(Ensayo político sobre el capitalismo digital, la disputa hegemónica y la democracia en crisis)

Vivimos una mutación profunda del capitalismo global. A la tradicional acumulación por despojo —basada en la expropiación de bienes comunes, territorios, trabajo y derechos sociales—, se le suma hoy una nueva fase dominada por la extracción de datos, el control de la infraestructura digital y el dominio algorítmico de la vida cotidiana. Estos nuevos ejes de acumulación no solo transforman las bases materiales de la economía, sino que también reconfiguran las formas de dominación política y desestabilizan las estructuras democráticas clásicas. El problema es urgente: ¿cómo hablar de democracia en un sistema donde el poder ya no reside en los parlamentos sino en los nuevos servidores y las plataformas?

  1. De la fábrica a la nube: mutación del capital

Durante el siglo XX, la acumulación capitalista estuvo centrada en la industria, el extractivismo primario-exportador y la financiarización global. Sin embargo, desde inicios del siglo XXI, con el ascenso de gigantes tecnológicos como Amazon, Google, Meta, Alibaba o Microsoft, el centro de gravedad de la acumulación se ha desplazado al control de datos, plataformas digitales, inteligencia artificial y vigilancia total.

Esta economía digital no solo mercantiliza el tiempo libre y la atención de los usuarios, sino que convierte cada interacción humana en materia prima para la acumulación, lo que Shoshana Zuboff denomina “capitalismo de vigilancia”. En este modelo, el sujeto no es solo trabajador o consumidor: es también una fuente constante de datos para la predicción y manipulación de su conducta.

La riqueza ya no se mide solamente en bienes producidos o tierras controladas, sino en infraestructuras digitales, patentes algorítmicas, control del tráfico de datos y poder de modelar la conducta social. La vieja economía sigue viva, pero subordinada a estas nuevas lógicas de acumulación.

Sin echar a un lado los aportes de Piketi en su obra sobre la ideología del capital y los modos post-capitalista de producción, tampoco la afirmación de Andrew Tate sobre que “para que haya capitalismo tiene que haber una población numerosa que viva como esclavos” puede ser vista como una formulación popular y simplificada de una idea que tiene cierta raíz teórica en el marxismo, especialmente en el concepto de esclavitud asalariada desarrollada por Carlos Marx.

  1. Nuevas formas de dominación y crisis de la democracia liberal

Esta mutación del capital tiene implicaciones devastadoras para la democracia. En primer lugar, porque la soberanía política es desplazada por el poder tecnocorporativo: gobiernos electos dependen de empresas privadas para comunicar, censurar, vigilar, organizar elecciones o prestar servicios esenciales.

En segundo lugar, porque el sujeto democrático clásico —el ciudadano informado y deliberante— es reemplazado por un usuario fragmentado, atrapado en burbujas algorítmicas y sometido a una economía de la atención que premia el escándalo y la desinformación.

Las plataformas digitales, lejos de democratizar el debate público, se han convertido en mecanismos de control conductual y polarización política, donde la lógica del clic sustituye el análisis crítico y el algoritmo decide lo visible y lo invisible.

Todo esto genera una democracia degradada, en la que los parlamentos legislan sin soberanía, las elecciones se convierten en espectáculos mediáticos, y las élites económicas gobiernan sin rendición de cuentas. La llamada “democracia liberal” se vacía de contenido mientras el autoritarismo tecnocrático gana terreno.

  1. América Latina y el dilema del desarrollo digital

En el contexto latinoamericano —y especialmente en países como República Dominicana—, esta transformación ocurre con una doble dependencia: a la dependencia estructural del capital extranjero se suma ahora la dependencia digital de plataformas extranjeras, servidores ajenos, software propietario y cadenas de valor tecnológicas fuera de control nacional.

Los gobiernos que promueven la “transformación digital” lo hacen, en muchos casos, sin soberanía tecnológica ni regulaciones claras, favoreciendo modelos privatizadores, plataformas extranjeras y la tercerización de servicios públicos clave. Esto refuerza el modelo de acumulación sin redistribución, sin democracia participativa ni control popular sobre las nuevas infraestructuras.

Si antes se discutía sobre “industrialización” como vía al desarrollo, hoy la gran pregunta es: ¿qué significa desarrollo sin soberanía tecnológica ni autonomía digital? ¿Qué democracia es posible en una economía dirigida por datos que no controlamos?

  1. Hacia una alternativa democrática y popular

Frente a esta nueva forma de capitalismo y dominación, no basta con nostálgicas apelaciones a la democracia formal. Se requiere una reinvención radical del proyecto democrático desde abajo y desde fuera del mercado.

Esa alternativa pasa por:

  • Soberanía digital: acceso público y control democrático sobre las infraestructuras digitales. Implica software libre, regulación de plataformas, protección de datos, y construcción de tecnologías autónomas.
  • Democracia económica: redistribuir no solo de la riqueza, sino también el poder sobre los medios de producción digitales y cognitivos, garantizando el acceso equitativo al conocimiento, la conectividad y la educación tecnológica.
  • Democratización de los algoritmos: hoy los algoritmos deciden qué vemos, compramos y pensamos. Es urgente una ética y regulación política de la inteligencia artificial, basada en derechos colectivos y no en el lucro.
  • Nueva organización política: construir una izquierda capaz de pensar esta mutación del capital, de articular luchas sociales con crítica tecnológica, y de forjar alternativas que integren democracia, ecología, feminismo y soberanía digital.
  1. Conclusión: democracia sin acumulación o acumulación sin democracia

La pregunta no es si habrá más o menos tecnología, sino quién controla las tecnologías y para qué fines. El dilema que enfrentamos no es solo económico, sino civilizatorio: o construimos nuevas formas de acumulación basadas en el bien común, la cooperación y la participación popular, o aceptamos un mundo regido por algoritmos opacos, desigualdad estructural y democracia vaciada.

La izquierda tiene el deber de encarar esta disputa. No basta con resistir: hay que disputar los nuevos ejes de acumulación, construir soberanía tecnológica desde los pueblos, y recuperar la democracia como poder del común. En este campo de batalla —material, simbólico y digital— se juega el futuro de la emancipación.

Bibliografía y lecturas complementarias

  • Zuboff, Shoshana. La era del capitalismo de vigilancia.
  • Srnicek, Nick. Capitalismo de plataformas.
  • García Linera, Álvaro. Geopolítica de la Amazonía y La potencia plebeya.
  • Naomi Klein. La doctrina del shock y Decir no basta.
  • Dardot y Laval. Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI.
  • Evgeny Morozov. El desengaño de Inte

Julio Disla

Estudió Comunicación Social en Universidad de La Habana, con un posgrado sobre Prensa Internacional en el Instituto Internacional José Martí, en Cuba. También estudió Pedagogía Mención Ciencias Sociales en el Centro Regional Universitario del Noroeste (CURNO), extensión de la UASD. Laboró como periodista en el Nuevo Diario, El Hoy y El Nacional de Ahora. También para los noticieros radia Noti tiempo, Radio Comercial, Acción Informativa, Radio Acción, Santiago y Disco 106, en la capital. Fue director de prensa de la Agrupación Médica del Seguro Social. Ha escrito varios libros; entre ellos De Pueblos y Héroes, Onelio Espaillat, ejemplo de firmeza y Agenda de la Libertad. Reside en Estados Unidos.

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