Estados Unidos publicó recién su Nueva Estrategia de Seguridad Nacional, un informe de unas 30 páginas en inglés que fija como estrategia central su necesidad de asegurar el dominio “en el hemisferio occidental” y que revive la vieja “Doctrina Monroe” y que, según expertos, formaliza el paso de un imperialismo informal a uno abiertamente territorialista.
El tema del reavivamiento de la vieja “Doctrina Monroe” de “América para los americanos” traía el camino anticipado en la práctica, según estudiosos consultados por Boricuatv.
La vuelta atrás se mira en el espejo y su figura da forma geopolítica luego de la creciente militarización continental. Ella se vuelve un instrumento clave, al parecer ante la escasa consideración de incentivos materiales amplios, lo que pone en la mesa la interrogante de una forma de dominación de rudo carácter.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en su capítulo hacia América Latina, introduce una novedad: disminuye la importancia asignada a Oriente Medio y deja de colocar a China como la amenaza principal. La mala noticia es que desplaza su foco hacia el Hemisferio Occidental, retomando de manera explícita las premisas de la Doctrina Monroe: “América para los americanos”—, aunque ahora los enemigos no serían únicamente otras potencias competidoras, sino también el “narcoterrorismo” y la migración.
La estrategia apunta a que Estados Unidos debe reconsiderar su presencia militar en el Hemisferio Occidental. Propone reajustar la presencia militar global para abordar las amenazas urgentes en la región, fortalece el papel de la Guardia Costera y la Armada para controlar rutas marítimas, detener la migración ilegal y el tráfico de drogas, y concretar despliegues específicos destinados a “asegurar la frontera” y “derrotar a los cárteles”, incluso mediante el uso de la fuerza.
También señala la necesidad de establecer o ampliar el acceso militar en lugares estratégicamente importantes del continente.
Destaca que el Hemisferio Occidental alberga numerosos recursos estratégicos a los que Estados Unidos debe garantizar acceso en coordinación con aliados. Además, asigna al Consejo de Seguridad Nacional un proceso inmediato para que diversas agencias —incluida la Comunidad de Inteligencia— identifiquen puntos y recursos estratégicos en todo el hemisferio, con miras a su protección y al “desarrollo conjunto” con los socios regionales.
El documento también impulsa una alianza más estrecha entre el gobierno estadounidense y el sector privado. Asigna a sus embajadas estar al tanto de las principales oportunidades de negocio en cada país, en especial de los grandes contratos gubernamentales. Asimismo, el gobierno identificará sectores estratégicos para la inversión de empresas estadounidenses en la región y los presentará para su evaluación en todos los programas de financiamiento federal: los Departamentos de Estado, Guerra y Energía; la Administración de Pequeñas Empresas; la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional; el Banco de Exportación e Importación; y la Corporación Reto del Milenio.
Sin duda, la militarización vuelve a predominar y la asistencia para el desarrollo parecería quedar en un segundo plano con un vocabulario confuso, tal vez contradictorio.
No obstante, promueve alianzas con gobiernos y empresas regionales para construir infraestructura energética, garantizar cadenas de suministro, invertir en el acceso a minerales críticos y fortalecer las redes de comunicaciones cibernéticas existentes y futuras.
Voces locales, en unión al gobierno, deberían compartir puntos de vista más claros sobre el efecto en Puerto Rico de esta estrategia. Hasta el momento, un tema ha sido claro: el gobierno ha fijado a Vieques y Culebra fuera del riesgo de remilitarización. No obstante, el momento ha visto la vuelta al uso de antiguas bases aeronavales en nuestros suelos para maniobras contra el narcotráfico. La reacción local ha sido de críticas y aplausos.
Apoyamos la raya de exclusión de Vieques y Culebra e invitamos a más análisis respecto a su efecto local.
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