“[Tom Walz] está mostrando otra forma de ser un hombre decente en los EEUU” Alexandra Ocasio-Cortez

El jueves 15 de agosto tuve el placer de ver en vivo a Nancy Pelosi, la famosa expresidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. No les voy a negar que estaba en la fila X casi al final del teatro y que la veía casi como si estuviera en la televisión pero no me importó. La Pelosi es considerada la mujer más poderosa en la historia del país más poderoso del mundo porque, hasta la llegada de Kamala Harris a la vicepresidencia, era la mujer más cercana al presidente en la línea de sucesión. Más aún, mucha gente considera que el rol que tuvo en la Cámara de Representantes tiene mucho más poder que la vicepresidencia y sigue dándole ese título a la Pelosi.

Lo que no sabía cuando llegué es que iba a ver no una, sino cuatro mujeres poderosas en el icónico Teatro The Ebell de Los Ángeles. The Ebell es, como me enteré esa noche, toda una referencia cultural en la ciudad. Fue creado en el 1893 “por mujeres para mujeres” y aunque originalmente fue fundado solo para mujeres blancas de la aristocracia, tres de las cuatro mujeres poderosas que hablaron fueron mujeres de color. La primera fue la afroamericana Karen Bass, la primera mujer alcaldesa de Los Ángeles electa recién en 2022, la segunda fue la latina Hilda Solís, integrante del poderoso Consejo de Superintendentes de la ciudad y Ministra de Trabajo en la administración de Barak Obama y la tercera fue la moderadora de la noche y una de mis celebridades favoritas, la actriz y comediante afroamericana y judía Tracee Ellis Ross.

El teatro estaba totalmente lleno así que no cabía ni la más mínima duda. Y como Los Ángeles es una ciudad donde impera el Partido Demócrata el evento se convirtió en una celebración previa a la convención que tuvo dicho partido la semana pasada. Tanto Bass como Solís nos contaron sobre la asombrosa trayectoria de Nancy Pelosi y las iniciativas en las que trabajaron con ella cuando estuvieron en la Cámara de Representantes (el equivalente a nuestra Cámara de Diputados/as). Pero aprovecharon también para hablar de Kamala Harris y de Tim Walz, su candidato vicepresidencial, quien también fue diputado en la Cámara junto con Bass y Solís.

Ya me imaginaba que la Pelosi iba a ser brillante porque de eso tiene fama, especialmente como estratega de su partido. De hecho, a ella es que muchas y muchos analistas atribuyen el haber finalmente convencido a Biden para que renunciara a su candidatura. Lo que me sorprendió fue que además de inteligente, es extremadamente amena y divertida. Por ejemplo, me encantó cuando al hablar de su juventud y su devoción por Elvis Presley destacó que “nunca se puede bailar demasiado” (“you can never dance too much”); sentimiento con el que me identifico totalmente.

Nancy Pelosi y Tracee Ellis Ross nos regalaron una hora exquisita de conversación sobre algunos de los momentos más importantes de la carrera de Pelosi; momentos que recoge en el libro que estaba promoviendo “The Art of Power” (“El Arte del Poder”). De hecho, la misma Pelosi se refirió al título que le han dado de la mujer más poderosa en la historia de EEUU y confesó, entre risas, que está contando los días para pasarle ese título a Kamala Harris como presidenta del país. Y cada vez que podía hacía la pregunta retórica “¿verdad que no hay problema de que hablemos de estas cosas?” refiriéndose a la campaña electoral de la Harris porque, como estratega que es, aprovechó todos los momentos que pudo de la puesta en circulación de su libro para apoyar la campaña. También compartió varias de las lecciones de su larga carrera en la vida pública incluyendo lo que ella llama su triple mantra: sé tú misma, conoce el poder que tienes y prepárate para que estés listo cuando se presente la oportunidad.

Con todo y lo fascinada que estaba con la Pelosi, la Bass y la Solís y lo que representan en la política estadounidense, a partir de esa noche empecé a pensar en lo importantes que son los hombres apoyadores. Generalmente, usamos esa palabra como algo negativo. En nuestro español dominicano es una expresión para referirnos a las personas que no son lo suficientemente estrictas y dan demasiado apoyo a sus hijos o hijas. Pero estoy tomando la palabra prestada para referirme a los hombres que se toman en serio e incluso disfrutan apoyar a las mujeres sea como parejas o como colegas.

Como dice la autora Liz Plank en un artículo super interesante sobre Doug Ehmoff, el esposo de Kamala Harris y su rol histórico como primer “segundo caballero” de los EEUU, muchos de los cientos de hombres que Plank entrevistó para su libro “For the Love of Men,” (“Por el amor de los hombres”) querían dejar atrás la definición estrecha de masculinidad o forma de ser hombres de sus padres pero no podían identificar hombres en la vida pública a quienes ver como ejemplos. Por eso Plank plantea que “es tan importante para ellos ver a los hombres en posiciones de apoyo a otras personas como es para las niñas ver a mujeres en posiciones de liderazgo”.

