¿Dónde estamos seguras? ¿Dónde estamos a salvo de la violencia sexual? En ningún sitio. ¿Qué tipo de ropa nos protege del violador? No hay falda larga o corta, llamativa o sobria que nos resguarde.
Creo que casi ninguna mujer puede decir, con total honestidad, que nunca ha sido acosada, abusada o, en el peor de los casos, violada sexualmente.
No es un tema individual. La violencia sexual es uno de los mayores problemas de seguridad que enfrenta la República Dominicana. El tejido familiar y social se daña, unas veces de forma silenciosa y otras de manera escandalosa cada vez que una niña o una mujer sufre alguna forma de violencia o acoso.
El 44 % de las mujeres dominicanas ha sido víctima de algún tipo de violencia sexual. Si eres hombre, te diré algo, probablemente entre las mujeres que quieres, en tu familia o en tu círculo de amigas hay alguna que fue violada o abusada y posiblemente guarda silencio. Solo el 16.5 % de las víctimas denuncia.
Ante este dato, te pregunto, ¿no hay, entre los hombres que admiras y quieres algún abusador, algún violador? Quizás hay uno que no penetró a nadie a la fuerza, pero que creó en el trabajo un ambiente de acoso sexual tan incómodo que llevó a la renuncia de una compañera “por razones personales”.
Hay muchos violadores conocidos sentados en las mesas de muchas casas de familia, prueba de que a veces causa más indignación el carro robado que la mujer o la niña violada.
Las mujeres no denuncian, entre otras razones, porque, con frecuencia, no son escuchadas, son revictimizadas y pueden perder vínculos familiares, círculos de amigos y oportunidades laborales. Seamos honestos, con frecuencia la protección y la empatía se le otorgan al agresor. Par la víctima censura, vergüenza y silencio.
Ni siquiera la noticia de un video en el que se observa cuando seis hombres violan a una jovencita logra conmover a ciertas personas que desde la comodidad de un teclado o micrófono en mano revictimizan a la mujer de 21 años. Reenvían el video y convierten el dolor en consumo porno. En vez de cuestionar a los violadores y a la cultura de la violación se preguntan qué hacía una mujer de 21 años en una discoteca. Hacía lo que la mayoría de los jóvenes hace: divertirse, bailar, explorar la vida, socializar…
Nadie tiene derecho a violentar el cuerpo de otra persona. No importa si va vestida de monja o completamente desnuda, en una calle oscura, en la madrugada, toda mujer tiene derecho a no ser violada. Parece una verdad muy obvia y, sin embargo, en las redes sociales hay comentarios que minimizan el daño causado a la víctima.
“¡Ese caso lo están exagerando más de la cuenta! Eso no tiene el tamaño que le han dado. Eso fue una locura sexual. Eso fue un abuso, no una violación”, escribe un hombre.
Otros cuestionan el hecho de que una joven fuera a una discoteca y compartiera con hombres. ¿El mensaje es, entonces, que debemos tratar a todos los hombres como potenciales violadores? ¿No podemos conversar, bailar con hombres en un bar? Esta lógica nos lleva a un pensamiento peligroso y repulsivo.
Una joven mujer dijo en un podcast: “Al parece a la joven le ha dolido más que el video se hiciera viral que la propia, supuesta violación”, mientras hacía inferencias sobre el estilo de vida y la reputación de la chica.
Sé que al leer estas barbaridades ahora, la mayoría nos indignamos. Pero, ¿seguro que nunca hemos justificado a un violador, a un acosador, a un abusador? ¿Nunca hemos mirado para otro lado, siempre hemos parado a tiempo un comentario que justifica al violento?
Como reportera he investigado sobre la violación en el país y siempre hay silencio y complicidad de la familia, del barrio y, tristemente de parte de las autoridades.
En los pueblos, por ejemplo, la adolescente violada por un tío convive con él en las fiestas familiares como si nada hubiera pasado. Y no crean que solo ocurre en familias visiblemente desestructuradas, marcadas por las drogas. No. Ocurre en familias conservadoras, “de bien”, donde unos van a misa y otros al culto. La mujer sufre la violación y la tortura de convivir con el agresor.
Y, en la universidad, ¿defendimos y apoyamos a la compañera que fue acosada por el profesor o miramos para otro lado? ¿Y cuando ese compañero compartió un video inapropiado le llamamos la atención o dejamos el agua correr?
No podemos normalizar la violación. Ni la de la niña que fue abusada por un familiar, ni la de la jovencita que sale a bailar de madrugada, ni la de la trabajadora sexual de la que se aprovecha el policía. Toda violación, todo abuso, todo acoso sexual es un delito. Y el delito debe ser denunciado y sancionado.
Y los violadores deben saber que no recibirán ningún apoyo ni aprobación social. Si a tu casa no invitas al narcotraficante, al ladrón, al asesino que todavía delinque (a veces ni al que pagó la pena y trata de redimirse), ¿por qué invitaría a un violador, a un acosador que no ha sido sancionado?
Y, sin embargo, hay muchos violadores conocidos sentados en las mesas de muchas casas de familia, prueba de que a veces causa más indignación el carro robado que la mujer o la niña violada. Y ya basta. ¡No reenvíes ese video!
La Canoa Púrpura es la Columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y Nuevas Masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.
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