Las calles de Santo Domingo se vestirán de colores este domingo con la caravana del orgullo gay que partirá del parqueo turístico, frente a la terminal Don Diego. Una actividad desafiante, perturbadora, para los conservadores de aquí y de fuera, que perciben la homosexualidad como una perversión.

Pero, como de colores el amor es más libre y diverso, de más en más, la homosexualidad pasa de una identidad percibida como desviada a otra considerada normal y aceptable, incluso en pueblos muy marcados por el machismo y la homofobia como el dominicano, aunque no así en sus  autoridades.

La caravana del orgullo gay de este domingo es un grito, una demostración, un reclamo del colectivo LGBT+, que exige cambios en las actitudes, leyes, normas sociales y representaciones culturales en un país que, por un lado, se parece cada vez más a Miami en sus torres y avenidas, y, por el otro, sus tozudas autoridades continúan rechazando las identidades de género y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, como en Madagascar o el Congo.

Como en años anteriores, ha de esperarse que los integrantes del colectivo LGBT+ asistan a su fiesta-reclamos de derechos en gran número. Sugiero que lleven también a sus mascotas. La homosexualidad, o al menos los comportamientos homosexuales, no son exclusivos de los humanos. Han sido observados en una inmensidad de especies animales. Claro, estos comportamientos no se reducen al acoplamiento, incluyen también relaciones sociales y de pareja, la corporalidad.

Normalizar la homosexualidad (I)

Un país con una economía dinámica, que ya se posiciona como la séptima de la región, estrechamente vinculado al mundo desarrollado, a través de sus casi tres millones de personas que viven en Norteamérica y Europa, y más de diez millones de turistas que anualmente lo visitan, no debería seguir pareciéndose a Haití, Honduras, El Salvador y Nicaragua, rezagados países de la región con los que comparte la penalización del aborto en todas sus formas y la negación de los derechos del colectivo LGBT+, matrimonio homosexual, aceptación social.

Pero el machismo y la homofobia que sustentan estas leyes y políticas pueden y deben ser desmontados. Los intelectuales progresistas, periodistas, escritores, tienen aquí una tarea: demoler, con argumentos convincentes, estas ideas atrasadas, propias del Medievo.

Creo que mi novela El retorno generacional*, que narra la evolución identitaria de tres generaciones de una familia dominicana que emigra a Montreal (padres, hijos, nietos), aporta un granito de arena a esa búsqueda de normalización de la homosexualidad, sobre todo, una parte del capítulo 11 y el capítulo 14.

Capítulo 11

…Sofía y Ricardo ya son dos jóvenes adultos de veinte y tantos años. Comienzan a darme el aviso de que pronto partirán, sus ausencias son cada vez más frecuentes y prolongadas. Sobre todo, Sofía, que acaba de graduarse de enfermería y de ingresar al mercado de trabajo. El tiempo que le queda libre no es para estar en casa acompañando a papá, sino para divertirse con sus amigos. Partirá el día menos pensado.

Tampoco Ricardo estará aquí por mucho tiempo. Ya le falta poco para terminar su carrera de trabajo social. Se buscará un empleo, su tiempo libre lo tomará para ocuparse de sus asuntos, y adiós, papá.

Terminarán por dejarme solo, pero no me quejo, yo hice lo mismo con mis viejos. Es bueno que comiencen a volar con sus propias alas y a construir sus nidos. que les irá bien, son muy buenos chicos, cada uno a su manera. A veces me pregunto cómo dos personas nacidas y criadas en el mismo entorno familiar y social puedan ser tan diferentes. Ricardo es tímido y discreto, mientras que Sofía es alborotada, extravertida a más no poder. Desde la temprana adolescencia mostró un entusiasta internacionalismo que hizo de ella una chica prolífica y diversa en sus amoríos, coleccionadora de novios de todas las culturas y procedencias. Ya en la adultez, privilegia las relaciones con los quebequenses. Continúa cambiando de hombre con la misma frecuencia que  cambia los panties, pero estos son siempre canadienses franceses, preferencia vinculada a la quebequense que se siente y se piensa. Es una chica liberal, feminista, dueña de su persona y le importa un carajo el que dirán.

Un día, mientras jugábamos a las cartas, me dice:

—Papá, estoy decidida a tener un hijo.

—Que yo sepa, no tienes pareja.

—No, ni falta me hace —dice, echándose el pelo para atrás—. Es como madre soloparental.

—¿Y qué es eso?

—Es un concepto nuevo, contrariamente a la monoparentalidad, que es un proyecto pensado y realizado por dos que termina a cargo de uno, este es imaginado, organizado y puesto en práctica por una sola persona. Es un modelo de familia cada vez más visible en esta sociedad que cuestiona el modelo de la familia tradicional, compuesto de papá, mamá e hijos. No es que tenga nada en contra de ese modelo, pero entiendo que no tiene por qué ser el único, hay otras formas de concebir la familia. Hoy la solomonoparentalidad es una de ellas, mañana será otra. Las sociedades, como las personas, son cambiantes.

