No bien se da la espalda, es otra la realidad, aunque no se comprenda como se pretenda, que la que estuvo frente a los ojos era mejor. Duele más que todo haber cambiado, aunque sea por predisposición. Somos presos de confianza de nuestros, dizque, “buenos recuerdos” del pasado en claro.
Bajo un entendimiento difuso se piensa que comprendemos eso de lo que formamos parte. Bajo el apremio de nuestro bienestar presente se quiere que todo permanezca igual. Cuando salimos de un pueblo, de un barrio, de un estado emocional satisfactorio, si seguimos como cuando nos fuimos (cosa que es un absurdo pensarlo, nada es igual), al volver, porque nosotros hemos cambiado, queremos que ese entorno continúe igual, para que se perciba que el que se fue volvió mejor que cuando vivía ahí. Si donde se vivía también ha cambiado para bien, a nuestro “bienestar” no se le prestará atención y eso nos dolerá; si el entorno dejado atrás no ha tenido un desarrollo, eso incluye a sus gentes, se tiende a sentirse superior, a tildar de quedado respecto a ese entorno, a los demás, llegando a la osadía de pensar que estuviésemos igual o peor que los que se quedaron. Cuando nos contemplamos queremos contemplar una versión mejor que el original. Se vuelve al lugar de donde se partió para que se vea como uno quisiera que fuera, es decir, nosotros mismos, Yo, versión mejorada, porque el otro deja mucho que desear. Si se vuelve al punto de origen es por rencor, venganza, echar vaina al pasado recién.
Siempre hay que hacer lo imposible por no volver, pero siempre se vuelve (oír el tango “Volver” interpretado por Carlos Gardel), pero hay que hacer el intento por no volver. El que siempre regresa al lugar de donde se fue, sin importar las razones, no siente los cambios ni de las calles ni de las casas, ni de las horas de la mañana ni el anochecer. Si es larga la ausencia se siente y padece que nada es igual, las realidades de la memoria siempre trastornan el presente. En mi caso siempre regreso como memoria, olor, momentos atrapados en tiempos que no necesariamente son mejores, pero como venganza. Como todo se transforma y nada permanece según los postulados de la clásica física, negarlo por deterioro es el mejor consejo que se puede uno dar, por supuesto, pudiendo dormir plácidamente toda la noche y en caso contrario salvar el momento con el decir: “nunca es tan oscura la noche que cuando va a amanecer”. La parte que nos provocará volver a decir: “Si todo fuera como antes”. Mi volver fragmentario de la realidad presente es para trastornar la realidad que se vivió para que sea todo lo contrario. La fabulación es a favor del olvido a lo cinematográfico; trastórnalo todo y que lo que remita a esa realidad pesarosa de ese pasado remoto o no, se pierda definitivamente en la niebla que genera el olvido incluyendo la nostalgia. Decir adiós sin volver la cara y si se puede, incluir hasta los recuerdos.
Compartir esta nota