Los baby boomers (gente nacida entre 1946 y 1964), que en la década de 1960 enarbolamos la consigna “jamás envejecer”, sesenta años más tarde, tenemos que rendirnos ante la evidencia de estar confrontando realidades sociales y personales propias del envejecimiento: la desorientación y sensación de estar viviendo en otro mundo, entre gente que piensa y actúa muy diferente a nosotros.
Tuvimos la suerte de crecer en un periodo de gran prosperidad para muchos países, a ritmo de rock n´roll y gritos de Peace & Love; con una entrada en el mercado laboral sin grandes dificultades; y, para no pocos, vidas centradas en el trabajo y la valoración social ligada a las carreras; para otros, el idealismo y militancia revolucionaria, pese a que en pocos casos sobrevivieron al derrumbe del muro de Berlín, en noviembre de 1989.
Tuvimos también una relación ambigua con los valores tradicionales, por un lado, apego a la familia (la mayoría nos casamos y, en muchos casos, nos divorciamos y volvimos a casar); y, por otro lado, la aspiración de reformas sociales y militancia en favor de la ampliación de libertades. En fin, quisimos cambiar el mundo.
Con esa experiencia de vida, hoy nos cuesta entender la manera de pensar y actuar de las generaciones siguientes, X (1959-1977), Y (1978-1994) y Z (1995-?), todas generaciones que confrontan problemas profesionales (dificultad para encontrar un empleo bien remunerado). Esto explica la centralidad en sus propias necesidades e inclinación a la búsqueda de gratificaciones inmediatas. En otras palabras, son gentes interesadas en vivir el presente, que les importa poco el porvenir y que toman su distancia frente a estos “dichosos y engreídos viejitos” llamados baby boomers y las instituciones que dirigen.
Prefieren a los outsiders. Puede incluso tratarse de un energúmeno que encarna el racismo, la xenofobia, la homofobia, la misoginia, la mitomanía, la mezquindad y muchas otras miserias humanas, pero que les promete que con él tendrían un poco más de dinero en el bolsillo. Las insolencias que salen de su boca les salen por el mismo oído que les entra.
La propuesta de defender la democracia en peligro no encuentra oído receptor dentro de esta gente. Definitivamente, ella no está en el centro de sus preocupaciones.
Un gran estudio mundial de Open Society Foundations, fundada por Georges Soros (multimillonario y filántropo estadounidense), realizado en noviembre 2023, revela que los jóvenes están cada vez menos apegados a la democracia. El 35% de los que tienen entre 18 a 35 años dicen ser partidarios de un líder fuerte, sin parlamento y sin elecciones, o sea, de una dictadura. Y, peor todavía, el 42% dice estar abierto a experimentar un sistema militar. Habrá que enviarlos a vivir a China o a Rusia para ver si cambian de opinión.
No debe pues extrañarnos que hayan abandonado al Partido Demócrata que, si bien defiende los mismos intereses que el Partido Republicano, aborda el tema de las libertades públicas de manera diferente. Según las encuestas a salida de urnas, pese a que Kamala Harris superó a su rival por 13 puntos entre los jóvenes de la generación Z (1995-?), hizo peor figura que Biden en las pasadas elecciones. En 2020, este superó a Trump por 20 puntos entre los jóvenes de ese rango de edad.
Pero la gran sorpresa de estas elecciones ha sido el viraje del voto hispano, mayoritariamente joven y de tradicional inclinación demócrata. Mientras que Biden obtuvo un avance de 35 puntos entre ese electorado, Kamala apenas consiguió un avance de 8 puntos. En Michigan, fue un verdadero desastre, el 62% del electorado latino votó por Trump. Ni siquiera la horripilante broma del humorista Tony Hinchcliffe, que comparó a Puerto Rico con una “isla de basura”, durante un meeting republicado en Madison Square Garden, los hizo cambiar su decisión de votar por Trump.
Imposible para un baby boomer que se respete, ame y se ame, perdonar a alguien que le lance semejante insulto. Nos cuesta digerir ese comportamiento, pero admitamos que su mundo no es nuestro mundo.