“Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar. La memoria es la centinela del cerebro”. (William Shakespeare).

El Estado es la sociedad políticamente organizada. Como nos diría Max Weber, el Estado es “el monopolio legítimo de la violencia sobre determinado territorio”. El poder del Estado, en una sociedad democrática, como es nuestro país, se encuentra intrínsecamente condicionado por la existencia y validez, en su grado de pertinencia, por el derecho, teniendo como soporte y sombrilla el baluarte de la Constitución, como máxima expresión de su ordenamiento legal.

Por ello, hoy en día, toda acción desde el Estado ha de tener legalidad y legitimidad, vale decir, reconocimiento y aceptación, trillado en el convencimiento al poder del Estado. La sociedad como conjunto de individuos, de grupos de intereses, a menudo contrapuestos, precisa de reglas y normas que limiten las acciones de los entes sociales, no solo en sus interactuaciones sociales, sino en sus relaciones de poder. Alcances y límites. De ahí, la esfera privada y la esfera pública (sociedad y Estado).

Desde que nacemos, sentimos y operamos bajo la existencia del Estado, no como el “ogro filantrópico” que nos hablara Octavio Paz, sino como caudal existencial de nuestra existencia. El Estado todo lo contiene, como nos señalaba Aristóteles “como la vista es al cuerpo, la razón es al espíritu”. Desde que nacemos hasta la muerte (acta de nacimiento, acta de matrimonio, acta de divorcio, compra de un carro, compra de una casa, expedición de cedula, expedición de pasaporte, luz eléctrica, hospital, escuela, recogida de basura… hasta acta de fallecimiento, etc., etc.). El Estado pasa a ser: omnipresente, omnisciente.

Una sociedad es un “conglomerado de grupos e intereses diversos”. En ella cohabitan sectores distintos, grupos sociales, clases sociales, estratificaciones sociales: cada una expresando esa diversidad, convergencia y necesidades distintas. Como aglutinar cada singularidad, especificidad, de los actores sociales y los actores políticos, sin que la conflictividad se exacerbe de manera recurrente. Esa es la raíz del Estado mismo, donde establece normas, reglas, para el conjunto de los miembros de la sociedad.

Marca el sello distintivo acerca de los diferentes campos de la vida social. Es por decirlo así, el órgano superestructura donde descansa el conjunto de aparatos jurídicos políticos que organiza la sociedad, en el amplio campo público, colectivo. Sus acciones y decisiones nos afectan a todos. Por ello, el Estado constituye la arena donde se gestionan los conflictos sociales. Es el mediador, articulador, para moderar, lo más posible, los intereses, dado el alto grado de interactuación que se originaron tanto en la esfera pública como privada. El Estado es, al final de cuentas, la suma y expresión de la organización del poder de la sociedad.

Conforme a la modernización del Estado fluyen, como parte de las relaciones sociales y las relaciones de poder, organizaciones que se constituyen en mediadores entre la sociedad y el Estado: los partidos políticos y las organizaciones sociales. La sociedad civil es la constelación de los grupos sociales, que en el campo amplio de la sociedad se van diversificando para validar y representar sus intereses, encontrando espacios para participar en los procesos de toma de decisiones, tanto en la esfera privada como pública. Su grado de validez y pertinencia encuentra obstáculos por el nivel y desarrollo de la partitocracia política. La partitocracia no entiende que la presencia de las organizaciones sociales es una respuesta dinámica a la fluidez de la democracia

La sociedad civil se configura y conforma en el vientre de la democracia, no como adversario de esta, sino como escenario esencial de su transparencia y de razón de ser. En gran medida es su extensión vía su control social. El Estado es la fragua de los límites entre los individuos y el eje cardinal de la convivencia social. De ahí su rol nodal de proteger la vida y los derechos de los ciudadanos, sin importar su jerarquía económica, política, social, ideológica. Las reglas y normas que dimanan de él son colectivas y han de coadyuvar al desarrollo de los intereses, generado siempre por las relaciones de poder.

“El Estado es la sociedad organizada en el cuerpo político o, dicho de otra manera, es el poder nacido de la sociedad pero que se coloca por encima de ella y se le impone”. El Estado es, en sí mismo, dominación. Fuerza que se expresa y trasciende la voluntad individual, contribuyendo como fase principal a los mecanismos de control social. Su espacio legal y de legitimidad, más allá de la fuerza, es garantizar el ejercicio de los derechos.

