Señores-as, este deporte tan practicado de la corrupción en nuestro pequeño y querido país no tiene madre como se dice popularmente, pero sí tiene padre, hermanos, hijos, sobrinos, primos, nietos y también demás familia como se pone en las esquelas mortuorias. Lo de SeNaSa –SE NAturaliza SAquear- alcanza, y que se sepa, la sabrosa cifra de quince mil novecientos millones, cantidad que debería ser un indicador más como los que publica de vez en cuando y con tanto eufeismo el Banco Central para demostrar que económicamente y en inmoralidad prosperamos.
Ya no se roba, sustrae, desfalca, trinca, manga o ¨distrae¨ (palabra suavizante para distraer al lector) sesenta u ochenta millones por un funcionario para hacerse una casa de lujo, tener un buen carro, y una cuentecita en el banco, ahora son de a miles de millones ¡Y muchos! Ahí están –estaban, ya se los llevaron- los de Odebrech, los del Cuñado Pulpo, y tantos otros como muestra de una ristra corruptora con más botones negros que un traje de una viuda enlutada.
¿Las condenas? Ya las sabemos, nada o muy leves por un oportuno ¨No ha lugar¨ o ¨Los argumentos en contra no son consistentes¨, o ¨Por colaboración con la justicia¨, o por cualquier otra martingala de abogados o resquicio legal que existen en los códigos. Ahí están los señores de Odebrech, todos para sus casitas tan felices comiendo perdices, o el caso Pulpo, una sentencia cuñadísima de siete cómodos años que tal vez se reduzca a tres o cuatro por buen comportamiento, la misma que le largan a un desgraciado que se robó tres pollos y diez libras de yuca, pero que la pasará enterita, y por demás, bien incómoda.
Dice el obispo Carlos Morel Diplán que se está creando una cultura de que se puede robar. Con todo el respeto monseñor, póngase al día, esa cultura ya está creada desde hace siglos, y lo que es peor, mucho peor: asumida, normalizada, y hasta loada e idealizada en el imaginario colectivo dominicano ¡Cuántos quisieran tener esa oportunidad de enriquecerse en sus manos! Esa es una ¨cultura¨ política tan a menudo unida o en connivencia a la empresarial y de otros muchos ámbitos de nuestra sociedad.
Y no solo eso, incluso cuando se descubren estos bestiales escándalos en nuestro patio sirven de paso para glorificar a los gobiernos y sus presidentes, basta con decir ¨Nadie se librará de robar¨, ¨No toleramos corruptos durante nuestro gobiernos¨ o ¨Irán todos presos¨ y quedan como héroes de la política nacional. En otros países ¡Malditas comparaciones! a los presidentes se les interpela en los parlamentos, se les pide explicaciones, se les somete a mociones de censura, e incluso como le sucedió al español Mariano Rajoy se les destituye por los casos de corrupción acaecidos durante su gestión. Cuando se cae un edificio las culpas no solo son del albañil que puso mal los ladrillos o del encargado que no los supervisó correctamente, lo es también del ingeniero y el arquitecto como máximos responsables de la obra.
Y hablando se supervisión no preguntamos, de nuevo, de nuevo, de nuevo, si no hay posibilidad de detectar más tempranamente estos enormes agujeros negros del desfalco mediante comités, secretarías, superintendencias u otros organismos de vigilancia antes de que se produzca la debacle final ¿O es que no conviene? Permítanme ser malpensado. Corruptus sum, es, est, sumus, estis, sunt, o como quiera que se conjugue en latín, hace tantos siglos que cursé esa asignatura…
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