El asesinato de mujeres por sus parejas, de niños y niñas por sus propios “progenitores” pone de relieve lo mal que anda una sociedad. Vemos con estremecimiento esta situación en nuestro país, en que lejos de lo que querríamos esperar, padres terminan con la vida de aquellos a quienes más deberían proteger.

¿Qué nos está pasando?6

¿De qué sirve que el país muestre un crecimiento continuo, aún en las peores de las circunstancias internacionales, de su producto interno bruto, si el bienestar de su población se ve severamente puesto en cuestión ante tales actitudes y acciones de acabar con la vida de sus propios hijos y parejas?

Preferiría crecer menos en dicho índice y ser mejor persona, mejor ciudadano, mejor país, amante de la vida en todas sus manifestaciones, y qué decir, en la vida de quienes son nuestros hijos y pareja de ocasión incluso.

Es el síntoma de una sociedad que ha perdido el norte, si fue que algún día lo tuvo. De una sociedad que se ve cuestionada en lo más esencial de su razón de ser como tal: el cuidado y el bienestar de todos, especialmente de aquellos que son los más vulnerables.

El fracaso de la sociedad no es más que la manifestación del fracaso de unos liderazgos políticos que no han sabido darnos una visión positiva de país, pues en lo general interponen sus propias necesidades básicas, tangibles o no, por encima de las que pueden hacer posible que, como país, nos enrumbemos por senderos de desarrollo pleno.

¿Es la manifestación del fracaso de una sociedad y de sus instituciones que enarbolan como modelos a quienes no son más que expresión de lo bajo y lo burdo, de la ignorancia, de la inmoralidad en toda su extensión, haciendo de ellos objeto de reconocimiento y hasta premiación?

¿Es el de una sociedad que ha fracasado en su sistema educativo, más objeto de la corrupción y el abandono sistemático de su sagrada misión, que su constitución como espacio de oportunidades para el desarrollo pleno de todos los dominicanos sin excepción?

¿De qué nos ha servido gastar miles de millones de pesos, que al final salen de nuestros propios bolsillos, en un sistema educativo que no educa y en el cual “algunos hacen como que enseñan y otros como que aprenden”?

¿De qué ha servido, entonces, que tantos hombres y mujeres hayan sacrificado sus vidas, derramando su sangre en calles y campos, si lejos de alcanzar sus más nobles ideales, seguimos atrapados en una especie de barbarie que se convierte en exhibición continua, sin importar las consecuencias que ello acarree?

¿De qué ha servido tener la Biblia en el centro de nuestro escudo, ese libro sagrado para los cristianos, abierto además en el Evangelio de Juan 8-32: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”? ¿Libres para qué, para disponer de la vida de hijos e hijas, de sus parejas, e ir exhibiendo estilos de vida muy alejados de una vida sana?

¿Serán hechos o acontecimientos circunstanciales, o más bien, la manifestación de una sociedad sin reglas y normas claras de convivencia, enferma en su propia conciencia colectiva y en su alma nacional?

¿No será el momento de hacer un alto y convocarnos todos hacia una revisión profunda de nuestros discursos y nuestras acciones, que lejos de alcanzar los sueños de nuestros propios Padres de la Patria y otros tantos que han entregado sus vidas, parecen más bien subsumirnos en la sinrazón y la barbarie?

Quizás es el momento de abandonar tantas posturas y poses que solo sirven para una revista de modas o el suplemento social de un periódico, despojándonos de todo aquello que solo es eso, posturas, dedicándonos en serio a construir la Patria que anhelamos, manifestación de un pueblo educado y trabajador, conocedor pleno de sus deberes y derechos ciudadanos.

Quizás de esa manera el versículo de Juan puesto en el centro de nuestro escudo empiece a tener su verdadero sentido histórico,

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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