En el siglo XVI múltiples transformaciones que sufriría la sociedad indiana en torno a las estructuras sociales, económicas y culturales fueron desgarradoras, pues se produjó una ruptura de las bases culturales de su sociedad. En el poder de la corona de Castilla se consolidó aplastando la cultura originaria.

El poder de la Corona de Castilla cambió las normas jurídicas y culturales. Las leyes de Indias fueron claves para  establecer un nuevo orden en el ámbito social, cultural y en la biopolítica de los cuerpos.

La presencia de castellanos, esclavizados negros y originarios crearían un crisol de culturas que gestaron procesos complejos de entendimiento, en el ámbito de las mentalidades, la sexualidad y otras complejas situaciones fueron la base que crearon redes que orillaron las viejas formas de pensamiento de los originarios y brillaron por encima de todas las instancias públicas y privadas.  El calendario cristiano fue lo que enlazó el mundo privado y público, a través de un pensamiento religioso que controlaba los cuerpos.

La cristiandad se encargaba de inmovilizar los cuerpos y cristalizar los delitos que correspondían a la brujería, los sacrilegios, bigamia, amancebamiento y lo que implicaba delitos por desnudez y prácticas sexuales  en centros de mancebías o prostíbulos.

Es consabido que desde el siglo XV los peninsulares aceptaban la existencia de espacios para las mancebías en los municipios y distritos con la finalidad de reducir las prácticas de violaciones, las infidelidades y los robos de mujeres y niñas de la Península. Esto pasó a la colonia de Santo Domingo sin cambiar los mismos fines que la originaron. Estas prácticas eran públicas y se colocaban en las afueras de la ciudad, especialmente con mujeres muy pobres y esclavizadas.

Esto se suspendió bajo el reino de Felipe IV, el 14 de febrero de 1623. Las mancebías controladas se prohibieron en todos los territorios y el decreto marcó un camino que se amparó en la clandestinidad. En el marco de lo jurídico cayó bajo los controles de las autoridades civiles y eclesiásticas. Las penas se conmutan con la galera, azotes, destierro y la hoguera.

En la colonia de Santo Domingo, predominaban las relaciones de amancebamiento, la bigamia, poligamia y  otros se dedicaban a ser alcahuetes de solteros para lograr los encuentros furtivos con mujeres u hombres de poder.

En Santo Domingo colonial las actividades vinculadas con el pecado nefando, la herejía y violaciones hacia las mujeres u hombres eran castigados mediante la hoguera o lo más afortunados eran desterrados del territorio.

Los de las clases más altas solían sobornar a las instituciones o pagaban multas pequeñas. Salvo las mujeres violadas de las clases más alta, eran protegidas por la intervención familiar, ya que esto provocaba daños morales a la familia. Las más pobres no corrieron con la misma suerte, por tanto eran repudiadas, desterradas y algunas iban a parar a las mancebías.

A los grupos que  formaban parte de las clases esclavizadas se le amonestó con pago a la alcaldía, pero algunas instituciones religiosas como las monjas de Santa Clara, dejaban que sus esclavizadas se prostituyerán para obtener ingresos y sostener el convento.

Las esclavizadas negras o mulatas atravesaban procesos de mucho control para evitar que se dedicaran a la prostitución,  pero los amos más pobres usaban a las esclavizadas que se ganaban la vida vendiendo flores o frutos en la ciudad de Santo Domingo para llevar la ganancias a sus amos. Estos dueños aprovechaban que podían moverse por la ciudad y muchas veces eran mercantilizadas, en las mancebías con caballeros que la solicitaban directamente al amo esclavista.

Estas conductas no eran habituales en el mundo público. Se realizaban a escondidas, por las  prohibiciones y leyes coloniales. Las autoridades  trataban de proteger el matrimonio, y condenar las conductas violentas contra las adolescentes y reglamentar la procreación y la transmisión de la herencia.

