Con Gaza y Beirut en el corazón
Una forma sencilla de definir la enfermedad mental es la incapacidad para tomar decisiones, un miedo constante e irracional que impide vivir con plenitud.
Salir de un bucle de pensamiento negativo no es fácil. Requiere trabajo profesional, constancia y, sobre todo, tomar conciencia de la enfermedad. Es fundamental realizar un diagnóstico diferencial que descarte cualquier causa física antes de establecer un abordaje adecuado.
La intervención farmacológica es, en muchos casos, el primer paso indispensable. Permite regular los ritmos biológicos, especialmente el ciclo del sueño, que suele estar gravemente afectado. Una vez estabilizado este aspecto, es posible empezar a desarmar las resistencias del paciente y analizar su contexto: ¿En qué momento vital se encuentra? ¿Cuáles son sus intereses y propósitos? Muchas veces, tras un largo periodo de sufrimiento, el propio paciente ha perdido el rumbo, atrapado en una cárcel mental que le impide avanzar.
Estos patrones mentales suelen convertirse en hábitos difíciles de desmontar. En muchos casos, la terapia psicológica alivia, pero no garantiza una mejora sostenida, ya que el paciente tiende a recaer en sus pensamientos punitivos. Por ello, la combinación de farmacología e intervención psicoterapéutica es la base de cualquier tratamiento efectivo.
El cambio es la clave para construir una relación menos patológica consigo mismo. En este sentido, se emplea con frecuencia el proceso de des/aprendizaje, que consiste en identificar y desmontar los hábitos dañinos que afectan la relación con uno mismo y con los demás. Es un camino progresivo que permite salir del bucle de pensamientos destructivos y autolimitantes.
El agotamiento que sufren estas personas es tal que, en la mayoría de los casos, su vida laboral y social se ve gravemente afectada. El aislamiento es frecuente, y ayudar al paciente a reinsertarse en un ritmo vital adecuado forma parte del proceso de recuperación. Muchas veces, estos estados responden a depresiones crónicas agravadas por ciertos rasgos de personalidad que favorecen el empeoramiento.
La única forma de mejorar es a través de la intervención de profesionales cualificados. La voluntad también está enferma, y la incapacidad para tomar decisiones, incluso en el autocuidado, puede volverse extrema. Si la enfermedad se cronifica, el riesgo para la supervivencia aumenta.
En 2025, España lanzó un Plan de Acción para la Prevención del Suicidio en colaboración con los colegios profesionales. Este plan incorpora estrategias de afrontamiento y plantea cambios en el manejo de la polifarmacia, un aspecto clave en el tratamiento de estos trastornos.
Es crucial entender que el suicidio no ocurre de manera aislada, sino que suele estar precedido por múltiples señales de sufrimiento psíquico. Contar con observatorios de prevención y fortalecer la detección precoz es fundamental para evitar desenlaces trágicos.
Debemos ser sensibles y coordinarnos con los entornos cercanos del paciente, como la familia y los centros educativos, para trabajar en favor de una salud mental óptima. Ha llegado el momento de unir salud y educación en un esfuerzo común por la prevención.
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