La noticia del fallecimiento del papa Francisco nos sorprendió al despedir la Semana Santa.
Lo primero que llegó a mi mente al enterarme fue una canción de Carlos Varela que muy bien podría ser el “soundtrack” no oficial del pontificado de Francisco. Según el cantautor, "desde que existe el mundo, hay una cosa cierta: unos hacen los muros y otros hacen las puertas". Esas letras resuenan a modo de eco profético en tiempos en los que las desigualdades se profundizan y el individualismo se vende como virtud.
Quizás muchos han olvidado aquella petición inicial de Francisco cuando dijo “oren por mí”, en su primer mensaje como papa. Se trata del mismo que enfrentó el estigma que cerraba las puertas de la Iglesia a los homosexuales y a otros grupos rechazados por sectores conservadores.
Es que Francisco eligió sistemáticamente ser constructor de puentes en un mundo obsesionado con levantar murallas. Cuando en 2016 criticó a Donald Trump por prometer su muro fronterizo —"quien construye muros y no puentes no es cristiano"— no hacía teología abstracta: denunciaba la contradicción más obscena de la actualidad, donde los mismos que predican mercados "sin fronteras" para el capital niegan el derecho a migrar a quienes huyen de la pobreza que ese sistema genera.
La coherencia de Francisco
Francisco no solo habló de puentes; los encarnó. Su frase más subversiva —"cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres"— no era un eslogan, sino un acto de desobediencia institucional. En una curia acostumbrada a palacios dorados, él eligió vivir en Santa Marta, un hostal vaticano; vendió el Porsche regalado para donar su valor a un albergue. El papa calificó de "escándalo" que sacerdotes manejaran autos de lujo.
Por entender que "unos tienen invierno y otros, primaveras" convirtió la desigualdad en su blanco predilecto:
– Denunció que "esta economía mata".
– Criticó a los "cristianos de salón" que reducen la fe a rituales.
– Defendió que "la propiedad privada no es un derecho absoluto" frente al hambre.
Su postura ante los jubilados reprimidos en Argentina ("pagaron gas pimienta en vez de justicia social") o su defensa de bendecir parejas homosexuales ("¿quién soy yo para juzgar?") muestran un patrón: privilegiar el encuentro sobre la doctrina.
Francisco derribó muros
Como parte de su labor pastoral, Francisco chocó con límites estructurales. Su lucha contra los abusos sexuales —"abusar de niños es una enfermedad"— avanzó al abolir el secreto pontificio, aunque quedan casos impunes. Su llamado a "paternidad responsable" ("no hay que reproducirse como conejos") chocó con la negativa a revisar la prohibición de anticonceptivos.
Pero su mayor batalla fue contra el muro más invisible y letal: la indiferencia. Cuando declaró que Gaza "no es una guerra, es crueldad" o recibió a migrantes en Lesbos, en la práctica, respaldó lo que dice Carlos Varela: "la libertad solo existe cuando no es de nadie".
El legado de Francisco se resume en una paradoja: fue un revolucionario que movió montañas con frases simples, no con decretos. Como la canción que asocio a su papado, su labor pastoral fue un recordatorio de que:
– Los muros son una elección política, no un destino.
– La verdadera fe se mide en puentes: los que tendió a LGBTQ+, divorciados, pueblos originarios y "los descartados".
– La Iglesia no es una fortaleza, sino —como él dijo— "un hospital de campaña".
Francisco y Varela
Pasar revista a la canción de Carlos Varela y a esas expresiones tan sencillas como valientes del papa Francisco es una virtuosa manera de avanzar a una pregunta que a alguna gente le puede resultar incómoda: ¿queremos seguir siendo ingenieros que levantan muros o albañiles que tienden puentes? Francisco eligió lo segundo, incluso cuando le costó ataques de conservadores y progresistas por igual.
"Unos sueñan con Dios y otros con el dinero", canta Varela. Este papa soñó con un Dios que prefiere trabajadores migrantes a templos suntuosos, abrazos a anatemas, y jardines de infancia en Gaza a tanques. Su testamento ético podría ser el estribillo de la canción: "Eso tú lo sabes". Porque, en el fondo, todos sabemos qué mundo duele menos. La cuestión es si tenemos el coraje de construirlo.
Y tú, ¿sigues levantando muros o estás en disposición de abrir puertas y tender puentes?
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