La vergüenza era clave para entender la estructura de la familia y de las mujeres. Se describe claramente que aquellas que no lograban contraer matrimonio podían optar por el convento o entrar en los beaterios para protegerse bajo el amparo de la iglesia. Estas redes de mujeres viudas y laicas que no contrajeron matrimonio para honrar su orden moral podían apoyarse en esas redes de mujeres y servir en obras pías.

Las beatas realizaban obras religiosas para la protección de los pobres, se dedicaban a los rezos, la prédica y el cuidado de las actividades religiosas. Cada una de las beatas residía en un recinto llamado beaterio, en donde se practicaban votos de pobreza, castidad y obediencia. No estaban bajo una orden religiosa de carácter estricto, pero entre ellas establecían relaciones de comunidad y hermandad.

Algunas eran viudas ricas que deseaban pertenecer a un beaterio. Ellas se dedicaban a diferentes obras de piedad. Otras no tenían familia y se refugiaban en dichos recintos para  ser cuidadas por otras mujeres, si eran ya mayores de edad. Los beaterios ofrecían refugios y medios para realizar labores sociales en el área de la salud, organizar las cofradías, dedicarse a la enseñanza de señoritas, entre otras actividades de asistencia social.

Algunas eran viudas ricas que deseaban pertenecer a un beaterio. Ellas se dedicaban a diferentes obras de piedad. Otras no tenían familia y se refugiaban en dichos recintos para  ser cuidadas por otras mujeres, si eran ya mayores de edad. Los beaterios ofrecían refugios y medios para realizar labores sociales en el área de la salud, organizar las cofradías, dedicarse a la enseñanza de señoritas, entre otras actividades de asistencia social.

Usaban un hábito y se vinculan directamente con el obispado de Santo Domingo. Algunas mujeres habían sido abandonadas por sus esposos o estos se mantenían en bigamia, por lo que pedían ser rescatadas por la iglesia, la cual procuraba que la justicia desterrada a la península al marido, mientras la mujer se integraba a realizar las obras sociales de la iglesia. Las beatas se liberaban, muchas veces de matrimonios obligatorios según las decisiones familiares y otras se sentían protegidas con los lugares de reclusión monástica. Es importante resaltar que predominan más las mujeres adultas o mayores.

En la colonia de Santo Domingo, predominaban las relaciones de amancebamiento, la bigamia, poligamia y  otros se dedicaban a ser alcahuetes de solteros para lograr los encuentros furtivos con mujeres u hombres de poder. Las mancebías funcionaban a todo pulmón entre los hombres que procuraban las mulatas, negras libres y esclavizadas o doncellas que perdían el honor por el abandono de los amantes.

Había en la ciudad, otros hombres laicos y religiosos que tenían abolengo que se dedicaban a enamorar monjas en los conventos de la ciudad, como el caso citado en el texto de Carlos Esteban Deive qué título La Mala vida. En esta obra relata sobre la picarezca de un monje llamado fray Alonso de Las Casas, el cual se encargó de amancebarse con las monjas Clarisas y sonsacar a jóvenes laicas y vecinas, ya por tocamientos o teniendo relaciones sexuales a escondidas en los lugares prohibidos de la ciudad o en las monterías cercanas. Algunas de ellas quedaban embarazadas y otras abortaron para evitar el escándalo por las actividades de barraganía e ilícitas relaciones entre religiosos y laicos.

Las órdenes religiosas muchas veces acogían a las beatas y las integraban a sus recintos como pasó con las laicas que fueron acogidas en el Convento Regina Angelorum. Es importante destacar la presencia de dos mujeres poetisas como son: Sor Leonor de Ovando y Doña Elvira de Mendoza que pasaron por el beaterio y luego se integraron al convento señalado.

La colonia de Santo Domingo, pese a las fuertes reprimendas morales y castigos a los infractores, por tales delitos de la carne, no logró evitar  romper la doble vida de muchas de las autoridades civiles y religiosas, ni mucho menos, la de los pobres de la ciudad. Cuando recorro la ciudad y observo sus templos y hermosas casas,  no puedo evitar recordar  que esta ciudadela siempre ha sido imposible, la domesticación de los cuerpos.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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