Lo ideal sería someterse todos y cada uno a la letra y al espíritu de la ley, sin soslayar el sentido común, en orden a comedirlo todo a la hechura del prójimo en su versión cristiana. Pero, dado que del dicho al hecho hay un profundo abismo de buenas y malas intenciones, intereses contrapuestos y malentendidos e ingenuidades a granel, apelo al ABCD del qué hacer para contravenir e institucionalizar la inmigración irregular en una nación soberana y civilizada.
Ahora bien, cualquier semejanza con la realidad es intencional. Sobre todo, teniendo en cuenta que me es imposible referirme en el país, a una política ‘migratoria’ dominicana.
Así, pues, a la pregunta de qué hacer, conviene esta respuesta:
A.- Respete su propia legalidad mientras esté vigente y/o no sea enmendada para que
a.1 La legalidad nacional, no sea arbitraria, sino realmente soberana. El camino para que sea soberana está debidamente trillado. Asumir y/o enmendar los cohechos propios del pasado en el presente y respetar las normativas legítimas de sus pares (internacionales), como formas indispensables para poder ser reconocida, no ya solo por adeptos y subalternos, sino por sus iguales;
a.2 Que la organización social del proceso económico dominicano asuma su realidad demográfica. Primero, en tanto que evolutiva, dada la actual prevalencia de una población en edad laboral envejeciente; y, segundo, el resiliente afán de la población nativa –de todas las condiciones discernibles– por emigrar; y,
a.3 Que asuma la economía informal, que es la mayoritaria en el país desde los albores coloniales.
B.- No permita ni favorezca, ante los flujos contemporáneos de inmigrantes haitianos en condiciones irregulares,
b.1 El modelo colonial implantado en La Española, en el que la casa del señor colindaba con el barracón de esclavos africanos, destinados a laborar –pero privados de lo que hoy serían los servicios públicos (salud, educación, seguridad y otros);
b.2 El modelo social de la agroindustria azucarera, fruto legítimo en el país de los US Marines y de Trujillo, debido a la reclusión laboral y de mano de obra temporal y/o estacionaria constreñida a circular exclusivamente en la finca azucarera y en el ámbito de los bateyes azucareros;
b.3 La figura del gueto urbano, eterna sombra europea del antisemitismo medieval y, reproducida más recientemente por las ínfulas de pureza racial del nacionalsocialismo germano de la primera mitad del siglo pasado o las pretensiones modernas de ciertas ideologías de raigambre ‘ultra’; y,
b.4 La doble moral e hipocresía que implica coger mangos bajitos: combatir la ilegalidad e irregularidad de la caterva de inmigrantes furtivos e indocumentados, batiéndose en contra de estos, pero sin siquiera molestar con el pétalo de una rosa a quienes facilitan, se benefician y toleran ese ingreso y permanencia irregular de mano de obra indocumentada de Haití en el país. Como si en una casa fuera suficiente acabar con la telaraña, sin molestar la laboriosidad de las arañas.
C.- Remedie lo remediable en las regulaciones; eso es,
c.1 Lo que hay que hacer para solventar la despoblación de las localidades y tierras fronterizas, la ausencia de zonas de amortiguamiento para eventuales oleadas de inmigrantes y la interminable complicidad de todos los que consienten y/o permiten la entrada de un emblemático Caballo de Troya en suelo patrio;
c.2 Cómo supervisar y sancionar las violaciones legales y regulatorias en los dominios migratorios y laborales de una sociedad cuyos miembros ni siquiera respetan las luces direccionales de un vehículo o la luz del semáforo y desconocen todo tipo de sacrificio en aras del bien común; y,
c.3 No admitir ni tolerar más inmigrantes de los que eventualmente pueda integrar laboral y culturalmente la sociedad dominicana. Pero, eso sí, respetándoles cuanto derecho los ampare pues, de lo contrario, estaríamos sustentando una quinta columna de forasteros, la proliferación de la convivencia humana en condiciones de exclusión e irregularidad, al igual que la proliferación cacofónica de aireados relatos interétnicos de parte y parte y, ni qué decir del fomento de un estado de cosas fallido debido a la desinstitucionalización progresiva de la organización política dominicana.
D.- Y, por fin, atrévase a incidir en el meollo de la cuestión, de modo tal que no se pierda por las ramas
d.1 Tomando decisiones y aplicando supuestos remedios exclusivamente reactivos, privados de una estrategia proactiva que afronte la causa de incesantes males migratorios generados allá y, de hecho, resentidos aquí;
d.2 Dejando de hacer –a pesar de aquello de que a falta de pan, casabe– lo pertinente para influir en la estructura de poder de la contraparte que nos afecta y/o por interactuar en los medios y redes sociales en la que interviene; todo eso, con el único propósito de contrabalancear hechos y relatos que por doquier contravienen y tergiversan nuestro quehacer; y,
d.3 Perdiendo tiempo antes de solucionar lo que desde siempre hemos tenido potestad para solventar: la condición de descendientes dominico-haitianos, sorpresivamente privados de documentación nacional, así como qué hacer con una mano de obra que ya se multiplica y que sigue llegando a laborar en la República Dominicana en condiciones de irregularidad.
Así, pues, al menos valgan, aquí y ahora, las únicas palabras certeras de un gobernante pusilánime, tal y como quedaron consignadas en alguna de las páginas neotestamentarias: “Lo escrito, escrito está”.
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