Frente a este nuevo orden de dominación digital, no basta con la crítica. El pensamiento que no se organiza es letra muerta. Si el Tecnofeudalismo se edifica sobre la concentración de plataformas, la opacidad de los algoritmos y la extracción permanente de datos, entonces la respuesta debe partir de una reapropiación radical de lo digital como bien común. El horizonte no puede ser regular lo existente, sino transformarlo de raíz. No queremos ser siervos con mejores condiciones, sino sujetos emancipados capaces de decidir sobre las herramientas con las que vivimos.

Democratización tecnológica: datos como bienes comunes

Los datos que generamos con cada clic, búsqueda o conversación no son propiedad privada. Son el producto de una vida colectiva. Por eso, deben ser considerados bienes comunes digitales. Los Estados populares, las comunidades organizadas y los movimientos sociales deben exigir la desmercantilización de los datos personales. No se trata solo de “privacidad”, sino de soberanía.

Existen ya propuestas concretas: crear repositorios públicos de datos gestionados democráticamente; establecer límites estrictos a la recolección de información; auditar los algoritmos que gobiernan nuestras vidas. Pero esto solo será posible si logramos una correlación de fuerzas favorable: sin presión popular, ninguna ley tocará los intereses de Google, Meta, Facebook, Amazon y Apple.

Tecnología libre y soberanía digital

 Así como ayer se luchó por la reforma agraria, hoy necesitamos una reforma digital. El software libre no es solo una opción técnica: es una estrategia política. La dependencia de plataformas corporativas nos ata a lenguajes, protocolos y lógicas que no controlamos. Los movimientos populares deben promover el uso y desarrollo de tecnologías libres, seguras y adaptadas a sus propias necesidades.

En América Latina, hay experiencias notables: cooperativas tecnológicas, redes comunitarias de internet, sistemas operativos nacionales basados en GNUS/Linux. Son semillas de soberanía digital que deben multiplicarse. Necesitamos alfabetización crítica en tecnologías, no para formar técnicos, sino ciudadanos conscientes del nuevo campo de batalla.

Contrahegemonía cultural: desmontar el mito del progreso

 El Tecnofeudalismo no se impone solo por sus infraestructuras, sino por su relato. Silicon Valley ha construido una narrativa seductora donde todo avance técnico es progreso, y toda crítica, nostalgia. Frente a eso, urge una contrahegemonía cultural que desenmascare el fetichismo digital.

Esto implica producir pensamiento, arte, comunicación y pedagogía crítica. Los movimientos deben disputar el sentido común, mostrar que la técnica no es neutra, y que detrás de cada “innovación” hay una lógica de clase, de control político e ideologico  y de ganancia. Educar es también organizar.

Organización y lucha en el ciberespacio

No podemos seguir organizándonos con las herramientas del enemigo sin cuestionarlas. El uso de plataformas extractivistas para hacer militancia es un dilema que debe discutirse abiertamente. ¿Cómo construir redes de comunicación propias? ¿Cómo proteger la información de nuestras luchas? ¿Cómo articular lo digital y lo territorial?

Frente a la fragmentación que imponen los algoritmos, debemos tejer comunidad. Frente al aislamiento del scrolling infinito, reaprender el tiempo del encuentro. Frente a la lógica de la personalización, recuperar el nosotros.

Internacionalismo digital: una lucha global

El dominio digital no conoce fronteras. Por eso, la resistencia tampoco puede conocerlas. Así como las multinacionales tecnológicas operan globalmente, los pueblos deben articularse en redes internacionales de cooperación, denuncia y acción.

Existen movimientos como el Digital Rights Watch, The Platform Cooperativism Consortium, o redes de software libre que ya trabajan en ese sentido. En América Latina existe, CELAG y ALBA, Movimientos que han comenzado a poner el tema en el centro. Pero falta mucho. Es hora de una internacional digital de los pueblos, que piense en una alternativa desde el Sur, el Centro y el Caribe con soberanía, justicia y dignidad.

Cierre: la dignidad no se automatiza

El Tecnofeudalismo quiere hacernos creer que no hay alternativa, que todo está dado, que resistir es inútil. Pero esa resignación también es un algoritmo. Como en otras épocas, se nos impone una dominación vestida de destino. Y como en otras épocas, nuestra tarea es romperla. No se trata de rechazar la tecnología, sino de liberarla del capital.

Porque la dignidad no se automatiza. La libertad no se programa. Y la emancipación, una vez más, será obra de los pueblos organizados.

Julio Disla

Estudió Comunicación Social en Universidad de La Habana, con un posgrado sobre Prensa Internacional en el Instituto Internacional José Martí, en Cuba. También estudió Pedagogía Mención Ciencias Sociales en el Centro Regional Universitario del Noroeste (CURNO), extensión de la UASD. Laboró como periodista en el Nuevo Diario, El Hoy y El Nacional de Ahora. También para los noticieros radia Noti tiempo, Radio Comercial, Acción Informativa, Radio Acción, Santiago y Disco 106, en la capital. Fue director de prensa de la Agrupación Médica del Seguro Social. Ha escrito varios libros; entre ellos De Pueblos y Héroes, Onelio Espaillat, ejemplo de firmeza y Agenda de la Libertad. Reside en Estados Unidos.

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