Uno de los objetivos del proyecto de desarrollo turístico de Pedernales es atacar la acentuada pobreza multidimensional de la región Enriquillo (Pedernales, Independencia, Barahona y Baoruco), que ronda el 60%, y avanzar hacia el bienestar general, según los discursos oficiales.

Desde los primeros días, en 2022, las autoridades aducen que impulsan una iniciativa de “turismo sustentable” con  la ventaja de haber comenzado de cero y la decisión de evitar la dicotomía ciudad de lujo-ciudad del padecimiento que caracteriza otros polos.

He “comprado” esa idea y, desde el primer minuto, he sido  promotor sostenido de ella, como ningún otro, dentro y fuera del Gobierno, sin anteponer intereses personales; mucho menos consentir “yerros”, ni exhibir adulonería ni silencios irresponsables sobre las calamidades sufridas por este pueblo fronterizo y la región suroeste porque entonces tal acción no encaja con periodismo, ni yo sería periodista.

La apuesta, sin fisuras, debería ser por el turismo sostenible y el desarrollo de empresas amigables con el medioambiente para buscar el desarrollo integral con la comunidad empoderada y como protagonista.

Y eso pasa por rechazar de cuajo cualquier asomo de exclusión del proceso de modernización a los municipios-destino; propiciar la participación real de la comunidad en vez de relegarla a la contemplación pasiva; proteger celosamente los recursos naturales, garantizar el carácter público de las playas y otros atractivos, evitar la construcción de guetos y la perpetuación de la pobreza.

Pero brotan señales preocupantes que desdicen tales criterios. Más bien hacen pensar en algo muy diferente a lo prometido.

Así, a menos que se produzca una parada técnica para evaluación y corrección conforme a los parámetros originales, el proyecto se enrumbaría por  el mismo turismo masivo (All inclusive) de Puerto Plata, La Romana y Bávaro-Punta Cana, con la agravante de que comienza a replicar las mismas fallas de origen por falta de planificación y un enfoque integral que sus mismos desarrolladores admiten hoy.

Las señales incluyen asomos de privatización de las playas Cabo Rojo y Bahía de las Águilas con todo y estacionamiento en el área de la Cueva de los Pescadores, que no Cueva de las Águilas, como ya han comenzado a designarle con la pretensión de borrar el origen histórico (he propuesto rescatarla y convertirla en atractivo en honor a quienes vivieron toda la vida allí).

Se evidencia, además, el gran desbalance entre la gran velocidad del proceso constructivo de las infraestructuras para el turismo (hoteles, aeropuerto, acueducto, alcantarillado pluvial y sanitario con planta de tratamiento) respecto de la urgencia de obras vitales en los municipios Pedernales y Oviedo, que ni señas de arrancar dan.

Estos pueblos carecen de sistemas de recolección y tratamiento de aguas servidas y de rellenos sanitarios que eviten contaminación de los suelos y de las aguas subterráneas por infiltración de la capa freática vía los detritos de pozos sépticos y letrinas, aguas que luego extraen de pozos tubulares mediante bombas sumergibles para el uso casero.

En esas condiciones, las comunidades del destino jamás gozarán de salud porque siempre estarán a expensas de las enfermedades hídricas.

En el caso de Oviedo, ni acueducto tiene. Ha vivido, por los siglos de los siglos, sediento de agua potable. El municipio tiene aspecto ruinoso por falta inversión pública y privada.

A las estoicas comunidades agrícolas del distrito municipal José Francisco Peña Gómez, en Sierra de Baoruco, de Pedernales, ya no les cabe más precariedades, En pleno siglo XXI, la falta de acceso a redes eléctricas, acueducto, carreteras e incentivo para producir  constituyen una afrenta a la dignidad de las familias que allí viven y debería avergonzar al Gobierno.

La carretera interprovincial Barahona-Pedernales, la única, es un infierno agravado por el maldito “El derrumbao”, en el tramo de La Ciénaga, Barahona, que las autoridades no resuelven definitivamente. Solo discursean y mangonean. Pedernales no cuenta con vías alternas. Solo promesas de construcción sobre la histórica carretera hacia Duvergé, a través de Aceitillar de Sierra de Baoruco.

En Pedernales hay un edificio de oficinas públicas (1968) en ruina, avisando su inminente derrumbe en cualquier momento. Está ubicado en el centro del pueblo, Braulio Méndez con Juan López, pero parece que las autoridades no lo ven.

La mayoría de las casas que configuran el centro del municipio, igual, está inservible. Las unidades no resisten reparación porque fueron construidas a la carrera por el  ingeniero Wascar Pimentel durante el gobierno de Trujillo tras el huracán Katie (1955), en los mismos solares donde estaban las viviendas originarias. Ni hablar de las construidas por la gestión de Balaguer luego del huracán Inés (1966). Se desmoronan como pan de agua caliente.

El presidente Luis Abinader puede emular a su par. Urge. Puede disponer la demolición y la construcción en cada lugar de otras nuevas, bonitas y nuevas, dignas para familias que han resistido tanto que ya Pedernales les sabe bien a desarrolladores turísticos y turistas; mas, no a ellas.

Sobre ordenamiento territorial, un desorden. Quien tiene dinero construye e instala cualquier tipo de negocio donde le parece, sin importar la paz de las familias ni espacios públicos. El compra y vende sin regulación está de moda. Vamos por la pendiente peligrosa de la gentrificación y la turistificación,  y, cuando eso pase, la gente sentirá rabia por los turistas (turismofobia) porque los verá como intrusos, culpables de la desgracia. Entonces, será tarde.

El frente marino en la playa local ha comenzado ¡por fin! tras nuestro eterno reclamo solitario en medo del silencio empresarial, organizaciones sociales y culturales y el liderazgo político, religioso.

Pero las empresas contratadas han accionado impetuosamente sin una conversación con propietarios y ocupantes de terrenos que han rechazado las incursiones inconsultas y el abuso de poder. Mala relación con la comunidad, mal comienzo. Lo mismo con ITM Group/Taíno Bay en la terminal turística en Cabo Rojo.

Esa obra es importante para el municipio y debe ser de primera. Avanzar sin ruidos innecesarios, ayuda a ese propósito. Y, al final, que no resulte una piñata administrada por empresarios abiertos y encubiertos que han sido indiferentes frente al proyecto y ahora les crece la gula por el enriquecimiento desmedido.

Caería bien un patronato en el que no falten la representación del gobierno municipal, la asesoría de los pedernalenses ausentes y personas del pueblo honestas, reales dolientes.

Otro dato tenebroso, aunque a muchos luzca insignificante: la designación de lugares obedeciendo a criterios manidos de publicidad y márquetin, sin contar con la participación de la comunidad.

El nombre Port Cabo Rojo y desde ahora llamar aeropuerto internacional Cabo Rojo a la obra en construcción es una burda imitación de las ciudades de lujo Bávaro-Punta Cana, de gran prestigio internacional, sobre todo por sus resorts todo incluido, no por turismo sostenible al que aspiramos los pedernalenses. Muchos turistas desconocen que esas “ciudades turísticas” están en territorio de la provincia La Altagracia.

La exclusión del nombre Pedernales en las obras del proyecto turístico y la toma de decisiones arbitrarias en temas que afectan de por vida al colectivo y niegan nuestro aspiracional, resultan inaceptables y deben replantearse.

Las designaciones de lugares deben  ser analizadas y consensuadas con interlocutores válidos de la provincia Pedernales. Lo otro es un atropello contra la historia de la comunidad.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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