Nunca estuve en el Jet Set (y me gusta bailar), así que no tengo experiencias para rememorar. No sabía que el local alojaba tanta gente, y mucho menos tan diversa.
Bailar al ritmo de Rubby Pérez (supongo) fue el placer convocante el lunes 8 de abril. Y como tantas otras noches, la gente acudió confiada de que estaba en un lugar seguro para disfrutar. La buena suerte de estar ahí.
El techo colapsado (justo esa noche y no otra, a esa hora y no otra, cuando estaba lleno y no vacío) fue la tragedia, la mala suerte de los presentes. En segundos el dolor desplazó al placer y la tragedia hizo historia. Produjo un choque colectivo y una tristeza generalizada.
Escombros, muertos, heridos, ambulancias pitando, anuncios de velatorios, lamentos, opiniones por doquier.
El dolor trae frustración y rabia. La real que devora las entrañas hasta que la consolación logra habitar el alma, y la fingida que abunda en distintos decibeles y estilos en los medios y las redes.
La búsqueda de culpables será ahora el motor con tantas preguntas por responder: ¿Quién no reparó? ¿Quién no supervisó? ¿Quién dio una licencia inmerecida? ¿Quién no alertó sobre la arenilla que supuestamente caía? Y así sucesivamente.
Toca al Estado encontrar las respuestas, ese ente amado y odiado que existe precisamente para darnos alguna protección y no dejarnos totalmente expuestos a la suerte.
En su poder está esclarecer lo ocurrido, por qué ocurrió, y determinar responsabilidades. Solo así se enseñan y aprenden lecciones colectivas.
Los deudos seguirán sufriendo al margen del ruido social hasta que el tiempo en su arduo proseguir borre las urgencias del dolor.
Al resto nos toca esperar los veredictos y demandar aclaraciones si hay retrasos o signos de manipulaciones.
Pero ahí no terminará la historia porque la vida es siempre riesgosa; una tómbola de buena y mala suerte, y nunca sabemos qué nos tocará.
La incertidumbre inunda nuestras vidas, aunque nos creamos magos para animarnos a vivir con cierta tranquilidad. Nos afanamos por tener certezas precisamente porque con frecuencia no las tenemos.
Quizás la ansiedad es la emoción más acorde con la existencia humana por tantas incertidumbres que rodean la vida. Pero la ansiedad devora el cuerpo y nos armamos de supuestas certezas para sobrevivir en la cotidianidad y soñar el futuro
Buscamos bálsamos (religiosos, sicológicos) para controlar el temor, manejar el dolor, obviar la molestia que genera la incertidumbre y tener la esperanza de lo mejor.
La vida es placer y tragedia, una cadena de ambos, y suerte.
La muerte es la mayor incertidumbre y genera gran desconsuelo, más aún cuando llega sin preaviso o a destiempo y sin justificación natural como en el Jet Set.
El dolor colectivo, el que la gente expresa en estos días, se esfumará cuando nos ocupemos de otros asuntos o haya que sonreírle a la vida.
El dolor íntimo de quien perdió un ser querido (o varios), esa pena profunda que no da tregua quedará grabada en sus corazones y solo el tiempo se encargará de encontrar bálsamos de consuelo.
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