Actualmente, hay una fuerte tendencia a diluir o negar el término feminicidio. La razón es que dicho término nombró una cruda realidad que durante la historia de la humanidad no se aceptó: muchas mujeres sufren violencia severa, incluida la muerte, en manos de hombres; con frecuencia, hombres con quienes tienen o han tenido una relación íntima.
El auge del término feminicidio en décadas recientes posibilitó no solo nombrar esa realidad, sino también indagar por qué ocurren tantas muertes de mujeres en manos de hombres y cómo podría enfrentarse el problema.
Pero, ante la persistente tendencia a cometer actos feminicidas, vino la contraofensiva masculina: negar que los hombres matan mujeres por ser mujeres, la idea clave en la construcción del concepto de feminicidio.
Las huestes contra los derechos de las mujeres que han crecido en el mundo (la República Dominicana incluida) emplean diversas tácticas para diluir el problema de la agresión masculina hacia las mujeres.
Acuden a argumentos acusatorios como, por ejemplo, que las mujeres son culpables de los problemas de pareja porque han abandonado sus roles familiares tradicionales de cuidado. Esta línea de argumentación la usan mucho las iglesias, instituciones jerárquicas, donde mantener a las mujeres subordinadas es crucial para contar con una feligresía leal.
Otra línea argumentativa es que los hombres no matan mujeres por ser mujeres, sino que las matan porque tienen algún problema mental como la depresión, o alguna adicción como el alcohol. Este argumento no resiste preguntas elementales: ¿cuántos casos se reportan de mujeres que mataron a sus parejas? ¡Pocos! ¿Quiere decir eso que las mujeres no sufren de depresión ni adicción? ¡No!
La definición del feminicidio enfatiza que el crimen se comete contra la mujer por ser mujer; que no media otra razón más allá del sentido masculino de posesión.
Esa definición asume que hay una relación de poder entre el matador y la víctima, y que esa relación se fundamenta en el sentido de dominio que culturalmente asume el hombre sobre la mujer y ejerce incluso a través del dominio físico.
Otra línea argumentativa es que los hombres no matan mujeres por ser mujeres, sino que las matan porque tienen algún problema mental como la depresión, o alguna adicción como el alcohol
El machismo es una condición cultural que consiste en la asunción del poder de los hombres sobre las mujeres en base a una supuesta mayor capacidad mental, fuerza física y, por ende, mayor derecho a dominar.
Una vez anclada culturalmente esta concepción, hay diversidad de aplicación, desde el machismo leve hasta el excesivamente fuerte. Es un continuo, y cada hombre se coloca en algún punto con diferentes manifestaciones. De hecho, es más común ejercer el machismo a nivel psicológico que físico.
El peso cultural a favor del dominio de los hombres hace muy vulnerables a las mujeres, y en particular a las abusadas. No les creen, y si les creen, les exigen que perdonen y olviden por el bien de la familia; un constante borrón y cuenta nueva.
Ante los abusos psicológicos y físicos, las mujeres quedan entre la espada y la pared. Si denuncian, son definidas como aguerridas y malvadas, y si callan, como estúpidas o cómplices. La empatía hacia la mujer abusada es pasajera.
Así llegamos a otro noviembre.
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