La política dominicana hacia Haití del presidente Luis Abinader ha consistido fundamentalmente en pedir a la comunidad internacional que intervenga Haití, construir el muro fronterizo, aumentar la capacidad tecnológica y el número de militares en la frontera, cerrar los consulados, no emitir visas y cerrar la frontera (ojo: no abordo aquí específicamente la política migratoria dominicana, lo haré en otro artículo).
Veamos a qué ha llevado esa política dominicana hacia Haití.
La comunidad internacional ha prestado poca atención al clamor del Gobierno dominicano para intervenir en Haití. Los soldados kenianos, un contingente pequeño, no han logrado pacificar Haití, y ahora difícilmente Donald Trump se interese en ese proyecto. Haití continúa, por tanto, con un Gobierno precario en medio de las bandas y la violencia.
El muro fronterizo va lento porque el Gobierno dominicano está escaso de recursos para obras de construcción, y aún lo terminaran de punta a punta, ahí está el mar para cruzar pagando sobornos.
Es difícil saber cuánto ha mejorado el control fronterizo para evitar el cruce ilegal de migrantes y mercancías, pero con la corrupción imperante, difícilmente un mayor despliegue militar logre ese cometido.
Cerrar los consulados y no emitir visas limita el tránsito y el comercio legal, cuando debería buscarse más legalidad, no menos. Además, la inmensa mayoría de los haitianos viene sin visa, cruzan pagando sobornos. ¿Cuál es entonces el objetivo de cerrar consulados y no emitir visas?
El cierre de frontera, cuando se ha hecho, complica aún más el comercio entre los dos países, del que dependen muchos haitianos para abastecerse de productos básicos y los productores y comerciantes dominicanos para realizar sus ventas.
Es tiempo de que la República Dominicana entienda que nadie en el mundo se hará cargo de Haití, que solo los haitianos pueden resolver sus problemas, pero que la gran beneficiada de una mejoría en Haití sería la República Dominicana. Habría más exportaciones, menos presión migratoria y mayor sostenibilidad ecológica y humana en la isla.
Por tanto, hay que repensar la política dominicana hacia Haití para, desde este lado, tomar medidas que ayuden al desarrollo de ambos países. Por favor, seamos más inteligentes.
El presidente Abinader debería abandonar su populismo nacionalista anti haitiano (aunque le resulte políticamente rentable) y convocar un encuentro con personas conocedoras del tema, bien intencionadas y dispuestas a aportar nuevas ideas para avanzar, no para hacer más de lo mismo que no ha dado resultados positivos.
Desde esta columna propongo construir tres modernas estaciones fronterizas: en Dajabón, Elías Piñas y Jimaní. Serían una especie de puertos multimodales, protegidos con una verja y puertas de seguridad.
Dentro de esas grandes estaciones estarían ubicadas las oficinas públicas dominicanas (migración, aduanas, militares, consulares, etc.), se realizarían de manera ordenada los mercados binacionales y se procesaría legalmente todo el tráfico terrestre de pasajeros y comercial. Habría estacionamientos para los camiones dominicanos depositar mercancías a ser despachadas hacia Haití. Y el Gobierno dominicano generaría ingresos al cobrar por el uso de esas modernas facilidades.
Es posible mejorar si hay voluntad y se hace el esfuerzo.
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