El paso por la universidad es toda una experiencia. Dejamos la fraternidad del colegio y nos embarcamos en una nueva vida, nuevos profesores, nuevos amigos y compañeros de aula. Gente y situaciones desconocidas que te van trazando tu nuevo camino hacia el porvenir. Después de tomar unos “test” de intereses y habilidades que me proporcionaron en el colegio, decidí matricularme en economía. “No puedes fallar Silvino, esa es tu carrera, la otra es la medicina”, me había dicho el profe de los test.
Como casi todas las familias, en los años 70’s no abundaban los profesionales. En mi caso, en toda la familia, solo tenía un tío que se había hecho profesional, era médico y residía en los Estados Unidos. No faltaba ocasión en qué hacía referencia de este fenómeno familiar, me recuerdo envanecido diciendo: “…es cardiólogo en Nueva York”.
Bueno, volvamos a lo nuestro. Dure un año y medio en economía, y a pesar que me iba súper bien, decidí cambiarme a “Derecho”. Solo tengo buenos recuerdos de mis estudios de Derecho. Los compañeros y profesores eran maravillosos. De una calidad excepcional, Mercedes María Estrella, Víctor José Castellanos, Freddy Villamil, Luis y Olga Veras, la Madeimoselle Germosén, Juan Jorge García, Vinicio Martín Cuello, el inefable Artagnan Pérez y muchos otros que nos encaminaron en las sinuosas sendas del Derecho.
De todos los profesores, Artagnan era el más popular y conocido. Profesional brillante era un excelente profesor. Pero, también, infundía terror. Él impartía las materias más importantes y lo hacía, a veces o las más de las veces, con cierto cinismo, que llegaba al sadismo. Por suerte para mí, yo era uno de sus favoritos, lo acompañaba en sus viajes a Santo Domingo, en ocasiones de juicios importantes y compartíamos tragos a la salida de clases y los fines de semana. Casi a todos nos tenía sobrenombres. En sus clases había que estar atento, pues llamándote por el sobrenombre, te hacía una pregunta:
- A ver “Mortis Tantum” -a Rafael Benoit, que le apodaban “El Muerto”-, ¿cuándo un plazo
es franco? Si “El Muerto” fallaba la respuesta, continuaba con los sobre nombres: “Las fuerzas armadas” -a uno de los policías que estudiaba con nosotros-; si este también fallaba, continuaba: -A ver “Big Champs”-se refería a Héctor Vargas que fue campeón de ajedrez alguna vez- Y la pregunta terminaba siempre, inexorablemente, con “El Sumo pontífice” apodo que le tenía Artagnan al conocido doctrinario y editorialista Fabio Guzmán; quien nunca fallaba la respuesta. Fabio era el primer alumno de la clase. Aparte de que es un hombre brillante, cuando estudió con nosotros ya era un hombre hecho y derecho, casado y tenía una madurez que los demás carecíamos.
Recuerdo cuando una vez que estaba Artagnan explicando el recurso de casación, en su temida clase de procedimiento Civil, específicamente estaba hablando del auto que expedía el secretario de la Suprema, autorizándote a emplazar a la contra parte, al recurrido. El profesor fijó sus ojos sobre el “Big Champs”, que generalmente andaba a varios metros del suelo y esta vez estaba más distraído, pues, también, estaba mirando por la ventana:
- ¿A ver “Champs”, usted puede decirnos qué marca de Auto es ese? – le pregunto con sorna-
- Un Chevrolet profesor- contestó el hombre, todavía en la luna.
Con Rafael Benoit él tenía una amistad especial y muy estrecha. Rafa también era amigo de Doña Nelfa Ferreras, su esposa y de toda la familia. Un domingo está Rafa en su casa preparando la presentación de la tesis con los actuales licenciados Sucre Paulino y José Valentín -este último le había regalado una colección de discos, long play, a Artagnan y cuando este los recibió, le dijo, “esto no va con la nota eh”-, a eso de las once de la mañana y suena el teléfono, era nuestro último semestre, ya nos íbamos a graduar, y Rafa contesta:
- Alou
- Llamada con cargo para Rafael Benoit de parte de Artagnan Pérez, de Moca- dijo una voz impersonal del otro lado
- Aceptó – dijo Rafa
- “Mortis Tantum” usted está quemado, usted se quemó en el examen- se refería al examen de Liberalidades y sucesiones que acababa de darnos.
- Caramba profesor, pero eso no puede ser, mi mamá me tiene el martes una misa de acción de gracias, por haberme graduado y luego hay un brindis aquí en la casa, usted está invitado también -le contestó visiblemente angustiado Rafa-
- Será un responso lo que le tiene su madre, usted se quemó- le respondió con cinismo.
Pero Artagnan adoraba a Rafa, y le dijo que le haría un examen oral por la vía telefónica. Entonces procedió a hacerle las mismas preguntas del examen que “El Muerto” contestó de manera ejemplar, con la ayuda de los compañeros que estaban en la casa.
- Pero qué extraño, usted puso mal las respuestas en el examen y ahora está contestando correctamente- le dice Artagnan.
- Así es profesor es que uno nervioso y con este atareo de la tesis, se le van ciertas cosas – le respondió Rafa-
El profesor quedó complacido y Rafa pudo graduarse ese año.
Ese último año sucedió algo digno de mencionar. Alguien estaba consiguiendo en Moca los Stencils de los exámenes de Artagnan. Él se tomaba el cuidado de botarlos en una letrina de un familiar y allí, iba alguien y los sacaba. El caso es que, de pronto, una cantidad considerable de nosotros estaba sacando notas sobresalientes en los difíciles exámenes de Artagnan. Todo se descubrió y Artagnan nos marchó como un león herido. Estaba soberbio y resentido con el grupo. A partir de ahí, en los momentos previos a los exámenes, lanzaba frases, en voz alta, para desalentarnos: “Ni el “Sumo Pontífice”, pasa este examen”, decía infundiendo pánico. Una vez dijo en tono amenazante “El que pase este examen yo mismo hablo con Registro para que le den el título de abogado”, cuando oyó esto Sucre Paulino, nervioso, no pudo evitar exclamar “Que la virgencita de la Altagracia nos acompañe”. Otro día, el acostumbraba a ponernos los exámenes uno a uno sobre el pupitre y mientras avanzaba, penosamente, por los pasillos le oímos decir en un tono airado “A ver “Tico” si sacas cien otra vez”. Se refería a Francisco- Tico- Díaz, de Moca, que se había convertido en un estudiante eminente de la noche a la mañana.
No me pude graduar con el grupo, la Tesis no estuvo lista, subestimé ampliamente mi trabajo de grado. Tuve que graduarme en verano, lejos de mi grupo. Me cuentan, que en plena graduación cuando les tocó pararse para buscar sus diplomas, Artagnan estaba sentado en la mesa de honor, y él mismo empezó a vocear -y alentó a otros profesores a hacerlo- “Ahí van los Cum-Fraude, los Cum-Fraude…”
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