El pasado fin de semana visité la ciudad de Puebla, para atender a la amable invitación de Andrés Roemer, Embajador de buena voluntad de la Unesco, para el cambio social y la libre circulación del conocimiento, a la Ciudad de las Ideas, evento de su creación, patrocinado por un grupo empresarial mexicano. Hay múltiples motivos para visitar Puebla. Mi favorito es estar cerca del Popocatépetl. El imponente volcán está sentado a la vera de la ciudad vecina a la capital. Solo a veces se avista desde Ciudad México, pues el esmog se interpone; y aún en Puebla, con frecuencia se esconde detrás de una copiosa neblina. Tal parece que Roemer cantó a sus dioses el ya famoso ritual invocatorio que hace repetir a los asistentes a los eventos distintos que organiza, sea la Alacde o la Ciudad de las Ideas. Cuando llegamos, encontramos a una Puebla desvestida en brillante día azul y así permaneció todo el fin de semana. Y como si fuera poco, nuestra entrada a Puebla fue saludada por la montaña ardiente con protocolares fumarolas.
Unas cinco mil personas asistimos al Auditorio Metropolitano de Puebla, donde se celebró la onceava edición de Ciudad de las Ideas. Miles más siguieron el evento en directo. Andrés Roemer nos quería presentar a más de 70 mentes brillantes provenientes de los cinco continentes. Como contenido adicional, nos ofrecía a Puebla en las noches. La capital de uno de los estados autónomos de la federación mexicana provee atractivos gastronómicos, culturales, históricos y geográficos. Puebla no es un pueblito, que su nombre no llame a engaño. Es una urbe en tamaño y desarrollo parecidos a los de Santo Domingo. Es una economía donde las infraestructuras moderna y novohispánica comparten protagonismo.
De acuerdo con el diario Milenio, tanto Ciudad de las Ideas como su creador Andrés Roemer, fueron galardonados por el Instituto Mexicano de Ciencias y Humanidades como resultado de su aportación al debate contemporáneo. Puebla es una ciudad llena de antiguos templos de arquitectura sorprendente y capital de un estado que se ha declarado laico; Andrés Roemer convierte por tres días al Auditorio Metropolitano de Puebla en una catedral dialéctica.
Siento empatía con Puebla desde antes de conocerla. Evoca lo que pudo ser de la vida y obra de alguien que ya el lector de esta columna, habrá advertido, goza de mi inmenso aprecio y admiración. El ensayista y maestro dominicano Pedro Henríquez Ureña, de no haberse ido en un viaje sin regreso a la vida, Puebla acaso habría sido su siguiente casa. Sin embargo, ese hecho no se cumplió. La insuperable prosa poética de Jorge Luis Borges así lo cuenta. En su trayecto a enseñar lecciones a chicos de secundaria en el Colegio de la Plata, de la ciudad argentina con el mismo nombre, montado en un tren que tomó en Buenos Aires donde vivía, el dominicano falleció apaciblemente, mientras el vagón continuaba su traslación. Esa crueldad de la existencia que no se detiene, se encuentra también planteada en el primer párrafo de El Aleph; otro cuento del argentino, donde el dominicano aún viviente, aparece como un personaje de Ficciones.
Luego de que Jorge Luis Borges escribiera el cuento El sueño de Pedro Henríquez Ureña, (El oro de los tigres, 1072) ya nadie podrá contar mejor esa triste historia. Por tanto, remito al lector hasta esa corta pero profunda narrativa, para entender mejor, porque Puebla se me antoja un final alterno, quizás en otra dimensión. Pero en esta dimensión en que vivimos, es el cuento de Borges, la relatoría perfecta. Entre el ingenio y el cariño compartido por esas dos mentes brillantes, solo es posible intentar perseguirles a ambos, en el vuelo de ideas y amor, que el relato del argentino conjuga.
Al visitar Puebla, me ubico en un momento histórico previo al cuento de Borges, cuando Pedro todavía no se había subido al tren en el anden de Constituyentes. Antes incluso del momento en que Pedro y Jorge Luis se sentaran en la esquina de calle Córdoba a discutir la invocación del anónimo valenciano y antes de que se despertara ese día y besara a Isabel. Como en Memento, voy más atrás. En Puebla sonrío a un momento previo. Conocí el dato, gracias a los trabajos de investigación de Miguel D. Mena, Andrés L. Mateo y los testimonios escritos por Rosa Henríquez Lombardo de Hlito, hija menor del educador dominicano, hoy su descendiente directa sobreviviente.
El último intercambio epistolar del dominicano antes de fallecer, a un mes de cumplir sus 62 años, fue con su cuñado y poblano Vicente Lombardo Toledano. Desde Puebla, el mexicano intentaba convencer al esposo dominicano de su hermana Isabel, dejar Argentina y volver a México, asentarse en Puebla, abrir juntos un despacho jurídico; y desde allí continuar días más tranquilos dedicados al estudio permanente. Pero la magma intelectual y vital interna de Pedro se apagó pacífica, mientras el tren del tiempo siguió sin él, en su último viaje entre Buenos Aires y la Plata; o bien, desde su casa a la escuela a enseñar, en un aula de clases, como un día cualquiera. Pues a decir de Borges, es necesario que se cumplan los hechos, y la muerte es ese hecho definitivo que nos espera a todos en alguna estación, al doblar de la esquina.
