Los negocios informales son la norma en la economía dominicana. Las arterias comerciales de las ciudades están repletas de vendedores ambulantes. El fenómeno resalta porque la mayoría están negados a tributar al Estado. Son padres de familia.

Usted que está leyendo esto dirá —con razón— que son escasos los países que escapan a las ventas informales en plena calle. En el mejor de los casos se ubican en las plazas públicas. Cierto.

Pero igual de cierto es que, pocos países —o en ninguno— los comerciantes ambulantes se autonombran padres de familia. Padres de familia evasores de impuestos y arbitrios municipales.

La gama de productos vendidos es infinita. No obstante, entre los más tradicionales están: café, té, chocolate, pastelitos, empanadas, pan sobao y de agua.

Pero el san era una institución familiar.

Café, té y chocolate

Los viajantes, representantes de ventas de diferentes empresas, salen de sus casas por la madrugada hacia un pueblo diferente cada día. Al divisar el puesto de venta de café, té y chocolate encuentran la salvación.

La inversión iniciar de estos negocios es limitada, reducida a comprar insumos tan básicos que se consiguen en una pulpería. El equipamiento consiste en una mesita, una silla, un colador, un anafe a gas, preferiblemente y un delantal.

Luego viene la compra diaria o semanal, si el presupuesto alcanza. Se compra café, hojas secas y especias, chocolate en tabletas, azúcar y vasos desechables.

En el Cruce de Guayacanes —entradas a Mao, la Isabela o hacia Laguna Salada— una señora tiene su puesto desde hace más de 40 años. Ella, además de café, té de jengibre y chocolate de agua, ofrece pan sobao.

En Fantino, provincia Sánchez Ramírez, corría la segunda mitad del año 2010, dos amigos me acompañaban a Cotuí. Paramos en el parque del municipio a comprar café. Una mujer tenía un puesto en la parte frontal.

Los tres compramos café, chocolate y pan de agua. Resultó curioso que la señora tenía una alcancía de bambú con un letrero en cartulina. El anuncio decía: “Colabore con la graduación mía y la de mi hija”.

Las dos, madre e hija estudiaron para profesoras, por tanto, obtuvieron títulos de licenciadas en educación. Y la universidad se pagó con la venta de café.

En Neyba, provincia Bahoruco, en una esquina del parque hay una doña vendiendo café. Oferta, además, galletas de soda, saladas y pan. Igual le venden cigarrillos y mentas a los que fuman. Pero si usted necesita recargar su teléfono ella tiene una concepción secreta.

Pastelitos, empanadas y pan

No solo de café, té y chocolate vive la gente, sino de alguna harinita aceitosa y caliente o mejor, un pan recién sacado del horno. El gusto dirá.

Preparar empanadas de harina rellenas de huevo, queso, jamón u otros ingredientes es común en el Distrito Nacional. En las zonas de oficinas o tiendas abunda este tipo de negocio.

La venta de pastelitos, como también llaman a este tipo de empanadas, suele ser más rentable que las chiripas anteriores. Comienzan en la calle y poco tiempo después rentan un local pequeño cerca del lugar.

En Santiago de los Caballeros la tradición de empanadas se basa en una pasta de yuca guayada rellenas de queso, jamón, huele carne de res molida y de pollo.

En Cotuí, vender pan es tradicional. Los panaderos despliegan las carretas entre la iglesia católica y el parque. Muy de mañana, de 6:00 o 6:30; los clientes llegan en busca de pan caliente y chocolate en agua o en leche.

El san para ahorrar

Es probable que las familias formadas en lo que va del siglo XXI desconozcan el san como sistema de ahorro. Pero antes imposible que una familia no llevara un san periódicamente.

El san como método de ahorro básico se implementa con consistencia en las comunidades pobres. Se una práctica consuetudinaria tanto en zonas rurales como urbanas. Sin descartar las familias de clase media.

Sin importar la invasión de ofertas infinitas de modalidades de ahorro por la televisión, la radio y las redes sociales. El san sobrevive.

El san es una especie de caja de ahorro informal. En la mayoría de casos el método lo implementaban las mujeres de credibilidad probada en la comunidad. Administrar dinero de otros no es cuestión de carita bonita.

Los intereses cobrados la dueña del san los camuflaba de tal manera que la carga fuera beneficiosa para todos. El propósito era ofrecer un lugar seguro donde ahorrar. Eso tiene precio.

Para abrir un san implicaba reunir un grupo de ahorrantes dispuestos a pagar cuotas semanal o mensual. Luego se organizaron sanes de cotización diaria. Cierto es que, el grupo de participantes debía estar completo antes de empezar a cotizar.

El ahorrante, por ejemplo, paga once cuotas y recibe el equivalente a diez. Cada uno tiene asignado un número del uno al diez. En un san de mil pesos semanal los miembros pagarán cien pesos durante once semanas. No importa que pague cien pesos, uno de ellos —según el número que le toque— recibirá mil pesos.

Cada semana un miembro diferente al anterior cobrará mil pesos hasta completar la lista. La propietaria, por lo regular, cobra la primera cuota, aunque hay casos que opta por la última cotización. Si uno de los ahorrantes dejara de pagar se atrasa el san.

Se desprende, por derivación que, los ahorrantes deben ser tan responsables como la dueña del san. Los miembros restantes esperan recibir su ahorro cuando les corresponda.

“Solarsan”, programa inmobiliario promovido para facilitar la compra de solares, es una muestra del arraigo del método del san en la economía del pobre.

Miguel Ángel Cid Cid

Municipalista

Especialista en fortalecimiento y planificación institucional, con experiencias exitosas en RD y Haití. Experto en resolución de conflictos y capacitación de jóvenes y adultos. Creador e impulsor de la primera experiencia de presupuesto participativo en Villa González, República Dominicana, recorriendo decenas de municipios promoviendo iniciativas de planificación estratégica y participación socio-política a nivel local.

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