Los primeros hombres apoyadores en los que pensé fueron justamente los que asistieron a ver a la Pelosi y que aplaudieron con entusiasmo sus palabras y las de las otras mujeres poderosas que hablaron a pesar de ser minoría en el público del evento. Pero la convención del Partido Demócrata la semana pasada puso en la palestra a muchos más: los hombres líderes y activistas de dicho partido que, una vez más, apuestan por la candidatura presidencial de una mujer como muchos de ellos habían hecho en el 2016 con la boleta encabezada por Hilary Clinton. La convención también me hizo reflexionar sobre el papel novedoso que están jugando Tim Walsh y Doug Emhoff. Con el evento de la Pelosi y luego con la convención fue que me di cuenta de que estas elecciones han dado mucha más visibilidad a un fenómeno que raramente vemos en la política: mujeres poderosas ejerciendo públicamente su liderazgo apoyadas por hombres seguros de sí mismos que no tienen ningún problema con estar en un segundo plano ya sea como colegas o como compañeros de vida.

El fenómeno de los hombres apoyadores en la vida pública ha ocurrido antes en EEUU como, por ejemplo, con Martin Ginsburg, el marido de la jueza de la Suprema Corte de Justicia Ruth Bader Ginsburg quien dejó su exitosa carrera para apoyar a su esposa e incluso fue el que salió a buscar los votos necesarios para que el Senado la ratificara en la Suprema. Otro caso famoso es el mismo Paul Pelosi con su esposa Nancy o más recientemente el expresidente Barack Obama con su compañera, la cada vez más popular y carismática Michelle. En otros países de altos ingresos ha habido ejemplos más novedosos aún como cuando el esposo de la entonces primera ministra de Nueva Zelandia Jacinta Ardern, Clarke Gayford, decidió quedarse en la casa a cuidar la bebé de la pareja después de que Ardern diera a luz (fue la segunda jefa de Estado en la historia en parir durante su mandato).

Como dijo la diputada de Nueva York Alexandra Ocasio Cortez la semana pasada, Tim Walz muestra una forma diferente de masculinidad que no está basada en controlar o denigrar a las mujeres ni a otros hombres ni grupos con menos poder. Él y Doug Emhoff son de los hombres dulces de quienes les he hablado en columnas anteriores: los que rechazan la visión tradicional de ser hombre basada en la violencia y, por el contrario, disfrutan y priorizan el cuidado de sus familias y sus comunidades. Y lo hacen con una idea amplia del cuidado: no como el proveedor único y autoritario del pasado sino como padres y compañeros que creen en la igualdad y en los derechos de todas las personas.

Lo interesante es que Walz cuenta tanto con las características personales y logros profesionales que generalmente enfatizan el Partido Republicano y otros grupos conservadores (ser un hombre blanco de las zonas rurales y del centro del país con trayectoria militar) como también con muchas de las dimensiones que aprecian los grupos liberales y el Partido Demócrata (apoya los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBQ y ha implementado medidas de desayuno y almuerzo escolar, de control de armas y de acceso a la universidad para la población de menores ingresos).

Además Walz cuenta con el carisma que le faltaba al compañero de boleta de Hilary (Tim Kaine, ¿se recuerdan de él, yo tuve que buscar su nombre) y logra conectar con la gente con la forma sencilla y simpática con la que habla. (Se le nota que era entrenador y maestro y confieso que me eso me encanta como profesora que soy). De hecho, Walz fue quien creó la táctica de llamar a Trump y su candidato vicepresidencial J.D. Vance “weird” (“raros”) por las posturas extremas que tienen de intentar volver al pasado que les comenté en una columna anterior. Esta táctica tan sencilla ahora la utiliza todo el Partido Demócrata porque ha tenido mucho más impacto que la que usaba Biden de denunciar a Trump como una amenaza a la democracia.

El carisma de Walz es evidente en todos sus discursos incluyendo el que dio la semana pasada en Chicago que fue tan bien recibido como el de Ehmoff a quien se le notaba la emoción destacando las cualidades de su pareja. Pero el momento que más llamó la atención fue cuando su hijo Gus se paró llorando y diciendo “¡ese es mi papá!” después de que Walz les dijera a él, su hermana y su mamá “Gus, Hope y Gwen, ustedes son mi mundo” en medio de su intervención. Ese momento que se volvió viral en las redes sociales volvió a sacar la resistencia al cambio que tan frecuentemente vemos en la extrema derecha. Por ejemplo, Jay Weber, el anfitrión de un programa de radio popular entre los sectores conservadores dijo que esa expresión de amor era algo “vergonzoso tanto para el padre como para el hijo” y que “si los Walz representan el hombre actual en EEUU este país está jodido”. (Después tuvo que disculparse por el amplio rechazo que generó igual que les pasó a otras figuras conservadoras que hicieron comentarios similares porque Gus Walz es menor de edad y tiene necesidades especiales).

El hecho de que todavía haya gente que ve como “vergonzoso” el que los hombres de cualquier edad sean capaces de expresar afecto y apoyo como hijos, padres, amigos, hermanos o colegas es justamente parte de lo que necesitamos cambiar. El hecho de que haya tantos hombres apoyadores de las mujeres y de otros grupos discriminados en un escenario tan visible como el de las elecciones en EEUU puede ayudar bastante.