El presidente Luis Abinader, al poco tiempo de consolidar su victoria en las elecciones de mayo pasado, sorprendió al país al conceder, casi como un gesto magnánimo, libertad absoluta a los dirigentes del Partido Revolucionario Moderno (PRM) para iniciar la promoción de sus aspiraciones de cara a las elecciones presidenciales del 2028. Con esta medida, el Mandatario se mostró como un líder que, lejos de centralizar las decisiones en su figura, confía en la madurez de sus compañeros de partido para definir el rumbo futuro de la organización. Este acto de apertura fue percibido por muchos como una señal de renovación política y un intento de fortalecer la democracia interna.

Sin embargo, ese escenario de libertad irrestricta ha derivado en una carrera prematura por el poder, donde los precandidatos han comenzado a desplegar estrategias de posicionamiento antes de tiempo, generando tensiones en la dinámica interna del PRM. En este contexto, José Ignacio Paliza, presidente del partido, ha intervenido para poner orden, solicitando a los aspirantes que detengan sus actividades proselitistas y se ajusten a lo que establece la Ley de Partidos, Movimientos y Agrupaciones Políticas. Según esta normativa, las campañas internas no deben adelantarse al calendario establecido, para preservar la equidad y evitar desgastes innecesarios.

Esta decisión ha puesto a Paliza en el centro de la polémica. Mientras algunos lo ven como un garante de la institucionalidad y el respeto a las leyes, otros, especialmente los más fervientes partidarios de los aspirantes, lo acusan de intentar frenar la efervescencia política que Abinader había legitimado con su apertura. En cuestión de días, el mismo liderazgo que santificó al presidente por su gesto democrático ha comenzado a demonizar a Paliza por su intento de encauzar las acciones hacia la legalidad y el orden.

Un choque de visiones internas

La aparente contradicción entre las posiciones de Abinader y Paliza refleja un conflicto latente en el PRM. Por un lado, está la figura presidencial que busca proyectarse como un líder abierto y conciliador, otorgando autonomía a sus correligionarios. Por otro lado, el presidente del partido se enfrenta a la ardua tarea de evitar que esa misma libertad se traduzca en caos y fragmentación, especialmente en un momento en que el PRM necesita mostrar cohesión para mantener su hegemonía política en el futuro cercano.

Este choque de visiones podría ser leído como un intento de preservar el equilibrio entre la necesidad de fomentar la participación democrática y el imperativo de mantener la disciplina partidaria. Sin embargo, en la práctica, ha generado un ruido interno que amenaza con distraer al partido de su objetivo principal: consolidar un proyecto político capaz de responder a las expectativas del electorado en los próximos años.

El desafío de José Ignacio Paliza

La posición de Paliza es delicada. Como presidente del partido, tiene la responsabilidad de garantizar que las reglas se cumplan, aun a costa de enfrentarse a los intereses individuales de los precandidatos y sus seguidores. En un partido donde la libertad de aspiración ha sido exaltada como una virtud, su papel de árbitro puede fácilmente ser malinterpretado como una actitud restrictiva o autoritaria. Esto lo convierte en blanco fácil de críticas, incluso desde sectores que comparten su visión de la necesidad de orden.

En este contexto, la figura de Paliza parece haber quedado atrapada entre dos fuegos: por un lado, los que exigen respeto a la institucionalidad, y por otro, los que consideran que frenar las aspiraciones prematuras va en contra del espíritu de renovación y apertura que Abinader ha promovido. Este dilema pone de manifiesto las dificultades inherentes a la conducción de un partido en constante efervescencia, donde las ambiciones individuales a menudo chocan con los intereses colectivos.

Lecciones para el PRM   

La controversia en torno a las posiciones de Abinader y Paliza evidencia un desafío mayor para el PRM: la necesidad de encontrar un balance entre el respeto a las normas y la apertura a las dinámicas democráticas internas. Si bien la libertad de aspiración es un principio fundamental en cualquier partido democrático, su ejercicio sin límites puede conducir a tensiones innecesarias y a un desgaste prematuro que podría pasar factura en las urnas.

El futuro del PRM dependerá de su capacidad para manejar estos conflictos de manera constructiva, asegurando que las diferencias internas no se traduzcan en fracturas que debiliten su posición frente a los desafíos del 2028. La santificación de Abinader y la demonización de Paliza no deben verse como contradicciones irreconciliables, sino como manifestaciones de una organización que, en su diversidad, busca crecer y consolidarse en el panorama político dominicano.

En última instancia, el tiempo dirá si este episodio será recordado como un ejemplo de la capacidad del PRM para superar sus diferencias o como una señal de las dificultades que enfrenta para mantener su cohesión. Lo cierto es que tanto Abinader como Paliza tienen un papel crucial que jugar en la construcción de un partido que no solo aspire a ganar elecciones, sino también a consolidar un legado de institucionalidad y respeto a la democracia.