Desde la antigüedad se ha tenido la creencia de que hay personas quienes, aun sin proponérselo, hacen daño a otros individuos con su sola presencia o mirándolos. A esta característica se le ha denominado “mal de ojo”. En nuestro medio se entiende que el “mal de ojo” se transmite a los niños haciéndoles una alabanza, sin concluirla con esta expresión: “Que Dios lo bendiga”. Los italianos denominan al “mal de ojo” con una palabra especial: “Jettatura”. En nuestro medio la inmunidad frente al “mal de ojo” se logra, supuestamente, colgándole al vestido de los niños un adorno hecho con azabache.
Para darle mayor sustancia a este escrito he acudido al libro “La Palabra Encadenada” en el cual su autor, Joaquín Balaguer, señala que al principio del año 1960 el interés supremo de Trujillo consistía en lograr que la alta jerarquía de la Iglesia Católica, a todos los niveles, incluyendo la Santa Sede, declarara que, oficialmente, la Iglesia Católica no apoyaba el contenido de la trascendental Pastoral del Episcopado Dominicano que fue leída en enero del 1960 en todas las misas de domingo, en todas las iglesias del país y en la cual se hacían severas críticas al gobierno por la persecución y tortura a quienes no compartían la forma de gobernar de Trujillo. El Jerarca con quien primero se hizo contacto fue con el Nuncio Lino Zanini quien indicó que su cargo era estrictamente diplomático y que, por tanto, no podía inmiscuirse en temáticas que eran de la exclusiva incumbencia del clero dominicano.
Además, el Nuncio indicó que ese tema debía presentarse directamente al papa y, por ello, Trujillo encargó al canciller Porfirio Herrera Báez que viajara al Vaticano y que hiciera esa solicitud personalmente a Juan XXIII. Así lo hizo el canciller, pero Juan XXIII contestó diciendo que la forma y el fondo de la Pastoral tenían la aprobación del Vaticano y de la Iglesia en su totalidad. De ahí en adelante al referirse al papa, Trujillo no pronunciaba su nombre completo, correspondiente a su magna posición y se limitaba a decir Juan seguido de un epíteto soez, impublicable. Balaguer escribió: “Su ceguera llegó al extremo de desear la muerte del Soberano Pontífice y de admitir como digna de crédito la sugerencia del jefe de Seguridad Nacional quien le aconsejó enviar a la Embajada ante la Santa Sede a Rodolfo Paradas Veloz como secretario de dicha Embajada. Este personaje, mutilado de un brazo tenía, en grado extremo, la característica que los italianos llaman “Jettatura”, o sea la condición de llevar la desgracia a donde quiera que era enviado y, además, sellar sus pasos con una estela de catástrofes. Por misterios de la Divina Providencia Juan XXIII enfermó poco después de la llegada a Roma de Rodolfo Paradas, pero el papa se recuperó rápida y definitivamente. Luego Paradas desapareció en forma inesperada sin cumplir su misión de Jettatura, pues Juan XXIII falleció en 1963 sobreviviendo por dos años a quien quiso ofenderlo con una intención siniestra ya que Trujillo intentó herir al Papa con un maleficio propio de un alma primitiva”. Como puede notarse el instinto asesino de Trujillo no tenía limites en cuanto a los métodos de asesinatos ni en cuanto a las víctimas potenciales de ser eliminados por sus decisiones guiadas por sus ambiciones de poder.
Sin embargo, a veces no se materializaban sus propósitos de asesinato “lo que hace pensar en el misterio que encadenan los destinos humanos en los planes a veces inescrutables de la Voluntad Divina” que propició el ajusticiamiento del 30 de mayo del 1961 con el ajusticiado yéndose al otro mundo sin haber recibido el título de “Benefactor de la Iglesia”, reconocimiento que él con su indiscutible megalomanía, exacerbada por sus acólitos Trujillo había insistido, persistentemente, en recibirlo para tratar de convertirse en una especie de Emperador Constantino Insular caribeño, lo que lo llevó, por momentos, a tratar de equipararse con el Creador del Universo propagando a todo lo ancho y largo del país su estandarte con la consigna “Dios y Trujillo”.