Sin que se difundan oficialmente los informes de las mesas temáticas de la Cumbre sobre la Crisis de Haití, los sectores más recalcitrantes del antihaitianismo comienzan su febril campaña de amenaza/chantaje contra cualquier atisbo de reconocimiento de derechos a los a trabajadores temporales de origen haitiano o a los dominicanos de esa ascendencia afectados por la Sentencia 168-13. El comportamiento de esos sectores, el irrefrenable odio/pasión que acompaña sus declaraciones verbales o escritas son difícilmente explicables en clave política, para decirlo con Eric Fromm, quizás solo es posible hacerlo con el auxilio de la psicopatología, básica para entender ese estado de ánimo en que vivieron los esbirros del trujillato y los desmanes cometidos por estos durante las primeras semanas del final del régimen.
Es necesario ser sistemático en recordar que la infausta llama del antihaitianismo, ese amasijo de mentira mitos y miedos, fue sistematizada como cuestión de Estado por los intelectuales orgánicos del trujillismo. Igualmente, tengamos presente que la flama del antihaitianismo de origen trujillista, por décadas la ha mantenido viva un grupito fundado por un ex diputado del Congreso de la tiranía, y eso no es una casualidad. Recordemos, también que el sedimento de las ideas absolutistas, tienen sus raíces en la creencia en una imaginaria comunidad única, exclusiva y ferozmente exclusiva y excluyente, fue esa la base del concepto de nación del trujillismo, la misma que enarbola el referido grupito y quienes les están entorno.
Para su difusión, las ideas absolutistas requieren un grupo dirigente de diversos niveles y el elemento central de su psiquis es el resentimiento, su vocación autoritaria, las fábulas y las mentiras. Ese perfil es muy común en aquellos que apelan al poder que descansa en la fuerza, el que “redime” y protege del “enemigo”. En la historia de las dictaduras, es frecuente que muchos de sus principales actores hayan vivido serios traumas personales antes, durante o al final del régimen. Ahí descansa su naturaleza autoritaria, excluyente y sectaria. Lo grave es que con estos elementos psicológicos construyen el relato que arrastra a grandes grupos de individuos hacia el odio/miedo contra el chivo expiatorio, el “otro”, el “diferente” que, en su imaginario, es el portador de todos los males del país y/o su principal amenaza.
En los gobiernos absolutistas, se crean un estado de ánimo de tal calado que empuja a grandes grupos de individuos a las acciones más descabelladas, a la capacidad de morir por la “causa” y de matar o abusar en nombre de ella. Los complots, las mentiras y las media verdades, la más peligrosa forma mentir, son las armas principales de los grupejos y personeros impulsores de la falacia/relato de la patria “amenazada”. Con ese, y de ese relato, han vivido los principales voceros del antihaitianismo, usando la extorsión han medrado en los gobiernos y, además, han mantenido vivo elementos perversos del trujillismo: la intolerancia, la violencia verbal, las acechanzas contra sus oponentes, sobre los cuales tejen las más absurdas fábulas descalificadoras.
Quizás sea esta la raíz del sistemático uso de la patraña como arma política que tantos daños nos hace como sociedad. Es la forma de hacer política cuando se está en la oposición política o de cualquier índole. Si hoy nos lamentamos de que aquí no se hace oposición, sino obstrucción pura y dura es, en parte, por esa cultura sectaria que, en sus diversas modalidades y con sus atávicas posiciones en el tema migratorio, mantienen vivas antiguos personeros o relacionados con esa dictadura. Si esta circunstancia se mantiene, en gran medida, porque la clase política le ha hecho el juego, no la han enfrentado con firmeza y lo que es peor, le permiten una presencia en el poder que no se corresponde con su real relevancia política.
Pujaron para que el tema de la regularización, en ninguna de sus formas, fuese incluido en las discusiones en la cumbre sobre la crisis haitiana. Ahora recurren al mitos para insistir en que ese tema no se toque. Sin embargo, la piedra angular de la cuestión migratoria es el tema de la regularización de los miles de nacionales dominicanos de origen haitiano que, por trabas burocráticas, prejuicios y la presión del antihatianismo de matriz trujillista, básicamente, carecen de su debida documentación. Igualmente, que miles de trabajadores haitianos y/o de origen, estén insertos en el mercado laboral sin la existencia de un protocolo regulatorio básico, a pesar de ser una mano de obra imprescindible para determinadas ramas de la producción
Constituye una responsabilidad del sector productivo y del gobierno darle solución a ese problema de modo razonable, viable y sostenible. Una solución basada en el respeto de derechos universalmente reconocidos. Eso es imprescindible para el normal funcionamiento de la economía y de la convivencia en paz entre Haití y República Dominicana. Pero, si no se le planta cara al antihaitianismo de matriz trujillista, al odio y la insania, que son parte esencial de esa cultura, todas las iniciativas para encarar la crisis haitiana como gran tema nacional serán limitadas. Algunas moralmente válidas, pero, desafortunadamente, esencial y políticamente limitadas.
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