La Navidad llegó a CDMX el día 3 de noviembre, al día siguiente de finalizar las festividades del Día de Muertos (1 y 2 de noviembre). En un abrir y cerrar de ojos la ciudad se tiñó de rojo. El lunes 3, cientos de jardineros sustituyeron las cempasúchil —las flores amarillas de muertos que adornaban el Paseo de la Reforma— con las brillantes flores rojas de Pascua (Euphorbia pulcherrima). Cuetlaxochiti es su nombre original en náhuatl. Muchas personas desconocen que es oriunda de México y que debutó internacionalmente gracias al primer embajador estadounidense, aficionado botánico que descubrió la planta en 1828. La envió a sus invernaderos en Carolina del Sur, dándola a conocer e introduciéndola en la horticultura de ese país. De ahí que la bautizaran como “Poinsettia”, en honor al embajador Joel Roberts Poinsett.
Cada país tiene sus tradiciones particulares para celebrar la Navidad. Y México no es la excepción. Al contrario, es aquí donde se han originado algunas que se han extendido a otras latitudes. Por ejemplo, las posadas navideñas nacieron durante la colonia. Fue una forma didáctica empleada por los sacerdotes españoles para catequizar a los pueblos originarios, mezclando elementos prehispánicos con el viaje de José y María a Belén.
En la antigua Roma, los primeros cristianos, para pasar desapercibidos cuando eran perseguidos, celebraban el nacimiento del Niño Jesús durante las festividades paganas del sol invictus, coincidiendo con el solsticio de invierno. De igual manera, los agustinos aprovecharon una celebración religiosa mexica para hacerla coincidir con el nacimiento de Jesús: reemplazando la fiesta de Panquetzaliztli, celebrada durante el solsticio de invierno en diciembre.
La exhibición de una docena de réplicas de pinturas de grandes maestros dominicanos, como Elsa Núñez, Celeste Woss y Gil, Cándido Bidó y Guillo Pérez
Es interesante que esa era una de las más importantes festividades mexicas. Se celebraba el nacimiento de Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra, conmemorando el renacimiento del sol y el triunfo de la luz y el orden sobre las tinieblas, en el momento más oscuro del año (el día con menos horas de luz), lo que en la antigüedad se denominaba “sol invictus”. Con harina elaboraban figuras del dios, las consagraban y distribuían para ser comidas por la población, algo similar a la eucaristía cristiana. Tantos elementos simbólicos y temporales compartidos con la Navidad cristiana facilitaron la labor de los evangelizadores y las interpretaciones de sincretismo.
La historia recoge que fueron los agustinos, en el convento de San Agustín Acolman, donde en 1587 se originaron las posadas, una procesión que va de puerta en puerta cantando villancicos. Se ha convertido en una tradición popular que representa el peregrinaje de José y María pidiendo “posada” o alojamiento durante nueve días, del 16 al 24, mezclando música y alegría para culminar en celebraciones comunitarias con piñatas y comida.
Acolman, hoy una ciudad agraria de 200 mil habitantes a unos 40 kilómetros de la capital en el Estado de México, posee el honor de ser cuna de las posadas y donde por primera vez se elaboraron las piñatas en el Nuevo Mundo, especialmente las de siete picos. Creadas por los misioneros agustinos, desde el principio se utilizaron en las posadas como elemento didáctico para mostrar cómo vencer los siete pecados capitales. Según la tradición, una persona con los ojos vendados, que representa la fe que es ciega, debe romper la piñata con un palo (la virtud) para vencer las tentaciones, presentes en los siete picos. Los dulces y frutas que caen de la piñata simbolizan las bendiciones que se obtienen al vencer el pecado. Las piñatas ya son parte importante de las celebraciones laicas. En México las rompen en las fiestas navideñas, y en otros lugares, en los cumpleaños infantiles. Las hay de todos los tamaños y formas, hechas en cartón y decoradas con tiras de papel en múltiples colores.
El pasado día 4, el Ayuntamiento de Acolman inició el Festival Internacional de la Piñata en su cuadragésima versión, que concluyó el día 7 de diciembre, en esta ocasión dedicada a la República Dominicana y a Costa de Marfil. En un bonito espectáculo donde se dieron cita las autoridades de los municipios aledaños, diputados regionales, autoridades culturales locales, regionales y estatales, y frente a más de un millar de personas, la presidenta municipal, Blanca Guadalupe Sánchez, inauguró el festival, después de los discursos protocolares y las presentaciones de los países invitados, que en ambos casos conllevaron discursos, videos y bailes folklóricos.
Para concluir el acto, un grupo de personas de origen mexica dirigió un ritual para solicitar la bendición y protección de sus dioses y para pedir que el festival transcurra exitosamente. Vestidos con sus coloridos atuendos tradicionales; portando instrumentos musicales típicos: un tambor vertical (huehuetl), un tambor horizontal (teponaztlil) y varias trompetas hechas de caracoles marinos (lambí), quemaron copal (incienso) durante el ritual que duró unos quince minutos e involucró a toda la audiencia, al solicitar que todos saludáramos a los dioses, volteándonos, mirando hacia cada uno de los puntos cardinales y hacia arriba. La ceremonia finalizó con una oración en náhuatl lo más parecida a lo que puede ser la bendición final en un acto católico romano o cristiano.
Cada país tiene sus tradiciones particulares para celebrar la Navidad. Y México no es la excepción.
Para mí, que estaba sentada en el presídium, en primera fila de la tarima entre el obispo de la Diócesis de Teotihuacán a la que pertenece Acolman, Monseñor Guillermo Escobar Galicia, y el embajador Juan Bolívar Díaz, me resultó de grata sorpresa y admiración que Monseñor Escobar siguiera cada una de las instrucciones impartidas durante el ritual mexica, algo que sería inusitado en la República Dominicana y que muestra el gran respeto y aceptación hacia la diversidad cultural y religiosa en México.
La Embajada de la República Dominicana ante los Estados Unidos Mexicanos, con casi todo su personal, hizo presencia en el Festival. Para amenizar la fiesta inaugural, contrató una agrupación de doce músicos dominicanos radicados en CDMX, que tocó bastante bien un repertorio compuesto mayormente por merengues y salsas. Otro aporte de la Embajada al Festival fue la exhibición de una docena de réplicas de pinturas de grandes maestros dominicanos, como Elsa Núñez, Celeste Woss y Gil, Cándido Bidó y Guillo Pérez. Cada cuadro tiene un código QR que contiene la información completa de la obra y del autor.
Además de proyectarse tres películas dominicanas, hubo un stand dominicano, atendido durante los cuatro días del estival, con brindis de café y rones, por el cual pasaron miles de personas en cada jornada. Hasta ahora, todas las actividades de la Embajada habían transcurrido en grandes ciudades. En esta ocasión pudimos compartir de cerca con las autoridades y parte de su población, en una “pequeña localidad” parecida en tamaño poblacional al municipio de La Vega, sin el desarrollo urbano. ¡Fue una muy buena experiencia para iniciar las celebraciones navideñas!
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