En el vasto drama que desató la Revolución de Saint-Domingue, un capítulo singular lo constituyen aquellos esclavos y libertos que, en el fragor del conflicto, empuñaron las armas en defensa de la monarquía española. Este hecho, que podría parecer contradictorio frente a la lógica moderna —según la cual la población esclavizada debía naturalmente gravitar hacia las proclamas de libertad de la Revolución Francesa—, obedece a un contexto histórico e ideológico mucho más intrincado, en el que se entrelazaban lealtades heredadas, rivalidades políticas y el incesante cálculo de supervivencia.

En 1793, la ejecución de Luis XVI en París provocó un terremoto político en las Antillas. La colonia francesa de Saint-Domingue, ya desgarrada por la insurrección de esclavos iniciada en 1791, se convirtió en escenario de una guerra múltiple: blancos monárquicos contra republicanos, mulatos libres contra blancos, y negros insurgentes divididos entre facciones rivales.

En octubre de 1791, habían comenzado los primeros contactos entre el gobernador de Santo Domingo, Joaquín García y Moreno  y los esclavos insurgentes de la llanura del norte: Georges Biassou, Jean Francois Papillon y su lugarteniente, Toussaint Breda, que será llamado por los españoles el Fatras Baton.  El 9 de mayo de 1793, Jean-François y Biassou juraron lealtad al rey de España, Carlos IV, prometiendo vengar a Luis XVI.

Entre finales de mayo y finales de junio de 1793, el ejército de Jean-François y Biassou se alistó oficialmente en las tropas coloniales españolas, siendo conocidos como "Tropas Negras Auxiliares de Carlos IV" o sencillamente "Negros Auxiliares".

David Geggus ha señalado con agudeza que los esclavos negros distaban de ser un bloque compacto. La población servil de Saint-Domingue estaba compuesta por criollos —nacidos en la isla, adaptados al sistema colonial y al idioma francés o criollo— y por bozales —recién llegados de África, portadores de lenguas y culturas ajenas al Caribe—. Entre unos y otros no existía plena cohesión: los intereses, las percepciones políticas y hasta las formas de comunicación eran divergentes. Esta fragmentación explica que, mientras un grupo luchaba bajo el estandarte de España, otros sirvieran a Inglaterra, como lo hizo Jean Kina en la columna de chasseurs al servicio británico; otros, en cambio, siguieron fieles a la causa revolucionaria francesa; y no pocos se refugiaron en el cimarronaje, retomando las rutas clandestinas de la resistencia africana en los montes.

No todos los esclavos vieron en la revolución una ruptura absoluta con el orden colonial. Muchos, ligados por vínculos de dependencia personal a sus antiguos amos, aceptaron ser empleados por éstos como tropas auxiliares en las múltiples facciones que se disputaban la isla. Otros, forzados por las circunstancias bélicas, siguieron a sus amos blancos en el éxodo hacia Cuba, a Nueva Orleans o a otras plazas del Caribe, transportando consigo no sólo su fuerza de trabajo sino también la impronta cultural de Saint-Domingue. Ante la observación histórica se disuelven los catecismos ideológicos.

De este modo, la figura del negro auxiliar de España se inscribe en una realidad más vasta y compleja que la simplificación de una lucha racial entre blancos y negros. Los monárquicos negros, al igual que los republicanos y los británicos, formaban parte de un amasijo de alianzas cruzadas, en el que la condición servil no determinaba de manera automática la posición política. La guerra, en aquel teatro convulso, fue menos un combate de razas que un conflicto de lealtades variables, donde la supervivencia y la oportunidad pesaban tanto como la ideología. Y así, en los campos de batalla del Norte, se pudo ver a hijos de África combatiendo bajo la bandera de Castilla, en nombre de un monarca lejano cuya autoridad —paradójicamente— se invocaba como garante de su libertad recién conquistada o aún por conquistar.

La figura del negro auxiliar de España no debe entenderse, pues, como un fenómeno marginal ni como una anomalía histórica. Representa una de las múltiples estrategias que adoptó la población servil en un escenario de guerra civil internacionalizada. En el teatro bélico del Norte de la isla, combatieron africanos y criollos bajo el pendón de Castilla, no movidos por un ideal abstracto de monarquía, sino por la esperanza —a veces cumplida, otras frustrada— de obtener la manumisión o el indulto individual  , mejorar sus condiciones de vida o asegurar su supervivencia en un mundo en disolución.

Así, el mito de una insurgencia negra unánime, homogénea,  se disuelve ante el estudio atento de las fuentes. Lo que se advierte es un lienzo variopinto de lealtadas cambiantes, frágiles, en el que la línea divisoria no pasaba simplemente entre blancos y negros, sino entre proyectos políticos, intereses de grupo y necesidades inmediatas, proyectos de vida. La Revolución de Saint-Domingue fue, en este sentido, una guerra de todos contra todos, donde hasta el más humilde de los esclavos podía decidir, por sí mismo o por presión de sus circunstancias, en qué bando jugaría la partida de su destino.

