alrededor de un 20% de lo que pagamos en impuestos se tengan que dedicar a cubrir los intereses que genera el mismo y que son otra causa del alto gasto corriente.
Dentro del endeudamiento, y por primera vez desde los tiempos de Trujillo, hemos tomado préstamos militares con España y Portugal para financiar los modernos equipos que hoy rondan por nuestra frontera. Cuando el presidente Abinader conversó con el presidente Macron de Francia el tema principal no fue la ayuda francesa ante la crisis haitiana, como era de esperarse, dados los vínculos históricos entre Francia y Haití, sino un nuevo financiamiento para nuestro transporte urbano con la misma empresa estatal francesa que nos ha estado supliendo los vagones del metro desde los gobiernos de Leonel Fernández. Menos mal que esta administración ha convertido el tren a Caucedo de un simple proyecto público, mal concebido, como el metro y las Catalinas, a un proyecto público-privado.
¿Cómo cambiar este modelo que enfatiza tanto los subsidios? Esa alteración obviamente tendría un alto costo político y si un político hábil e inteligente que no va a la reelección, como lo es el caso de Luis Abinader no ha optado por cambiarlo, entonces, ¿quién lo hará?
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