Mientras preparaba un texto sobre el cierre de mi antiguo colegio, la siguiente noticia me llegó por teléfono: “La capital haitiana es nuevamente golpeada por el fenómeno de las balas perdidas. La mañana del jueves 4 de diciembre, una joven estudiante de un colegio, situado cerca del hotel Marriott -a pocos metros de casa-, recibió en la cabeza un proyectil mientras se encontraba en el patio de su escuela. Los equipos médicos intervinieron inmediatamente. Los primeros auxilios permitieron estabilizar a la niña. Los exámenes confirmaron que la bala solo había rozado su cráneo. La niña está ahora fuera de peligro”.
Conversando con un ex presidente de la república, pocos días después del apocalipsis ocurrido en la calle del Centro de Puerto Príncipe en abril de 2024 (saqueo e incendio del periódico Le Nouvelliste, de las Prensas Nacionales -imprenta del Estado-, de la Biblioteca Nacional, de la escuela Elie Dubois, etc), me enseñó a evaluar la inmensidad de los daños para un país donde muy a menudo cada libro tuvo diez estudiantes y cada cuaderno bien escrito, tantos beneficiarios.
La historia haitiana en torno al aprendizaje del saber es todavía inédita, lamentablemente. Muy pocos de nosotros se atreven a contar sus emociones frente al alfabeto y sus misterios. Me gusta relatar que al principio de mis primarias, cuando la señorita Alice nos enseñaba a contar de 1 a 10 en francés, yo ya podía hacerlo de 1 hasta 100 en español. Desde la edad de dos años, cuando mi padre daba sus clases de español, me sentaba debajo de la mesa del salón a escuchar.
Hace unos meses, en el mostrador de un banco, estuve en una charla animada por un farmacéutico de experiencia. Me contó la edad de oro de la enseñanza en la Facultad de Medicina y Farmacia. Después de 2 o 3 minutos, nos dimos cuenta de que nuestro intercambio atraía la atención de buena parte de la clientela… En verdad, se hace cada vez más delicado comentar el extraordinario nivel de algunos lugares de enseñanza de nuestra capital, hoy parcialmente desaparecida.
A veces, hay que preguntarse si algunos gobiernos no desean la desaparición de colegios y facultades que dieron cierta dimensión a la historia nacional. El analfabetismo constitucional y el liberalismo fantasioso no son una casualidad coyuntural. En 1994, un ex oficial formado por la Academia Militar de Haití trabajó para el cierre y luego la desaparición de la institución.
En este mismo momento en que la actualidad nos deposita en el “tercer mundo preocupante y terrorista”, tenemos un pensamiento especial hacia aquellos que pacientemente nos aprendieron a evitar el camino de las facilidades resbaladizas. Sobre todo en esta encrucijada compleja donde los patrocinadores nacionales e internacionales parecen satisfechos con la nueva generación de revolucionarios haitianos. Borraron hospitales, iglesias, escuelas y barrios enteros del mapa…
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