El contingente llegó a contar, según cálculos de David Geggus (1982, p. 121), con cerca de diez mil combatientes. Se trataba, en general, de hombres que ya habían ejercido en algún momento la libertad, conocían el manejo de las armas y poseían experiencia en la vida militar. A ellos se les concedieron grados, uniformes, sables, la nacionalidad española,  medallas y la posibilidad de ascenso dentro de las milicias, lo cual constituía una novedad en una sociedad cimentada sobre la esclavitud. Por primera vez, la monarquía española otorgaba títulos de reconocimiento a individuos que, poco tiempo atrás, habían sido considerados simples bienes muebles.

Lo cierto es que las milicias de los negros auxiliares desempeñaron un papel fundamental en el sostén de la frontera española durante los años más críticos de la revolución. Sin ellos, la Corona difícilmente habría podido resistir el empuje francés. Muy probablemente hubiese quedado en manos de los ingleses o de los republicanos franceses.  Los negros auxiliares constituyeron, en palabras de Geggus (1982, pp. 125-128), un verdadero ejército paralelo, capaz de inclinar la balanza en los combates de la llanura del norte. Su lealtad fue recompensada con tierras, grados y privilegios; y aunque muchos de sus jefes se extinguieron en la penumbra, su paso dejó una huella  imborrable en la política militar de España en el Caribe.

En la correspondencia que mantuvieron los tres lideres insurgentes con el gobernador Joaquín  Garcia y Moreno, se echan de ver  las refriegas entre Georges Biassou  Jean Francois y Toussaint Breda , acusándose mutuamente de traidores ante los españoles; las acusaciones contra el Fatras Baton, ante las ofertas de Leger Felicité Sonthonax para que se pasará al bando francés salían a colación.  Era esta la realidad de una colonia partida en tres porciones: la que correspondia a los republicanos franceses, el espacio controlado por los británicos; y el territorio conquistado por España con la avanzadilla de los negros auxiliares de Carlos IV.  Para hacer las paces, España les dio medallas a los tres caudillos.

Sonthonax decreta la abolicion de la esclavitud en 1793. Llama a Louverture a  unirse a la metrópoli. Toussaint vacila; pero sigue en la pesebrera hispánica. España sigue reticente ;  el Fatras Baton espera de España  una abolicion general. Al año siguiente 1794, la Convención de Francia  ratifica la abolición de la esclavitud; Toussaint  abandona el mando español; vuelve al mando francés. Pero Georges Biassou y Jean Francois continuarían con España. Toussaint le arranca unos 4000 hombres.Comienza inmediatamente su campaña contra España y contra Inglaterra. El jefe de la escuadra inglesa, Maitland con sus tropas estragadas por la fiebre amarilla, capitularían en 1798 ante Toussaint. En  1795, España firma las paces con Francia en Basilea, cede la porción española de la isla de Santo Domingo a Francia, a trueque de la desocupación de las provincias vascongadas. Eso cambia definitivamente las tornas .

Se le ordena a Joaquín García y  Moreno disolver las milicias de los negros auxiliares, y tomar medidas para la desocupación de Santo Domingo. Se dispone la evacuación de todos los funcionarios e instituciones: el clero, la justicia, la administración, las fuerzas militares : todo debe desmantelarse y llevarse a Cub. Lo que queda se traspasará  a Francia. Joaquín García y Moreno Tuvo que asistir a la exhumación de los restos del gran almirante de uno los columbarios de la Catedral Primada:

Llorar, corazón, llorar

Los restos del gran Colón

Los sacan en procesión

Y los llevan a embarcar

El 26 de enero de 1801 le entregó Santo Domingo al más exitoso de los negros auxiliares, al Fatras Baton ( el contrahecho), Toussaint Louverture.

Joaquín García y Moreno fue el último en embarcarse con las tropas española, tras haber arriado la bandera del rojo y el gualda, el 22 de febrero de 1801. Después de haberse separado de Biassou y Jean Francois, el Fatras Baton hizo una carrera meteórica: recuperó los territorios en manos de España, tras la disolución de las milicias; obtuvo la capitulacion de Maitland en 1998; el gobernador Laveux, lo nombró general en jefe en 1996; derrota al ejército de los mulatos, capitaneados por André Rigaud, 1899; se convierte en gobernador de facto y, después del XVIII Brumario, Napoleón, el Primer Consul lo nombra , en 1801,  Capitán General y Gobernador de Saint Domingue, por haber preservado la soberanía francesa en Saint Domingue. Al momento de entrar en Santo Domingo, ya era el hombre más poderoso de la isla, gobernador y capitán general en las dos colonias.

