“Señorita intelectual
Ya sé que tiene el área abdominal
Que va a explotar como fiesta patronal
Que va a explotar como palestino”.

Atrévete, Calle 13.

Esta estrofa forma parte de la canción Atrévete del grupo puertorriqueño Calle 13. Todos los que vivimos nuestra adolescencia con en el auge de llamada “música urbana” -y, en particular, del reggaetón boricua-, la conocimos y la bailamos incontables veces. Sin embargo, pocas veces nos detuvimos a reflexionar sobre el prejuicio que encierra esa línea: la asociación automática del pueblo palestino con actos suicidas o con violencia explosiva, fuese por su iniciativa o fuese como víctimas.

Con los años, esa parte de la estrofa ha sido eliminada de todos los conciertos de René Pérez (Residente), quien fuese líder de Calle 13. Según el artista, cuando escribió la canción no tenía “puta idea” de lo que sucedía en medio oriente y hoy le da una vergüenza “cabrona” haber escrito esa línea.

Admito que a mí me pasó algo similar a René. De niño, prácticamente desconocía la realidad de Medio Oriente. También ignoraba la riqueza y complejidad de la cultura árabe, con excepción, claro está, de algunas expresiones gastronómicas muy populares en el país. Ni hablar de mi total ignorancia sobre el Islam, religión principal en esos pueblos.

Para mí, los pueblos árabes en específico, y en general los musulmanes o practicantes del Islam, eran vistos como seres misteriosos, extraños y atrasados. En definitiva, mi percepción respondía a la construcción que Occidente ha realizado sobre Oriente y que es explicada críticamente por Edward Said en su obra Orientalismo.

Mis prejuicios se agravaron tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. No me enteré de lo sucedido sino hasta que mi padre pasó a recogernos a mí y a mis hermanas por el colegio. De camino a casa nos dijo “tumbaron las torres gemelas”. No entendía a qué se refería con ello, por lo que tuvo que explicarme que se habían realizado unos ataques utilizando aviones y que el resultado había sido la destrucción de las torres. La información me impactó bastante, pues apenas un año y medio antes había estado en la ciudad de Nueva York, y mi tío me había llevado a conocerlas y subir hasta el último piso, en donde había un mirador para turistas.

Esos ataques intensificaron el estigma hacia los musulmanes, incluyendo lógicamente a los pertenecientes a los pueblos árabes. En mi mente, un musulmán era sinónimo de un fanático religioso dispuesto en todo momento a provocar la muerte en nombre de su Dios. Las pocas interacciones que tuve con practicantes del Islam ocurrieron casi exclusivamente en la ciudad de Nueva York -especialmente en Queens-, ciudad que visitaba con frecuencia por haber nacido allí y allí residir la mayoría de mi familia materna. Esas interacciones, ocurriesen al ir a la bodega de la cual eran propietarios, al usar las máquinas de la lavandería o al topármelos por la acera mientras salían de la mezquita cercana a la casa de mi tía, se caracterizaron siempre por cierto temor, aprensión y extrañeza de mi parte.

Es bajo este marco que particularmente me aproximo a la cuestión palestina por primera vez. Para mí, los palestinos no eran más que otros integrantes de ese conjunto de fanáticos religiosos dispuestos a usar la violencia sin escrúpulos. A ello se agregaba, dada la formación religiosa que había recibido en el colegio y en mi entorno social, la idea de que los judíos eran un pueblo protegido por Dios y que ese Dios era el que les había otorgado el derecho de establecer su país en esas tierras. Es lógico, por tanto, que la canción de Calle 13 no me hiciera ruido cuando hablaba de “explotar como palestino.”

Mi percepción empezó a cambiar luego de leer Breve Historia de los Pueblos Árabes del profesor Juan Bosch, un libro que recoge un conjunto de conferencias dirigidas principalmente a la comunidad árabe y sus descendientes en la República Dominicana. Aparte de aprender sobre el origen y desarrollo de los pueblos árabes, me causó una profunda impresión el hecho de que, al referirse a la cuestión palestina, Bosch considerare al Estado de Israel como colonialista. Aquello chocaba con mis preconcepciones y me motivó a profundizar sobre el tema.

Fue entonces cuando entendí -sin ir demasiado atrás en el tiempo- cómo los pueblos árabes, incluyendo Palestina, fueron juguetes del imperialismo tras la primera guerra mundial. Con la Declaración Balfour de 1917 el gobierno británico se comprometió a contribuir al establecimiento de una “casa nacional” para el pueblo judío en Palestina, lo cual efectivamente terminó concretándose en perjuicio del pueblo nativo que habitaba este territorio.

También comprendí de qué iba eso del “sionismo”, una ideología o movimiento político nacionalista cuyo fundamento de liberación del pueblo judío podría parecer noble, si no se tuviesen en cuenta dos de sus objetivos esenciales:

  1. El control territorial de la totalidad de Palestina o de lo que los sionistas llaman Eretz Israel;
  2. El establecimiento de un Estado etnorreligioso del pueblo judío.

Ambos objetivos implican por necesidad la colonización total del territorio de palestina y, además, la limpieza étnica de la población nativa de origen árabe, pues no puede existir un Estado del pueblo judío sin que los judíos sean mayoría en el territorio propio de dicho Estado. Estas ideas son compartidas, con distintos matices, tanto por las corrientes sionistas liberales como por las más extremistas, incluyendo las que hoy gobiernan Israel.

Por tanto, la Nakba – el término árabe con que los palestinos se refieren a la expulsión forzosa llevada cabo por fuerzas israelíes y de la que fueron víctimas más 750mil personas desde 1947 a 1948- fue una consecuencia directa y necesaria del avance del sionismo. Por ello, igualmente, luego de la guerra de los seis días en 1967, el Estado de Israel amplió su control y dominio sobre territorios que formarían parte de un potencial Estado Palestino, pero que, según los sionistas, realmente son parte de Eretz Israel. Desde entonces, se han promovido incesantemente asentamientos judíos en esos territorios ocupados, buscando evidentemente generar un fait accompli que haga posteriormente imposible el establecimiento de un Estado Palestino.

Visto lo anterior, el Estado de Israel es, tal y efectivamente como consideraba el profesor Bosch, un Estado colonial. Por vía de consecuencia, el pueblo palestino debe necesariamente considerarse como un pueblo que lucha contra el colonialismo y sus actuaciones de defensa y en procura de su liberación nacional deben considerarse como la más clara y evidente resistencia anticolonial. Es bajo dicho marco, en mi opinión, que deben entenderse los hechos de violencia de una y otra parte en el conflicto, recordando que como dijera Frantz Fanon al inicio de Los Condenados de la Tierra, la descolonización es siempre un fenómeno violento.

Los intentos de negar la existencia del pueblo palestino y su derecho a existir han sido múltiples: desde la famosa consigna de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”; pasando por la idea, expresada entre otros por Golda Meir, de que no existe un pueblo palestino (lo “palestino” se diluiría en lo “árabe”); o el mito de que en 1947-1948 los palestinos no fueron expulsados, sino que abandonaron voluntariamente sus hogares por orden de los líderes árabes. Sin embargo, a pesar de un siglo de guerra y opresión —como bien sugiere el título del libro de Rashid Khalidi Cien años de guerra contra Palestina—, el pueblo palestino continúa luchando por su liberación.

Hoy, veo a los palestinos como un pueblo heroico y admirable, cuya causa —la causa de su liberación— estoy convencido de que veremos materializarse. Porque, como dijo Víctor Hugo:

“No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo.”