Las críticas que se hacen desde la derecha al progresismo, en su mayoría, son estúpidas.  Por ejemplo, insisten los reaccionarios y conservadores que el multiculturalismo es lo que desata el crimen y la violencia en las calles y no la desigualdad económica.  Por otro lado, los cimientos y los discursos de izquierda también tienen sus grietas.  No existe posición política sin agujero, contradicción o riesgo.

Entro en territorio peligroso.  Estoy utilizando etiquetas.  Las etiquetas muchas veces son inútiles, pero ¿qué hacer?  La gente las exige.  Tengo que tener mucho cuidado con mis palabras.  Soy un pensador incomodo.  Soy un pensador sin orillas y eso confunde o aterra a las personas.  No obstante, comparto esa inquietud crucial por pensar la justicia, la emancipación y el cambio social.  Quiero contribuir en algo al ensayo de la felicidad.

Estamos presenciando el poder arrollador de la política cruel y la opinión pública malinformada.  Quizás no es el mejor momento para lanzar críticas o cuestionar demasiadas paradojas, dada la enorme cantidad de crisis, guerras, el discurso odioso de los fascismos sociales y políticos.  Pero, ¿cuándo pararán las crisis?  ¿Cuándo se auto examinarán los sujetos de la irreflexión que nos interpelan?

Porque mande, mande quien mande, en el mundo siempre habrá

Buena gente, mala gente

El que niega, el creyente

Sabio o necio, indiferente

Tabaco y ron

De cuando en cuando, pero especialmente ahora, el activismo social nos llama.  Se trata de una comunidad de práctica peculiar.  “La cultura indignada” consiste de los individuos y grupos que hacen voluntariado, sirven, participan y expresan apoyo o indignación ante los agravios sufridos por determinadas personas o grupos, pero, curiosamente, permanecen en silencio o indiferente ante las injusticias menos sensacionales.  Por ejemplo, la guerra en Sudán es tan catastrófica, en términos humanos, como las demás, pero menos visible y digna de discusión.  ¿Cómo se explica esto?  En la segunda parte de esta reflexión buscaré una respuesta crítica.

Mientras tanto, el activismo social de la cultura indignada se entiende como el esfuerzo por salvar frágiles vidas humanas.  El activista social quiere mejorar el mundo, especialmente para los grupos marginados que más han aguantado el peso del sufrimiento social históricamente.  Igual, se trata de un particular ejercicio de la ciudanía, la participación directa en la tramitación de los problemas en la vida comunitaria.  Este activismo sociopolítico es la práctica, por excelencia, de la solidaridad por individuos o grupos comprometidos con la justicia social.  Son modos de estar y pertenecer a la causa común de sostener y sanar las vidas rotas o pisoteadas por el sistema o la desgracia.

Hay grandes y maravillosos ejemplos del espíritu coherente de la justicia social.  Los biógrafos de San Francisco de Asís nos cuentan como un día el santo cabalgaba por su vecindario y fue detenido por un leproso quien le pidió una limosna.  Francisco resistió su primer impulso a galopar lejos de este hombre.  Sintió una voz dentro que le dijo que esa pobre criatura quería algo más que una limosna.  Quería que lo miraran y trataran como hombre y hermano.  Francisco saltó de su caballo y no solo le entregó su cartera al hombre, sino que también le dio abrazos y besos.  Cuando siento que estoy corto de empatía trato de recordar este relato.

Asimismo, cuando se me pone demasiado duro el corazón, trato de recordar el clamor de José Martí de que “hay que estudiar, lloroso el corazón, con el dolor humano hasta los codos” y entender que “nace el hombre del dolor de la tiniebla y el desgarramiento sublime.”  Es más fácil admirar desde lejos a un San Francisco de Asís o a un José Martí que seguir sus ejemplos con coherencia.  Pero, a veces, las y los jóvenes que abrazan y se abrazan dentro y con todo el fervor revolucionario y meten sus cuerpos en la violenta línea del frente de cada conflicto sociopolítico encarnan este espíritu de sacrifico y valentía en la lucha real y peligrosa por el cambio y la justicia social.

Sin embargo, con frecuencia, los jóvenes revolucionarios son manipulados como piezas de ajedrez por políticos astutos o lideres carismáticos que sólo persiguen su propia ventaja.  O, sucede que estos jóvenes caen ante la primera desarticulación de su idealismo.  El esencialismo los traiciona.  Como todos los mortales, buscan solidez en un lugar móvil desde el cual planificar proyectos permanentes, algún asidero en el cual sostenerse firmes, algún amor en el cual contar para siempre y, de repente, no pueden manejar las crisis de las contingencias.  Como afirman dos teóricos, cuyas ideas aprecio mucho pero no tanto su jerga académica (Fred Moten y Stefano Harney), nos encontramos ante no solamente un problema político, sino también ontológico.  Es decir, necesitamos pensar en cómo ser y estar en este mundo sin despreocuparnos de la condición de los demás seres vivientes. De lo contrario, nos cavaremos una tumba más grande.

Juan Valdez

Docente y escritor

Docente y escritor, autor de "Sendas extraviadas: ensayos para vivir en el mundo que nos queda".

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