Los otros caudillos tuvieron destinos mucho menos deslumbrantes:

  • Jean-François Papillon, africano de origen y cimarrón en Saint-Domingue, emergió en 1791 como jefe supremo de la insurrección tras la muerte de Boukman Duty. De su genio militar y su crueldad brotó la disciplina inicial de aquellas huestes sin rumbo. Pronto se reconoció en él el caudillo que, con Biassou, sabría conjugar la violencia del campo con el prestigio del mando. Su ambición personal lo condujo a proclamarse “gran almirante de Francia”, y con igual desenfado, a declararse súbdito del monarca español cuando, en 1793, la causa de los Borbones se convirtió en refugio de los esclavos armados. España lo colmó de medallas, grados y rentas, y bajo su bandera el jefe negro arrasó Gonaïves, Gros-Morne y Plaisance, haciéndose instrumento útil de la expansión católica en la isla. Pero su violencia —como en la matanza de Bayajá— y sus rivalidades con Biassou lo tornaron sospechoso, hasta que la Paz de Basilea deshizo el artificio político. Desplazado a Cuba y luego a Cádiz, Jean-François terminó sus días como un “Grande de España” en el nombre, pero olvidado en la miseria, despojado de mando y de memoria. Su itinerario —de la selva cimarrona al destierro peninsular— condensa la paradoja de aquellos capitanes negros: héroes ocasionales de la monarquía, que pasaron de ser columna armada de Carlos IV a espectros inútiles en el ocaso del Imperio. Sus restos yacen en una tumba anónima en el cementerio de San José, un final melancólico para un hombre de sus ínfulas.
  • Por su parte, Georges Biassou, que adoptó el nombre de Jorge,  esclavo criollo  bajo cuyo   mando se agruparon millares de brazos alzados al servicio de la monarquía católica de Carlos IV, combatió en nombre de la fe y los intereses de España contra los franceses republicanos, capitaneando el ejército de los negros auxiliares de Carlos IV. Después del Tratado de Basilea se volvió un aliado incómodo, España lo desterró de Santo Domingo, enviandolo con sus galones militares a Cuba, y luego a San Agustín ( Florida), en 1996. Allí conoció el sosiego y el olvido. Falleció en 1801, su funeral se celebró por todo lo alto en la Basílica Catedral de San Agustín, y fue enterrado en el cementerio de Tolomato. En la casa en la que vivió hay una placa con su nombre , en 42 St George Street.

Referencias

  • Debien, G. (1953). Les esclaves aux Antilles françaises. Paris: Société de l’Histoire de la Guadeloupe.
  • Debien, G. (1979). “Les esclaves de Saint-Domingue pendant la Révolution”. Revue Française d’Histoire d’Outre-Mer, 66(242), 81-102.
  • Geggus, D. (1982). Slavery, War, and Revolution: The British Occupation of Saint Domingue, 1793–1798. Oxford: Clarendon Press.
  • Madiou, T. (1847). Histoire d’Haïti (Vol. II). Port-au-Prince: Smith.
  • Paquette, R. L. (1988). Sugar Is Made with Blood: The Conspiracy of La Escalera and the Conflict between Empires over Slavery in Cuba. Middletown, CT: Wesleyan University Press.

Pinto  Tortosa, Antonio: El epistolario de una alianza:las cartas de Jean-François Papillon, Georges Biassou y Toussaint Bréda a las autoridadesde Santo Domingo (1791-1794)

 Rodríguez Demorizi, Emilio:  La era de Francia en Santo Domingo (1955) C.Trujillo.

Manuel Núñez Asencio

Lingüista

Lingüista, educador y escritor. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua. Licenciado en Lingüística y Literatura por la Universidad de París VIII y máster en Lingüística Aplicada y Literatura General en la Universidad de París VIII, realizó estudios de doctorado en Lingüística Aplicada a la Enseñanza de la Lengua (FLE) en la Universidad de Antilles-Guyane. Ha sido profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Tecnológica de Santiago y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, y de Lingüística Aplicada en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue director del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Tecnológica de Santiago y fue director del Departamento de Español de la Universidad APEC. Autor de numerosos textos de enseñanza de la literatura y la lengua española, tanto en la editorial Susaeta como en la editorial Santillana, en la que fue director de Lengua Española durante un largo periodo y responsable de toda la serie del bachillerato, así como autor de las colecciones Lengua Española y Español, y director de las colecciones de lectura, las guías de los profesores y una colección de ortografía para educación básica. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Ensayo de 1990 por la obra El ocaso de la nación dominicana, título que, en segunda edición ampliada y corregida, recibió también el Premio de Libro del Año de la Feria Internacional del Libro (Premio E. León Jimenes) de 2001, y el Premio Nacional de Ensayo por Peña Batlle en la era de Trujillo en 2008.

Ver más