Muchos cristianos están convencidos de que ya conocen perfectamente el sentido de la Navidad y están listos para celebrarla plenamente. Los evangelios nos ayudan a dudar de nuestras certezas y someternos a nuevos aprendizajes. Nosotros no somos mejores que Zacarías, los escribas y hasta el mismo José. Para mucha gente, la Navidad se reduce a los mismos adornos que sacan de unas cajas año tras año.
Fijémonos en los evangelios. Zacarías permanece preso de sus dudas y no puede creer ni participar en el designio sorprendente de Dios, que se acerca radicalmente para salvar (Lucas 1, 5-25).
En Mateo, los sabiondos escribas citan las Escrituras, saben dónde nacerá el Mesías, pero no se mueven de Jerusalén (Mateo 2, 4-6).
José necesita una tutoría especial del Ángel del Señor (Mateo 1, 18-24) para no dejar a María, para acoger al niño como Mesías salvador, obra del Espíritu Santo.
Ni Zacarías, ni los escribas, ni José entienden la Navidad, ¿y ya tú y yo la comprendemos?
Solo María cree, acoge y guarda la Palabra del anuncio para servirla con su persona y su vida: “He aquí la esclava del Señor” (Lucas 1, 38)
¿Qué nos comunica la verdadera Navidad? Ya desde septiembre, los simuladores de la Navidad hacen su bulla con sus anuncios, foquitos, musiquitas, santicloses, guirnaldas, trineos, venados y hasta nieve, en esta isla colocada en el trayecto del sol, ¡todo para vendernos algo!
La verdadera Navidad, la del Mesías, nos trae siempre esta buena noticia gratuita, fresca, linda y desafiante como un recién nacido: cuando Dios promete, cumple más de lo que promete. En Jeremías 32, 38 y otros profetas, se repite la promesa: “Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios”. Reflexiona sobre esta verdad: Jesús de Nazaret fue uno del pueblo y es al mismo tiempo Hijo de Dios. En Jesús, Dios se adentra en el pueblo más de lo que el pueblo esperaba. En Jesús, el pueblo se adentra en Dios más de lo que podría soñar. Cuando Dios promete, se compromete.
Uno ni se imagina el tamaño de la fidelidad de Dios, hasta que descubre al Hijo de Dios nacido entre nosotros. En su Hijo nacido entre nosotros, Dios se nos da, pues, como lo expresa Tomás de Aquino, Dios no nos puede dar nada como no sea Él mismo. Cuando Dios da, ¡siempre se da!
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