Este pasado domingo las iglesias cristianas celebraron la ascensión de Jesús. Se trata de una solemnidad litúrgica una vez transcurrido el cuadragésimo día luego de la Resurrección Pascual. Muerto y enterrado, tres días después y según las escrituras (Mateo 28, 1-10; Marcos 16, 1-8, Lucas 24, 1-8 y Juan 20, 1-10) Él resucita de entre los muertos: Veamos.
“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago, y su vestido, blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados al verlo, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. Pero no está aquí, pues ha resucitado, como había anunciado. Venid, ver el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho. Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos”. (Mateo 28, 1-8).
“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo. Y muy de madrugada el primer día de la semana, a la salida del sol, fueron al sepulcro. Se decían unas a otras: ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? Pero, al alzar la mirada, vieron que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Al entrar en el sepulcro, vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dijo: No os asustéis; sé que buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Pero ha resucitado, ya no está aquí. Ved e lugar donde lo pusieron. Id, sin embargo, a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”. (San Marcos 16, 1-8).
“El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Al entrar, no hallaron el cuerpo de Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra; pero ellos les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, cómo os decía: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará. Y ellas recordaron sus palabras”. (Lucas 24, 1-8).
“El primer día de la semana fue María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra estaba retirada del sepulcro. Echó a correr y llego donde Simón Pedro y el otro discípulo a quienes Jesús quería, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Al asomarse vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Detrás llegó Simón Pedro. Entró en el sepulcro y vio los lienzos en el suelo; pero el sudario que había cubierto su cabeza no esta junto a los lienzos en el suelo, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa”. (Juan 20, 1-10).
Con ligeras diferencias los cuatro evangelistas narran el mismo hecho, Jesús, el Nazareno, el Cristo y crucificado, a los tres días de su entierro no estaba en el sepulcro en el cual había sido enterrado, siendo mujeres las que dan la voz de alerta. A los cuarenta días, tal y como estaba escrito, se produce su ascensión.
Es el cierre del llamado “Cristo histórico”, ese período de la vida de Jesús que, como consecuencia de su mensaje, es detenido, juzgado y crucificado. ¿Qué puede significar hoy para nosotros? ¿Cómo comprender su ascensión “al cielo”? ¿Dónde se encuentra el cielo? ¿Existirá ese lugar donde moran el Padre Dios y Jesús, y todos los santos?
Si Jesús restablece la alianza dejándonos frente a un nuevo mandato: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al otro, tu prójimo, como te amas a ti mismo”, no es a un cielo – lugar inexistente al que debo mirar y prestar toda mi atención; si no a un cielo por construir y vivir día a día, en solidaridad y compasión hacia los demás.
¿De qué vale mirar al cielo si ello te conduce a la negación del otro bajo el lema de la codicia, el despojo, la explotación, la exclusión y hasta su muerte? ¿De qué sirve mirar al cielo mientras millones de familias viven en la exclusión social y la extrema pobreza? ¿De qué sirve mirar al cielo y haciendo negocios con la guerra y la muerte?
¿De qué sirve mirar al cielo si a tu lado millones de niños y niñas, y jóvenes adolescentes, no tienen a oportunidad de una educación que los guíe y los forme para la vida? ¿De una educación que les permita formarse como ciudadanos y ciudadanas con plena conciencia de sus derechos y deberes?
Más que su ascensión a un cielo etéreo e irreal se trata de su permanencia entre nosotros, apostando hacia un “cielo nuevo y una nueva tierra” enmarcados en la justicia, la igualdad de derechos y la inclusión como valores fundamentales que guíen nuestro obrar.
Seguir mirando al cielo sin más propósito que esperar su próxima venida es solo ignorar que Él se entregó y dio su vida, para que seamos “sal de la tierra y luz del mundo”. (Mateo 5).
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