—Tienes razón —le respondo, todavía un poco descolocado, porque, a decir verdad, no me esperaba ser abuelo tan pronto—. ¿Ya decidiste de quién quieres embarazarte?

—No, eso poco importa, del primero que me preñe. Lo único que necesito de un hombre para tener un hijo es un espermatozoide, no me importa de quién sea. Mi hijo no será necesariamente el producto del amor, pero sí de una aventura placentera, solo me acuesto con hombres con los que tengo el placer de acostarme. Será, pues, el producto de un gusto. Eso me basta, el placer de hacerlo y también de tenerlo y criarlo, esto último acompañado de muchos tormentos y sacrificios. sabes de eso. Con todo lo que pasaste con nosotros…

Así es Sofía, libre, sin ataduras, decidida, dueña de su persona.

Contrario a ella, la vida privada de Ricardo es un misterio. También tiene un posicionamiento identitario muy distinto a su hermana. Es una especie de ciudadano del universo, que expresa una identidad cultural cosmopolita, transnacional y transétnica, que valora como un enriquecimiento personal por las posibilidades que le ofrece de traspasar los límites de la cultura étnica. Ya me dijo que tan pronto termine sus estudios se irá a trabajar para el Gran Norte de Quebec, donde habitan los pueblos autóctonos, una manera de explorar otros mundos, otras culturas.

Nunca habla de sus relaciones sentimentales, no le conozco ni novia ni novio. Pero un día lo encontré con un amigo que de inmediato supe que era homosexual. Con frecuencia lo escucho hablar de su amigo Luc.

Una noche, mientras cenábamos, le lanzo la pregunta:

—¿Tú eres gay?

—Sí. ¿Es eso grave?

—No —le respondo espontáneamente—. Pero me hubiera gustado saberlo antes y que fueras quien tomara la iniciativa de contármelo.

—Perdóname, no sabía cómo tú…

—Te entiendo, no es fácil para una persona aceptar su propia homosexualidad, todavía más difícil debe ser hablar de ella a papá o a mamá. Imagínate contarle esto a Aurora. Una suerte que partió de este mundo sin saberlo. Para ella hubiera sido terrible.

—Tienes razón, a ella se le hubiera desplomado el cielo en la cabeza.

—Tú eres consciente de que no tienes por delante un camino fácil.

—Lo sé, papá.

—Bien, puedes contar con mi apoyo. Para mí, lo importante eres tú, que vivas como deseas vivir, que ames a una mujer o a un hombre, poco importa; el amor es el amor.

Pese a la aparente naturalidad mostrada, desde que parte, hice lo mismo que hace todo padre confrontado a esa situación: preguntarme de dónde podía venir esto, si había alguien más en la familia, qué hice o no hice en su educación. En ese momento, tambalearon mis valores liberales. Estaba acostumbrado a ver la homosexualidad como una cosa normal, pero en casa de otro, no en la mía. A pesar de eso, soy de los pocos padres que rápido acepta la homosexualidad de un hijo, porque hace tiempo que sé y entiendo que hay hombres heteros y hombres homos, y que eso no es ni una enfermedad ni una anormalidad, sino parte de la naturaleza de una persona, como es ser alto o de baja estatura, feo o buen mozo.

Después del coming out de Ricardo, veo con frecuencia a su amigo Luc. Es un joven correcto, que acaba de terminar su carrera de pianista en el conservatorio de música. Acostumbra visitarnos, a veces cena con nosotros y se va al otro día. Me parece que son una pareja feliz. Con ellos vivo en carne propia la experiencia de lo que antes era una idea y termino de afianzarme en mis valores de aceptación y respeto a la homosexualidad ajena.

Ya con la homosexualidad dentro de la casa, eso que yo veía con toda naturalidad, pero sin mucho interés, adquiere ahora una gran importancia. Desde entonces, por el bien de mi Ricardo y de todas las personas como él, aspiro a un mundo sin etiquetas, donde no haya heterosexuales y homosexuales, sino solo personas que buscan amarse, ser felices, y eso lo pueden lograr perfectamente tanto un hombre y una mujer, como dos hombres o dos mujeres. El amor es el amor y no tiene por qué tener fronteras ni biológicas ni sociales.

*El retorno generacional, Amazon Publishing, 2022, páginas159-164.

Carlos Segura

Sociólogo

Master en sociología, Université du Québec à Montréal, estudios doctorales, Université de Montréal. Ha publicado decenas de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, sobre inmigración, identidad y relaciones interétnicas. Es coautor de tres obras sociológicas, La nueva inmigración haitiana, 2001, Una isla para dos, 2002 y Hacia una nueva visión de la frontera y de las relaciones fronterizas, 2002. También es autor de tres obras literarias, Una vida en tiempos revueltos (autobiografía) 2018, Cuentos pueblerinos, 2020 y El retorno generacional (novela), 2023.

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