A lo largo de la historia, la Biblia ha sido no solo un libro sagrado, sino también una fuente de pensamiento político y jurídico. En sus páginas se hallan principios que han inspirado la idea moderna de justicia, el sentido de responsabilidad pública y el ideal de gobierno legítimo. La relación entre religión y política, lejos de ser una confusión de esferas, se manifiesta en una ética del poder y del servicio que conserva plena vigencia en el mundo contemporáneo.
En primer lugar, el Evangelio de Mateo (20:25-28) redefine el concepto de autoridad. Jesús enseña que quien aspire a ser grande debe servir a los demás. En términos políticos, se trata de un giro revolucionario: el poder deja de ser dominio y se convierte en servicio. Gobernar, desde esta perspectiva, no significa imponerse, sino administrar el bien común. Es el fundamento ético del gobierno republicano y democrático.
Otra enseñanza esencial surge en Mateo 22:21, cuando Jesús dice: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Con esta frase se establece el principio de separación entre lo religioso y lo civil, base de la laicidad moderna. Jesús no niega la autoridad política, pero la limita. En el plano del derecho constitucional, esa distinción anticipa la idea de soberanía compartida y la independencia de las conciencias frente al poder estatal.
El gobernante bíblico ideal no es el más fuerte, sino el más justo; no el que domina, sino el que sirve; no el que busca perpetuarse, sino el que comprende que todo poder, como el mayordomo del Evangelio, es una forma de administración moral ante Dios y ante la historia.
El Antiguo Testamento también ofrece lecciones profundas sobre la responsabilidad del gobernante. En 2 Samuel 12, el profeta Natán reprende al rey David por abusar de su autoridad. Este episodio simboliza la obligación de rendir cuentas: ningún poder está por encima de la ley. En lenguaje contemporáneo, es una afirmación del principio de responsabilidad política, del control ético del poder y de la función crítica de la palabra libre.
Asimismo, en 1 Samuel 8, el profeta advierte al pueblo sobre los riesgos de instaurar un rey que concentrará poder y oprimirá al pueblo. Es una crítica temprana al autoritarismo. Samuel prefigura la teoría de la división de poderes y la necesidad de límites institucionales. La Biblia, en este sentido, reconoce la tendencia del poder a expandirse si no encuentra contrapesos morales y legales.
El libro de los Proverbios (29:4) afirma que “el rey con justicia afirma la tierra, pero el amigo de sobornos la destruye”. Esta sentencia condensa una visión política profunda: la corrupción no es solo un pecado individual, sino un factor de desintegración estatal. La justicia se erige en principio fundante del orden político, anticipando el ideal moderno de Estado de derecho como garante de la estabilidad y la legitimidad.
La parábola de los talentos (Mateo 25:14-30) añade una enseñanza sobre la responsabilidad y la meritocracia. El que multiplica lo que recibe es alabado; el que lo esconde, reprendido. En clave política, el texto defiende la gestión eficiente y responsable de los recursos públicos. Los talentos representan la confianza depositada en quienes administran el poder: su deber es hacerlos fructificar para el bien colectivo.
El buen samaritano (Lucas 10:25-37) introduce la dimensión social de la política. Jesús enseña que el verdadero prójimo es quien actúa con compasión ante la necesidad. En términos modernos, esta parábola fundamenta la idea del Estado social de derecho, en el que la justicia distributiva y la solidaridad son expresiones de la función pública. La política, sin sensibilidad humana, se vacía de sentido moral.
Finalmente, la Biblia advierte contra la concentración total del poder. En la historia de la Torre de Babel (Génesis 11) se refleja el riesgo de la soberbia colectiva y del proyecto político sin límites. Y en el Apocalipsis 13, la figura de la “bestia” representa el imperio que domina la conciencia humana. Ambas narraciones son advertencias contra el totalitarismo y la idolatría del Estado, recordando que el poder sin moral destruye la libertad.
En conclusión, la enseñanza política de la Biblia reside en su visión integral del poder: servicio, justicia, responsabilidad y humildad. Estos valores trascienden el tiempo y el contexto religioso, convirtiéndose en principios universales para todo sistema político. El gobernante bíblico ideal no es el más fuerte, sino el más justo; no el que domina, sino el que sirve; no el que busca perpetuarse, sino el que comprende que todo poder, como el mayordomo del Evangelio, es una forma de administración moral ante Dios y ante la historia.
Compartir esta nota