Por muchos años, supuestamente para agilizar el tránsito, la institución encargada (llámese AMET, DIGESETT, o como sea) coloca agentes para dirigir el tráfico. O sea, los agentes son los semáforos, a pesar de haber semáforos instalados en las principales intersecciones.
Como este sistema se instauró hace tiempo, deberíamos asumir que funciona. La realidad a la vista es otra. De hecho, cuando en alguna intersección hay un gran tapón lo primero que muchos conductores dicen es que debe haber un AMET (agente del tránsito bautizado con esa antigua sigla).
Para ser justos hay que decir que la tarea asignada a esos agentes es imposible de cumplir bien. No tienen un cronómetro mental para determinar qué tiempo deben dar a cada vía, y no pueden saber cuán larga es la fila de vehículos en una determinada vía.
Para colmo, se ven enanos, o no se ven, en las grandes intersecciones. Es un peligro para ellos y para los conductores, que podrían impactarlos.
No soy experta en semáforos, pero supongo que la tecnología moderna permite programarlos para que duren un tiempo determinado según las horas de mayor o menor tráfico en las distintas vías que convergen en las grandes intersecciones.
Eso es lo que deben hacer: poner semáforos inteligentes. También indicar el tiempo de espera para que la gente no se desespere. Saber reduce la intranquilidad.
El problema del tráfico en el Gran Santo Domingo y en Santiago es grave, y es de soluciones limitadas por varias razones.
La República Dominicana es un país tropical. Quien no quiera llegar sudado al lugar de destino hará lo indecible por no caminar, y no hay ningún sistema de transporte público que no obligue a caminar parte del trayecto. Nunca habrá servicios de trenes, ni de autobuses, ni de teleférico de puerta a puerta.
También, la clase media dominicana dice temerle a la delincuencia y al mal estado de las calzadas para explicar por qué no usa transporte público.
Por estas razones, el transporte público dominicano es fundamentalmente para los pobres y la clase media baja.
Para esas personas de escasos recursos, otra opción es el concho y el motoconcho, que dan servicios más ajustados a las necesidades de los clientes de caminar menos. Los segmentos sociales más pudientes (no digo solo los ricos) usan vehículos propios o taxis.
La flexibilidad y rapidez del motoconcho (peligro aparte) explica su proliferación, y, por ende, la cantidad de motores en las calles, junto con el boom del servicio de envíos a domicilio de comidas, sobre todo, a partir de la pandemia.
Sin duda, se necesita aumentar la oferta de transporte público masivo en el Gran Santo Domingo y Santiago, ambos con una población creciente, y sacar los conchos para controlar la masa vehicular en las principales avenidas.
Pero es ilusorio pensar que porque existan más trenes, autobuses, teleféricos o monorrieles se va a reducir significativamente el tráfico vehicular.
El transporte público servirá a los pobres. De la clase media para arriba seguirán en sus vehículos, y mientras más recursos, más vehículos.
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