La creciente retórica a favor del incremento de las tasas arancelarias bajo el lema de “primero mi nación” y en nombre de la seguridad nacional puede resultar atractiva a primera vista. Cerrar el déficit comercial, incrementar las recaudaciones, restaurar la industria manufacturera y atraer mayores niveles de inversión, son algunas de las nobles justificaciones que plantean los defensores del enfoque proteccionista. Estos argumentos son válidos a su manera; crear más empleos, proteger la industria nacional y reducir la dependencia de las importaciones extranjeras, son motivos legítimos para respaldar la intervención gubernamental en las relaciones comerciales de un país con el resto del mundo. Sin embargo, es inevitable preguntar: ¿Se ha agotado el combustible del modelo de libre comercio vigente a la fecha? La respuesta corta es no y la teoría económica puede servirnos como guía para explicarlo.
Si en algo coinciden la mayor parte de los economistas es que el libre comercio es beneficioso para los países comerciantes y el mundo, crea mejores condiciones para los consumidores e impulsa el crecimiento económico. En contraste, las medidas proteccionistas elevan, en primera instancia, el nivel de precios que enfrentan los hogares y las empresas locales. A medida que los productos importados se encarecen o escasean, los consumidores se ven obligados a pagar más sin obtener necesariamente mejoras en la calidad de los bienes disponibles.
Desde principios del siglo XIX, la teoría económica ha discutido las ventajas del comercio libre. En su obra “Sobre principios de la economía política y la tributación” publicada en 1817, el estadista inglés David Ricardo introdujo el principio de ventaja comparativa: un país debe especializarse en la producción de aquellos bienes en lo que es relativamente más eficiente que otros países y luego intercambiarlos en el mercado internacional. Más adelante, el economista Gottfried Haberler reforzaría las ideas de Ricardo reformulando la teoría de costos comparativos en términos de costo de oportunidad, estableciendo que un país debe concentrarse en aquellos bienes cuya producción tiene un menor costo de oportunidad en comparación con las demás naciones. Este principio constituye uno de los pilares de la economía internacional y los aranceles solo tienden a distorsionar esta dinámica vigente en los mercados.
Los partidarios del proteccionismo buscan impulsar la industria nacional para ofrecer más empleos a los residentes de su nación, y piensan lograrlo mediante la implementación de restricciones arancelarias que permitan a las firmas locales ser más competitivas en el mercado local en comparación con las productoras extranjeras, al tiempo en que se reduce la oferta de productos extranjeros en su territorio. Sin embargo, el fin no siempre justifica los medios. Un estudio elaborado por la Reserva Federal reveló que el incremento de los aranceles impuestos por Estados Unidos a sus socios comerciales en 2018 estuvieron asociados con reducciones relativas del empleo en la industria manufacturera y un aumento de los precios para los productores norteamericanos. En una industria manufacturera interconectada globalmente, el encarecimiento de los bienes intermedios importados, muy utilizados por las empresas norteamericanas en sus cadenas de producción, contrarrestó con creces la estimulación brindada por los aranceles a la manufactura estadounidense.
El impacto sobre el consumidor es aún más evidente. Otro estudio publicado recientemente por la Reserva Federal, revela que el aumento de los costos de importación tiene un efecto notable y persistente sobre el nivel de precios estadounidense. Esto ha generado que, tras el anuncio en abril del nuevo esquema arancelario planteado por la administración de Donald Trump, el índice de confianza del consumidor se desplomara y las expectativas de inflación para el próximo año se elevaran a 6.5%, muy por encima de la meta de la Reserva Federal del 2% (Figura 1).
Los defensores de los aranceles deberían volver a tomar su clase de introducción a la economía o como mínimo, tal y como señalaba el ganador del Premio Nobel Paul Krugman, “permanecer inmóviles durante diez minutos para comprender las ideas de Ricardo”. Los partidarios del proteccionismo olvidan que los aranceles terminan por deteriorar el bienestar general de su nación y del mundo. Están tan cegados por sus ideales ultranacionalistas que omiten el gran deterioro que significan sus políticas.
Solo basta con revisar los resultados de la economía estadounidense en el primer trimestre de 2025 para confirmar que los cierres comerciales son más un daño autoinfligido que una buena política económica. El libre comercio, por tanto, termina por ser la mejor política. Entonces, frente al hecho de que las medidas proteccionistas no dan mucho espacio al optimismo, lo más sensato sería, en palabras del profesor Milton Friedman, “creer en la libertad y practicarla, poder tener un mercado abierto sin aranceles ni otras restricciones”. En un mundo cada vez más interdependiente, el libre comercio no es solo deseable, es esencial para el crecimiento económico global.
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