El estado juega un rol significativo, en gran medida, en la marcha de toda sociedad. Ahora bien, el campo fértil y propio del Estado es la política, vale decir, la lucha por el poder. Sin embargo, sociedad y Estado, Estado y sociedad, devienen en un cuerpo entretejido. No yuxtapuestos, sino con una clara delimitación, diferenciación, como una especie de división de la vida social: esfera pública y esfera privada

¿Qué ocurre en República Dominicana con la existencia del Estado que ha de tener y tiene su corpus corpóreo de reglas y normas que deberían vehiculizar de manera más llevadera la vida pública y la esfera privada? En nuestro país, la clase empresarial, burguesía, tiene una sobre determinación en la esfera del Estado mismo. No aparece “visible”, empero, no hay en la región un país donde gran parte de las políticas públicas están matizadas por el poder económico.

Ese poder económico actúa de manera muy corporativa, con la clase política subordinada enteramente. Es tan fuerte su presencia en el poder político que somos el país con mayor opacidad en las donaciones privadas a los partidos políticos. La sociedad no sabe quiénes donan dinero y cuánto. Los actores políticos, en época de campañas y elecciones, se reúnen con las distintas entidades organizadas del empresariado (CONEP, Asociación de Industriales, ANJE, ACI, ABA, COPARDOM, Cámara Americana de Comercio, ASONAHORES, etc., etc.).

Sin embargo, la elite empresarial, la plutocracia más encumbrada, se reúne con los candidatos con más posibilidades de ganar. Allí brindan, en silencio, sus aportes económicos en todas sus manifestaciones, dimensiones y modalidades. Es la captura privada al Estado. Desde ahí se deslizan las más altas decisiones del compromiso clientelar macro. La burguesía con su poder, ejerce, vía la plutocracia, la más execrable autonomía con el Estado. Cuasi no hay forma de llevarlo a la legalidad y como dueños de los medios de producción, en toda su bastedad (medios de comunicación), imponen sus intereses vía la dominación y hegemonía ideológica. Generalizando sus intereses como si fuesen los intereses de toda la sociedad.

En los próximos años, como hipótesis, creemos que la influencia del empresariado será superior, sumado al poder de la plutocracia (de los actores políticos), que hoy en día no descansa solo en los empresarios, ya que una buena parte “de la ley de hierro de la oligarquía partidaria”, en su ejercicio de 20 años en el poder, tuvo un amplio y hondo calado de acumulación originaria de capital. Aquí, se construyó las más poderosa “burguesía burocrática”, categorizando el peso plutocrático en ese interregno de dominación pública.

Somos una sociedad con una profunda modorra por el peso gravitante de la tautología. Vivimos en el pasado, como campo fértil de la memoria corta. Una memoria corta que solo se queda en el juego de los intereses personales y meramente coyunturales. No visualizamos los escenarios a corto, mediano y largo plazo, con visión alrededor de la sociedad que queremos. Decía Joel Barker en su libro Los Paradigmas “Con el pasado no podemos hacer nada, si somos inteligentes debemos de aprender de él. El presente es solo un instante en la dinámica de la vida societal. Es en lo que está por suceder, el futuro, donde se encuentran nuestras mejores posibilidades”.

Vivimos el presente como si el pasado no existió y el futuro no llegará. Por eso, tantas veces Santana, Báez, Lilís, Mon Cáceres, Jiménez, Horacio Vásquez, Balaguer. Una rueda de desidia del pasado transportado al futuro, en medio de una sociedad que exige nuevas formas de hacer política y mayores niveles de inclusión, menos desigualdad, más transparencia, más Estado de derecho y más capacidad regulatoria del Estado.

El presente y el futuro no requieren de experiencias añosas. Se precisa de buscar oportunidades, de actores políticos con quien la sociedad pueda negociar. De seres humanos que no se sientan y encuentren por encima de las reglas, de las normas establecidas, que no justifiquen ni argumenten lo mal hecho. ¡Lo indefendible! Dejar atrás nuestra tétrica y ancestral memoria corta para adentrarnos en el aliento a mirar con más esperanza, optimismo y expectativa, el futuro, sin la rémora de ayer, de la falta de rendición de cuentas.

Es la necesidad de renovar la democracia, de repensar la democracia, que como nos dicen Nathan Gardels y Nicolás Berggruen “La gobernanza es la forma en que las comunidades conciben y dan forma a su destino y determina si una sociedad avanza o retrocede. Al igual que la homeostasis de todos los organismos, la gobernanza es el regulador, árbitro y navegador de los asuntos humanos. Procesa las emociones a través de la razón como un mecanismo por el cual las sociedades no solo sobreviven, sino que luchan por adaptarse a los cambios”.

Cándido Mercedes

Sociólogo

Sociologo. Experto en Gerencia. Especialidad en Gestion del Talento Humano; Desarrollo Organizacional y Gerencia Social y Sociología Organizacional. Consultor e Instructor Organizacional. Catedrático universitario.

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