Este 30 de marzo, un grupo de extremistas convocó una marcha en El Hoyo de Friusa , Punta Cana, para protestar contra la migración haitiana, un tema recurrente en la agenda política y social del país. Desde 1994, sectores minoritarios han instrumentalizado este asunto con finos oportunistas, buscando notoriedad más que soluciones.
En medio de este clima de tensión, surge una pregunta incómoda para quienes se declaran cristianos: ¿Qué diría Jesús sobre la inmigración? Un artículo reciente del teólogo mexicano Octavio Esqueda , titulado "Jesús fue un inmigrante" , ofrece una perspectiva bíblica que desafía los discursos de exclusión. Basado en los Evangelios y las epístolas paulinas, el texto recuerda que Cristo vivió la experiencia migrante —desde su encarnación como "extranjero" en la Tierra hasta su huida a Egipto— y llama a los creyentes a imitar su compasión hacia los desarraigados.
Jesús, el migrante divino
El análisis de Esqueda destaca dos ejes centrales:
- Cristo como inmigrante : su "emigración" desde la divinidad a la humanidad ( Filipenses 2:5-8 ); su exilio en Egipto para escapar de la persecución ( Mateo 2:13-15 ), un paralelo directo con las familias haitianas que huyen de la violencia y la pobreza; la discriminación que enfrentó por ser nazareno ( Juan 1:46 ), reflejo del estigma que hoy sufren los migrantes, especialmente los negros y pobres.
- Los cristianos como "extranjeros" : la Biblia define a los creyentes como "ciudadanos del cielo" ( Filipenses 3:20 ) y "peregrinos en la tierra" ( 1 Pedro 2:11 ), lo que exige empatía hacia quienes están lejos de su patria.
Contraste con la realidad dominicana
Mientras el artículo subraya el mandato cristiano de acoger al forastero ( Mateo 25:35 ), la marcha en Punta Cana revela una brecha entre la fe profesada y la práctica. Manifestantes que enarbolan la Biblia como símbolo nacional —incluso algunos autodenominados cristianos— coreaban consignas contra la "invasión haitiana" , dejando de lado que el propio Jesús fue rechazado por los suyos ( Juan 1:11 ). Peor aún, varios convocantes exhortaron a los participantes a asistir armados y algunos contrataron "servicios de seguridad" , sembrando un clima de intimidación y violencia.
Este conflicto no es nuevo. República Dominicana lleva décadas debatiendo políticas migratorias, pero en ese debate parece se ha olvidado la enseñanza central del Evangelio: "El que ama a Dios, debe amar a su prójimo" ( 1 Juan 4:20 ), incluso cuando ese prójimo hable creole o porte un pasaporte diferente.
¿Dónde está la Iglesia?
No se puede negar la complejidad del fenómeno migratorio ni sus desafíos para nuestro país. Sin embargo, inste a los cristianos a evitar la deshumanización del otro. En una nación donde el 49% de la población es católica y el 21% evangélica (según Pew Research Center ), la incoherencia entre doctrina y acción es flagrante. Lejos de actuar como Jesús lo enseñó, algunas iglesias optan por el silencio cómplice, mientras otros actores sacan renta política del dolor ajeno.
Hoy, mientras grupos marginales protestan en Punta Cana, las palabras de Cristo en Mateo 25:43 resuenan con fuerza: "Fui forastero y no me recibisteis" .
La pregunta es si la sociedad dominicana —especialmente sus iglesias— recordará que, ante Dios, todos somos migrantes en busca de una tierra prometida .
La migración haitiana es un problema multisectorial que exige un debate serio, alejado del odio y los discursos inflamados. El Estado y la sociedad deben abordarlo con transparencia, combatiendo las mafias que trafican con la desesperación de los pobres —incluyendo a militares y políticos corruptos— y regulando a los extraños que se benefician del trabajo precario. Los dominicanos debemos recordar que muchos de nosotros familiares nuestros durante décadas hemos arriesgado la vida en el Canal de la Mona en busca de oportunidades, para entender mejor que nadie migra por gusto. Los haitianos seguirán llegando, y la respuesta no puede ser la xenofobia y el odio que genera, sino la justicia y la compasión.
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