Mientras más conozco a Puebla, más me convenzo de que Pedro, al menos habrá ponderado la propuesta de su cuñado Vicente. No se trataba de regresar a la agitada Ciudad México, donde su antes amigo y correligionario ateneísta José Vasconcelos se había tornado en un antagónico y con posturas lamentablemente irreconciliables con las de Pedro. La invitación era hasta Puebla, una ciudad más apacible, conocida y grata. Allí pasó Pedro una buena temporada de su vida productiva, ejecutando la reforma educativa post-revolucionaria, precisamente enviado por Vasconcelos, a la sazón, Ministro de Educación. Leyendo las cartas de Vicente y fumándose un cigarrillo, ya lo creo que lo tomó en cuenta. Sí, claro que Pedro habrá al menos considerado allá en Buenos Aires la idea. Puebla es bella hoy, como en 1946.
Una pena que Pedro no pudo responder a esa invitación de Vicente, disfrutar más a sus hijas, todavía muy jóvenes, darse y darnos más. Puebla es una urbe diseñada para alojar a mentes llenas de ideas brillantes como esa, chimeneas de conocimiento; es capaz de darles espacio para ventilarlos al aire libre y fresco. Andrés Roemer convocó a más de 70 de esas mentes brillantes en Puebla en 2019. Quisiera poder contar algo de cada una. En lugar de hacerlo, invito al lector a visitar la página de Ciudad de las ideas y permanecer atento a las reproducciones de sus intervenciones. De las decenas de expositores épicos, destaco los 10 que más me impactaron:
- Adhara Pérez Sánchez, niña prodigio veracruzana de 8 años que, a pesar de padecer un trastorno del espectro autista, estudia ingeniería en la UNAM y quiere especializarse en astrofísica. Desarrolla un dispositivo para alertar cuando la persona con ese padecimiento está estresada y podría convulsionar.
- Guy Nattiv y Jaime Ray Newman, ganadores del Óscar 2019 por Skin, brutal cortometraje sobre la discrimación racial.
- Martín Iglesias Morales, cirujano mexicano que logró el primer trasplante de extremidades superiores y procura hacerlo de cara.
- Tal Ben-Shahar, autor, conferencista y maestro israelí co-fundador de la Academia de Estudios de la Felicidad. La clase más popular de la Universidad de Harvard.
- Sharon Zagga, mexicana y co-fundadora del Museo Memoria y Tolerancia.
- Charles Renfro, arquitecto. Entre otros fabulosos proyectos, rescató al Lincoln Center de Nueva York, en un concepto que devuelve el espacio a la comunidad.
- Luis Villa Roa, sublime pianista mexicano de 16 años.
- Valeria Souza, científica mexicana evolucionista.
- Christian Mwijage, oriundo de Tanzania y presidente de Ecoact Tanzania, es una empresa social que utiliza una tecnología de conservación de energía y sin productos químicos para transformar la basura plástica en maderas plásticas duraderas y utilizadas para la construcción y fabricación de muebles.
- Y lo mejor, el extraordinario debate Pro-vida vs Pro-choice, entre mujeres brillantes, que basadas en puntos de vistas debidamente fundamentados, discutieron con altura, sustancia y respeto sus respectivas ideas.
Exhalando humo y recordando las fumarolas del Popocatépetl, no habría descartado Pedro la idea de complacer a su amada Isabel de regresarla a Puebla natal. Las fumarolas del Popocatépetl que tanto me gustan ascienden en una especie de cámara lenta. Parecen engañar al tiempo en que corres, cuando entras en automóvil a las vías poblanas. Pedro no pudo engañarlo, moriría días después de recibir las cartas de Vicente desde Puebla. Antes de partir, como explica otro argentino, estaría Pedro, serpenteando en la razón mientras exhalaba bocanadas de humo de algún cigarrillo, la invitación de Vicente. Fumaba Pedro Henríquez Ureña. Cosas que aprendes, cuando te acercas a mentes llenas de ideas brillantes, las que además suelen ser personas amables y poco egoístas. Es el caso de Miguel D. Mena, que me dio el dato; conversando con Miguel, descubres estos detalles exquisitos que no aparecen en los ensayos del referido maestro y escritor dominicano, a pesar de haber estado presente durante su producción de pensamientos.
Agradezco una vez más la gentileza de Andrés Roemer contándole que, cuando llego antes que el alba a mi lugar de trabajo, para inspirar el inicio de la jornada, suelo acercarme a la ventana del edificio. Los días de suerte, los primeros de rayos solares, me lo presentan en contraluz, al símbolo de Puebla, Ciudad de las Ideas: la silueta encendida del Popocatépetl, haciéndome amable compañía. Una alegoría perfecta de las mentes brillantes que nunca duermen, y cuando duermen para siempre, nos dejan su llama interna.
La humanidad se transforma, mantenernos bajo la lumbre de mentes brillantes llenas de nobles e innovadoras ideas, cobija.