El panorama político dominicano avanza hacia un proceso de redefinición profunda. A la luz de los recientes acontecimientos y proyecciones hacia el 2028, los tres principales actores del escenario nacional —PLD, PRM y Fuerza del Pueblo— se encuentran en momentos críticos, con desafíos estructurales y de liderazgo que marcarán el futuro inmediato de la nación.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD), otrora maquinaria electoral imbatible, atraviesa una etapa de desconcierto y fragmentación. A la cabeza, persiste la sombra de un liderazgo autoritario sin posibilidades reales de presentarse nuevamente como candidato presidencial. Este estilo de conducción interna ha dejado heridas profundas y ha limitado la renovación del partido.
La imposición de un candidato sin autonomía ni ascendencia —como fue el caso de Gonzalo Castillo en 2020— debilitó la imagen del PLD frente a una ciudadanía que exige liderazgos auténticos y coherentes. A esto se suma un conjunto de "delfines inorgánicos", figuras promovidas artificialmente que no logran conectar ni con las bases ni con la opinión pública.
En este contexto, emerge el nombre de Francisco Javier García, estratega electoral reconocido, de perfil carismático y con peso específico dentro del PLD. Pero su presencia pone nervioso al propio liderazgo autoritario que aún controla los hilos del partido, y representa quizás la única opción con algun potencial de reconstrucción interna y de reconexión con las bases.
Por su parte, el oficialismo atraviesa una encrucijada paradójica. El presidente Luis Abinader, impedido constitucionalmente de postularse nuevamente, inicia su segundo mandato con una obra de gobierno que, más allá de la propaganda, no ha logrado transformaciones estructurales ni avances palpables en áreas clave.
Paradójicamente, es el propio presidente quien reconoce —de forma implícita pero evidente— su desconfianza en el PRM como partido de gobierno. Las principales carteras ministeriales han sido colocadas en manos de aliados ocasionales, dirigentes de partidos opositores o figuras sin historia dentro del PRM: la Vicepresidencia, los ministerios de Educación, Turismo, Obras Públicas, Hacienda y el MICM han sido entregados como cuotas de alianzas o como gestos de apertura, en detrimento del capital político propio.
Esa decisión tiene un doble costo: desmoraliza a la militancia y expone al PRM como un instrumento electoral sin ideología, sin proyecto y sin liderazgo. De cara al 2028, varios aspirantes se mueven en las sombras, pero ninguno enciende pasión ni entusiasmo en las bases ni en la ciudadanía. La sucesión en el PRM está marcada por la incertidumbre y la falta de perfiles con legitimidad social o ejecutoria relevante.
En este mar de debilidades, La Fuerza del Pueblo se proyecta como una plataforma de consolidación y renovación. Con Leonel Fernández a la cabeza, el partido cuenta con el político más experimentado del país, con una obra de gobierno reconocida tanto a nivel nacional como internacional, especialmente en términos de crecimiento económico, infraestructura, estabilidad institucional y apertura al mundo.
Pese a la tasa de rechazo que genera entre sectores que lo adversaron en el pasado, Leonel Fernández sigue siendo una carta segura de triunfo, especialmente si el panorama se fragmenta como en el 2020 y el PLD continúa debilitado. Su disciplina, conocimiento del Estado y capacidad para conectar con amplios segmentos de la sociedad, lo mantienen como una figura central en cualquier escenario futuro.
Pero quizás lo más prometedor de La Fuerza del Pueblo es el ascenso de una nueva generación representada por Omar Fernández. Su carisma, su discurso cercano, su capacidad de empatía con jóvenes y adultos, y su proyección ética lo convierten en una figura con alto potencial para el presente y el futuro. Omar no solo representa lo nuevo, sino lo innovador, lo posible, lo inspirador. Es la renovación con raíces, no una moda pasajera.
Por tanto, la República Dominicana se encamina hacia un reacomodo político en el que los liderazgos tradicionales están siendo cuestionados, las estructuras partidarias muestran signos de agotamiento y las nuevas figuras tienen la oportunidad —y la responsabilidad— de conectar con una sociedad más crítica, más informada y más demandante.
El PLD necesita abrirse a una verdadera refundación, el PRM debe encontrar una identidad y un liderazgo que lo represente con dignidad, y la Fuerza del Pueblo tiene en sus manos la combinación más poderosa: experiencia y renovación.
El tiempo dirá quién sabrá interpretar mejor los anhelos de una nueva etapa histórica para la República Dominicana, pero sin dudas, la Fuerza del Pueblo tiene las erramientas necesarias para lograrlo.
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